Algunas palabras sobre Tal vez soñar (y otras historias de la dimensión desconocida) de Charles Beaumont (El paseo editorial, 2023)

Una recopilación imprescindible, una sucesión de cuentos nutritivos, de mitomanía histórica, de situaciones excitantes, de momentos mágicos. Este libro de Charles Beaumont es un viaje en el tiempo, a la pureza de la ciencia ficción y el terror, a las películas de Roger Corman, a la Dimensión Desconocida, a las fuentes de las que bebieron con devoción Stephen King y Philip K. Dick. Antologías de Bruguera de principios de los ochenta, futuros inexplicables, probabilidad anticipatoria inocente, sueños atrapados en ámbar… y, un poco, que ya es mucho, de Edgar Allan Poe y H.P. Lovecraft. Por un lado, Ray Bradbury, por otro William Shatner recitando el “Rocket man” de Elton John.

Cuando en la revista Playboy publicaban relatos muy adelantados. No vuelvas a decir que solo lo compras por las fotos. No te creeré. Sueños dentro de sueños, medicina, psiquiatría primitiva, un sabor a sustrato básico, una inocencia equívoca, naves espaciales de cartón, seriales radiofónicos y naturaleza salvaje: “La selva”. Luego llega la leche natal del primer Stephen King, “Es imposible tener todas las cosas” o el terror fungoso, mutante, de John Carpenter, revisando a Lovecraft (pero más limpio) en “Fritzchen”.

Paradojas temporales en momentos donde la Segunda Guerra Mundial está todavía muy presente y la muerte de Hitler, del bebe Adolf, comenzaba a ponderarse como base para los viajes en el tiempo. Y es que estamos hablando de relatos de los sesenta… terror de Roger Corman, de la Dimensión desconocida, del cuatro de noviembre de 1960, en el magnífico “El hombre que aullaba”, semilla del giallo italiano, del terror cátaro, del misterio templario.

«Hank enamorado de un coche. Veo la serie Gen V y sí, claro, volvemos a King y a BUICK 8 o a Christine y me vas a decir que no hay nada similar. No había nada similar hasta entonces, hasta Beaumont. Pensad que “Un caso típico” se publica a la vez que el primer sencillo de Elvis y los dos siguen sonando modernos».

“Punto de reunión” es un cuento bello, una distopía con vampiros, no es que sean novedosos, es que está muy bien escrito y es el primero: ya lo has visto, leído, incluso jugado (y lo hiciste con cartuchos y con diskettes…). “Canción para una dama” es otro episodio de la Dimensión Desconocida, de 1963, pero esta vez parece una mezcla entre “Cocoon” y “Titanic” y tiene una literatura detrás bellísima, hacia un mundo que termina, el reflejo del amor como algo cíclico e inmortal.

La paranoia del robot, del hombre sintético, deprisa, deprisa. Y el “Show gigante” que avisa de los peligros de las pantallas como medio para la conquista. ¿Quién necesita extraterrestres cuando tiene poderes fácticos? Inocencia de la ausencia de internet, de las pastillas, las anfetas, la química. Y luego un cuento sobre la gente bella, la obsesión por lo físico, la juventud, la belleza juvenil. Faltaban unas décadas para la cirugía plástica, pero algo menos para las luces en las muñecas de “La fuga de Logan”.

Más terror pulp con la soledad como protagonista o como detonante en “Tierra gratis”. Un cuento corto como “Dr Silk, mago” por el que hubiera matado el Bob Dylan de “Desire” o que serviría de inspiración a Cormac McCarthy con su “Meridiano de sangre”. Si antes hablábamos del hombre sintético, del replicante, con el Test de Turing muy cerca, los primeros avances de la IA, con los hombres nuevos, de cables y chispas: ¿hay alma ahí dentro? ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?

Un curioso ejercicio, el de “Suena el clarín”, un cuento sobre toreros, que podría cambiar México por España y el torero por el sparring de un combate de boxeo amañado. “Los nuevos vecinos” es el cuento más oscuro del libro y sería carne fresca para un guion de “American Horror Story”. Malvados por aburrimiento, por tenerlo todo. El sueño, las dimensiones paralelas del Círculo Lovecraft en “Träumerei” o en el que aparece Robert Johnson y sus guitarras de un dólar conseguidas tras un pacto con el demonio, en un cruce de caminos, donde la heroína, el alcohol, el blues y el jazz se mezclan con “Night ride”, un ejercicio sobre la fatalidad en un remanente agónico de cultura beatnik y noir francés. El final, el final, es un aullido, es la agonía del coleccionista, un sonido, una víscera. La verdad absoluta.

Inquietante y magnífico. Como encontrar los evangelios primigenios. Disfrutar con un autor que demuestra una narrativa magnífica, con todos los aderezos pulp y que el paso del tiempo y la tecnología no lo hacen perder su lugar de privilegio en el mundo de los sueños. O las pesadillas.

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