Algunas palabras sobre Me verás caer de Mariana Travacio (Las afueras, 2023)

Uno se acerca a un libro como este con curiosidad, busca engañarse con el título, sueña con Caballito, con El Tigre, piensa en Gustavo Cerati, pero acaba en una maravillosa sucesión de relatos enhebrados, cuenca a cuenca, en una edición bellísima realizada por Las Afueras. Las gemas se unen, chispean, amargan y cambian de color al frotar entre ellas, traspasando personajes y situaciones de una a la otra. Un tránsito de situaciones y sentimientos, con la mujer en primer plano; mujeres que Mariana Travacio coloca sobre un tablero sin compartimentos estancos, en un universo compartido de amenazadora cotidianidad y amago de ensoñación.

Con “Cansadas” la palabra clave es abadejo. Pescado de ración, pescado de alta cocina. Madre e hija, en una repetición adiabática de medias verdades, en el opaco discurrir de los días que siempre transmiten las playas argentinas en invierno (que es nuestro verano y viceversa), con esa manera de desayunar a escondidas, de alterar los ritmos para evitar el encuentro. El silencio es el mejor antídoto para la vergüenza. Moviéndonos de primera persona a narrador externo, de monólogo a tercera persona, llegamos a “Dónde está Montes”, el más porteño de los relatos. La noche es una espera en cualquiera de los barrios, desde Flores hasta Avellaneda. El alcohol es el mejor camino para entender la ausencia. La yuta, acabar en cana, cocinar un aburrido hervido. Ahora la palabra clave es choclo. Que mordisquea la protagonista. Una antigua promesa del tango, atrapado en el limbo del olvido, mientras ella, en su venta final, ofrece primero su vestido de novia y luego la ropa interior, los calzoncillos del imitador de Goyeneche, seguramente con bisoñé o pelo escaso, muy teñido de negro. Negro como la tinta que falla, la que no puede ser indeleble. “¿Dónde estás, Montes, que me dicen que apareciste y no te encuentro?»

Uno de los mejores relatos del libro, en esta campana de Gauss emocional que es “Me verás caer” es “Rosas buenas”, un círculo de pasión y tristeza. Me emociona la narrativa tan efectiva. Maestra de las distancias cortas, hoy se muestra sugerente, como la protagonista: resistente, vergonzosa, ilusionada… una simple semilla que crece, un momento de la luz, elegir un vestido. Saber que hay quien vende para olvidar y quien pone sobre la cama para recordar. Y una amiga, alguien, una voz que acompaña. Un encuentro, un amigo de felicidad. Un fósforo en mitad de la noche, con faso y champaña. Y la segunda cita y el segundo vestido. Y la cena. Lo que uno pide. Lo que uno pierde. Llaves, dignidad. Un volcán, una tormenta, una bomba, una casa que es la casa de la explosión y el extrañismo, llena de rabia y lágrimas.

Esa Blanca Nieves, provocativa denominación para el personaje, para el demiurgo del libro, ilusa o desesperada, cansada de la belleza, de la sensación de la vida como una cárcel de puertas abiertas, reaparece en mi otro cuento favorito del libro: “Últimos rastros”. De nuevo vida y literatura fundida en la historia. La literatura penetra como el veneno entre las rendijas de los escenarios y les da armonía y algo de sarcasmo. La búsqueda de lo que se ha perdido, el olvido de lo que no se puede olvidar. De Elena y Blanca Nieves, dos mujeres, otra relación, una amistad distinta. Como lo era la madre y la hija del primer cuento o lo serán la sobrina y la tía del último. Cada estadio es diferente y todo acaba siendo un juego en el que las piezas encajan con gusto y sapiencia. Dos mujeres junto al delta, un asado, la entraña, el bife, esos lugares de Buenos Aires que siguen siendo Capital, pero que, poco a poco, tienen algo de selva invadiéndolo todo, de pantano, de fundación mítica de la ciudad. Y la pareja que se acomoda, como hacen las piezas que solas obvian lo inexacto de su conexión. Desesperadas, vuelve el fuego mínimo, la chispa y el fósforo. Ya he hablado antes de eso. Un globo que, con helio caliente, se eleva hasta que la tormenta eléctrica, el huracán, todo se lo lleva por delante. Y solo queda el resto del asado, la tea gris, Blanca Nieves, almas solitarias, como esas ánimas que surgen del terruño y arden, metano puro, al contacto con la realidad. Y el deseo trae violencia y hay personas que han nacido para ser devoradas. Aunque sea por un huracán. Y Doña Elena, que buscaba fantasmas, acaba por convertirse en uno y Blanca Nieves volvió a la locura extrema, a los pelos arrancados entre las manos.

Y el final, con un Octavio y otra palabra clave, la gelatina. Dobla el tiempo, parte el tiempo. Ahora la historia es finalística. Hay en “y el río, tan manso”, inyecciones de morfina, dolores físicos, arrasadas memorias terminales. Doctores y enfermeras, tías y sobrinas. Y es que, cuando llega el final, uno no se da cuenta hasta que alguien apaga la luz y se lleva la bombilla. Así, te lo digo, Adela, no tengo una moneda más para el carrusel de la vida.

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