Algunas palabras sobre El pájaro y la serpiente de Borja González (RESERVOIR BOOKS, 2023)

La tercera entrega de las tres noches. Para mí solo una. Para mí son los colores y la vida. La noche y la muerte. Una estrella en el cielo azul, una estrella tapada por el color. No hay ojos que vean lo que sucede en las viñetas como tampoco los personajes nos miran, obligándonos a suponer que es un sueño lo que se desliza frente a nosotros.

El azul y el verde, el confuso Mignola, las historias de Carmilla contadas por Juanjosé Plans en las medianoches de los domingos, el lugar donde se termina el mundo, la ínsula de un sueño sin fruta, la corza blanca del Moncayo, arrastrando un pañuelo hacia la sangre. Los que no montan a caballo no se muestran como huidos ni como rescatadores. El cementerio cubre la tierra de muertos, llenando todo de silencio, el brazo arañado, el pesar se desliza, es una pesadilla detenida. Una polaroid imposible que se repite página tras páginas, en una mixtura de esquema formal, de viñetas mate que eligen el camino sensible en cada doblez. Frente al pájaro primero, frente al árbol desnudo, allí está el cero.

Y el que ama construye el laberinto, el que es amado cierra las esquinas y no se reconoce en las pistas. Sigue buscando su corazón entre los cementos del mundo. Hay elementos básicos que acompañan: el color del agua en la noche, en la muerte del ahogado, qué belleza hay en cada una de las letras de la palabra tísica, en el cuerpo recuperado, quemado el color sobre el recuadro, de pronto el despertar te recuerda que es una viñeta. Está tan oscuro el fondo que es difícil reconocer algo más que el final de la vida.

«La muerte es un desagüe y la burbuja sobre la superficie el aviso de un fracaso. Aquel animal que solo quería alimentarse me encontró, era yo el único testigo de la aparición, del retorno más bien, del otro que emergía, exactamente igual, necesariamente igual. Un breve fondo de óxido acuático, liviano, pero perceptible, es consecuencia directa de la ausencia casi total de cualquier cosa alrededor».

Al caminar tambaleante el recorrido inverso, el espejo que miente, diestra y siniestra. Borja nos oculta algo. El fondo de las luces es más una promesa que una realidad. Así, que, al abrir la puerta del castillo no sé si el reloj funciona de la misma manera que lo hace en mi lado del papel o, si ahora, el tiempo se ha empeñado en ejercer de demiurgo entre el dibujo y mi aire, volviendo la sangre al pie después del corte con el vidrio, como una metáfora del reloj y la tierra, como un antiguo videocasete rebobinado en vida.

«Matilde, Teresa, el enano o el deforme. Una vela encendida que no ilumina, su color es blanco. Blanco vela, claro, o blanco candelabro, blanco vencido frente al blanco puro, que detiene el espacio, que moldea el ambiente a su gusto».

El golpe, el olor, el sentido. El cristal del que ya os he hablado antes, seco de sangre, sediento de sangre, es un resto del dolor en un día sepia, poesía para Manuel, gardenia para el cadáver, el hedor, las incontinencias, el naufragio. Qué bello es el uso de uno solo de los sentidos, ahogar le resto, seleccionar solo aquel que nos ofrezca el botín más agradable.


«El reparto de los sexos acaba trayendo repeticiones y la piel húmeda se seca en las manos y las manos se vuelven a humedecer y la piel elige una forma distinta y tras el envite las derrotas se gestionan de manera más animada. Es ley de vida».

Muerte que impregna la poesía, la enfermedad que atrapa al arte como los perros cazan al jabalí mugriento. Uno no sabe dónde está la podredumbre hasta que la mancha los bajos del vestido. Si es el interior o la casa de los jardines grises y crujidos. Cruje el prisionero cuando se da cuenta de que tendrá que escapar del cuerpo y de la casa. Hembra que esquina la flecha cuando ve la oscuridad cubriéndolo todo. Es cuestión de disciplina.

Disciplina porque esconde su mirada de otras miradas en el mismo lugar donde la luna se esconde. Pero, a pesar de todo, la tinta se eleva, como queriendo dar color a las pesadillas y a los muertos. Pero ninguno quiere polea, nadie quiere ayuda, quieren permanecer ocultos, ajenos. Aquellas historias de la radio, los domingos, a la medianoche, el gusano blanco, Sheridan Le Fanu, niñas jugando a ser vampiros, vampiros jugando a ser personajes de un tebeo. Hay una violencia entre la que es necesario convivir y violencia entre los que buscan un premio, una mano familiar y amiga sobre el hombro. Pájaro azul sobre fondo azul. Oscuro sobre tibio. Una máscara vacía, un cuadro de ojos muertos. Ella lo dice: “Las cosas más brillantes se esconden en los rincones más oscuros”. Un disparo, una bestia. Secretos de familia. Un cazador retenido por sus presas. Tan lento en su borrachera que los animales del bosque lo dejan vivir y, cada noche, le ofrecen el mismo vaso y el mismo vino malo para que se embriague y comience el mismo espectáculo, el mismo teatro y baile para ellos y ridículo, intente escapar, y ellos lo permitan y vuelta a empezar. Noche tras noche le niegan la muerte.

Porque la muerte se reserva como un bien preciado en el interior del castillo, en los jardines donde se encuentra la belleza con la que maquillarse. Una hermana fabrica tuertos y la otra, silencios, hasta que escupe su soledad a través del hedor corporal. Matilde y Teresa. Y la espera. El hombre, los hombres. En ausencia de hombres la carne falta. En ausencia de hombres el monstruo es el mejor amante, el cuento, un sueño. El beso, un escenario. Cuando la bomba nuclear caiga todas las doncellas disfrutarán de un domingo infinito.

«Un ojo desaparece, un ojo tiene una escapatoria. Dejar de mirar o mirar solo que es suyo, lo que es suyo se vio y se dejó de ver. Mujeres en el final de todo, donde la realidad recuerda un momento terminal, una hoguera en ruinas».

Todo despejado, es difícil distinguir escenario de realidad. ¿Qué vendrá? ¿Quién lo recibirá? Ellas preparan su cuerpo, su mente queda muy lejos. Máscaras que sirvan para comprometer vida y uniforme, vertidas de monstruo deforme, han visto pasar muchas antes que ella, ya se olvidó, ya se les olvidarán, ahora solo quedan los sentidos impregnados en los guardianes de la puerta. Pero parece la regla de un rey que nunca llegará, el pico cortante que usurparon a un demonio.

Matilde y Teresa. Te he prometido otro final. Uno en el que estemos juntos para siempre. Pero hace tiempo que la belleza es solo un envoltorio. Un lugar donde contener el amor y la lumbre. Azul de noche. Un lugar donde la noche es azul. Donde los relojes se detienen en las únicas horas que permiten sangre roja y noche azul. Y solo queda algo de desorden.

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