Un disco de marca, un disco frío y sensual, macabro en su concepción, como rosas flotando sobre el agua, como semillas sintetizadas para explicar el amor. “La muerte del mañana” con el que se abre el disco no recuerda que siguen ahí las baterías poligonales, con sus aristas de onda fría, recordándonos aquel momento ceremonioso en el que La Bien Querida se acercó a lo más orgánico de New Order. Seguimos con “Casi un buen día”, por favor, Octavio, te quieres aclarar. Son ellos los que van a lastrarme con melodías agridulces de teclado, un omento de tensión, una zona acordonada. Un poco de punk rock viene bien, sin salir del sintetizador, sirenas de policía, sirenas de mar, sirenas de amnistía.
Décima Víctima en “Deprisa, deprisa” sería una distorsión que no engañaría a nadie. Como en “Abismo”, dame una blanca, dame una azul, dame una sección rítmica que detenga el corazón de la ciudad. Jugar a esperar el aullido, ahora sí que elijo la “Azul”, mientras las sustancias esperan dentro de las recetas cuatro cuerdas de bajo mancuniano. La soga sobre el terreno, las malas yerbas solo harán que el Gólem se deshaga, enfermo de amor. Qué reflejo de noche, silenciosa en las voces, un momento para el “Interludio” y llegamos a “Sangre”, donde el color de los cristales tocando sobre la guitarra son parte de la agonía que surge de una garganta indomable.
“La ceremonia” con los efectos de la voz helada que tenían los primeros Dorian, que escapan de Varsovia en llamas camino del final del mundo, bajo el mito de la ciudad sumergida, que conecta las prisiones emocionales de todo el mundo. Termina el disco con “Afecto y simpatía” con la Velvet Underground mezclándose con el glam enfarlopado de última generación, había tanta sangre entre los puñales que no sabíamos si el charco era herida o mar en la distancia. Unos sonidos arbitrariamente bellos suspendidos en el aire, como ámbar espumoso para el final de la noche.