Una editorial de música, una editorial Gong, con los jefes, con los hombres de las praderas al frente, a los mandos, padres fundadores que nos llevan al comienzo de todo. Una de las primeras referencias es este diario-reseña-vivencia de Paco Pérez «El pérez» junto a La Banda Trapera del Río.
Un libro nutritivo, salvaje, primigenio, un libro sobre el primer punk, sobre la contracultura de extrarradio en la Transición. No podías estar ahí porque, seguramente, hoy estarías muerto y no leerías este texto. Paco Pérez sabe del buen hacer de la rumba, de Cornellá, de las guitarras salvajes, de los bajos punzantes como una chuta, de la rítmica macabra del psicobilly. Una guitarra eléctrica tocada como si fuera a cantar el Tío Toni, como si los dientes de «El Morfi» fueran a morderte en todas tus partes blandas. Y luego, con los restos, escupir las letras. Luego llegarían los Burning y luego, después de haber tomado algunas notas, Sabino y Loquillo. Pero esto es auténtico porque duele, porque tiene sangre en las manos. Y no es tuya, chaval. La Trapera pasando algo de marrón a Nico y algo de caspa del demonio a la Harry en el Canet. Nazario y sus pajarillos de limón y todo el rollo en la revista Star.
Un muerto viviente, un proyecto con alma de vampiro, con puño en alto, con la Siemens, con las huelgas, con el hambre más básica, la de la dignidad. Y, como todos los que abrieron el camino, se van quedando atrás. Y luego llegarán otros nombres y todo quedará en quinquis, jaco, ratas y punk. Punk de verdad, sin demasiados imperdibles, sin crestas ridículas, flequillos rolingas como en la Argentina. Carisma a raudales exhalando cada canción, cada movimiento.
Sexo y pitillos, coches y hombres de cables cruzados. El autor escribe con el temblor de la metralleta, como si todavía vendieran centraminas a veinte duros en las farmacias. El autor sabe de lo que habla porque él estuvo allí desde el principio: defectos y virtudes, cosas truchas, temblores, cambios y degradación. Carteles llenos de manchas de gasolina y grasa de las capitales, la que llega después de pasar por cientos de lixiviados previos. El libro, igual que la música de la Trapera, es sudor de autenticidad.
Charnegos eternos, extraños en su propia región, solo unas pocas calles le dan el amor de madre, tatuajes de la Orquesta Platería, miradas de arrobo del Gato Pérez, cintas grabadas de Lole y Manuel, The Clash y Eddie Cochran. Peret con peluca, una pistola en el bolsillo, la Iglesia de Filadelfia, que pague Pujol. En cajas de cartón. Un chino. De los de fumar. Y canciones, canciones para escapar, para ser felices entre la quincalla, entre la cochambre. Los primeros, los padres fundadores.