Algunas palabras (una conversación) sobre La Puta y el Hurón de Martha Luisa Hernández Cadenas

Me siento en un lugar indeterminado. El libro está sobre la mesa. La Puta y el Hurón de Martha Luisa Hernández Cadenas editado por Caballo de Troya. Más cerca de las manos de Inés que de las mías. Le pregunto si abrió por la primera página o buscó el secreto de la solapa. ¿Querías ir predispuesta, amiga? No sé. El título es llamativo. Imagina, Octavio. Al abrir el volumen lo encuentras de nuevo. Primero en el centro de la página. En la hoja siguiente alineado a la izquierda. Es un objeto, un sintagma nominal que se convierte en cartel, que resuena en la cabeza. Y luego. Luego las citas: una de Julián Casal y otra de Rogelio Orizondo. Ellos, desde Cuba, avisan de la dianas sobre las que se va a disparar. La niñez, la ruptura con la inocencia con herramientas con tradición: sexo y alcohol. Pero también poesía y dramaturgia. No te lo adelanto, pero es evidente conociendo la trayectoria de la autora. Versos y teatro encuentran espacio en la novela de Martha Luisa. Muchas de las escenas tienen un poso lírico y otras podría filmarse con una cámara barata o usar unas tablas para representarse. Pero hago trampa, vuelvo atrás, miro la solapa. Aprendo rápido. Artista en La Habana. Definición de hurón (“El súbdito de la Revolución”). La isla como una cárcel con las playas abiertas, nadie escapa, solo queda la furia contra un sistema que oprime, un sistema que aplasta, el peor padre de todos. Ante eso la escritora solo puede enfurecerse, retorcerse y oprimir.

Me gustaría encender un cigarrillo y ofrecerle otro a Inés. Pero recuerdo que ninguno de los dos fumamos. El humo se vería en la distancia y vendrían a por nosotros. No tenemos ni un triste chupito de ron que apague la hoguera. Le pregunto por sus lecturas cubanas. “No sé, quizá Gertrudis Gómez de Avellaneda, que escribió una novela contra el esclavismo y, sobre todo, tenía una manera especial de tratar a los personajes femeninos. Ahora que lo pienso, como Martha Luisa, también escribió poesía y teatro. Y usó el anhelo insatisfecho como uno de los temas de su literatura”. Temas como la lucha contra la Dictadura, la impuesta pero también enraizada. Como todas las dictaduras de largo recorrido acaban pareciendo naturales, casi aprobadas socialmente. “Desde el mismo título. Los cubanos en la novela terminan siendo completamente deshumanizados. Vocablos como parásitos, lacras, gusanos, clarias o depredación omnívora. Los personajes de Pamela y Mary se sienten pequeñas como unas hormigas. La paranoia, el escape, la huida, la sensación de peligro latente. En el texto la relación de amistad como forma de resistencia en las cartas entre Pamela y Mary” Y llegó Fidel y cuando todo el mundo pensaba que sería eterno, Fidel se fue y las cosas no acabaron de cambiar: “De todos modos la muerte de Castro marca un antes y un después, pero al final, como siempre, lo más cercano es lo más importante. Así que cuando el abuelo desaparece… realmente esas muertes son las que recorren todo, aún cuando la novela se centra en Mary. Hay una frase: «No existe otra formas más gloriosa de hacer un duelo que mirar a mi madre y saber que la muerte de Fidel no significa nada». Me gusta la idea de censura de la amiga trans, desde su lucha con el teatro. La idea de Europa como el Paraíso, el futuro. Me habla Inés de la letra R en el libro: “R de Repulsión, R de Revolución, R de rutinaria rabia ríspida runa rana rara renacuajo repinga resinga remuerte»

Saco libros de Lowry y de Piglia. También Rulfo y el “José Trigo” de Fernando del Paso. Se acumula Latinoamérica sobre la mesa. Evito deliberadamente a Galeano. “Fidel dejó ese legado: el vicio. El poder es el mayor vicio que se ha inventado, y tener una herencia familiar importante es signo de poder absoluto. No soy capaz de amar a un héroe que exige firmas y acuerdos, que impone y adoctrina. Hoy es jueves, no es Domingo de la Defensa, y desde que estaba en la secundaria, cultivé mi desapego por cualquier decisión social colectiva, soy ajena al movimiento de hurones, a la multitud, al designio de un pueblo que marea. Nadie puede imponerme un modo de ser”.

Le pregunto a Inés cuánto se desvía el libro de la narración clásica, de la novela, de la estructura en tres actos: “La autora no teme cambiar de formatos. Todo es libre, cada parte narrada con total libertad, sin sentir la necesidad de encajar en un género. La experimentación funciona, sobre todo, con el YO, con la voz narrativa. La autora concibe la escritura, en sí misma, como una performance. Ya no esta novela, en cada ocasión que se pone frente a la máquina de escribir. Performática como condición. La repetición. Sobre todo de los momentos más violentos”. Llamamos a Martica Minipunto e Inés me dice que aparece en la novela varias veces: “La estructura fragmentaria./La cercanía a la oralidad, a la recitación./El ritmo y la musicalidad”.

No pedimos otra ronda porque no hay nadie a quién pedirla. Así que seguimos con la conversación. Le pregunto por la estructura transitiva entre historia, sociedad y literatura, con la política entre medio. ¿Y la persona antes del personaje? ¿mujer antes que hurón? ¿vida antes que lucha? E Inés me dice: “Las cartas son importantes en este punto. Otra vez. Lo íntimo y lo emocional se colocan por delante de todo. Existe una catarsis. Lo sensible también llega por la amistad, que emerge como una boya sobre la que descansar antes de continuar nadando con la sensación de ir a contracorriente”. Se detiene un segundo y luego prosigue: “Una generación de jóvenes cansada del sistema, de la precariedad, de las condiciones de la vida”. Otra pausa. Muy lentamente, enumera: “La pérdida. / Las heridas. /La violencia estructural./ Los afectos como revolución./El arte como modo de resistencia”

Tomo aire. Una pregunta recurrente: ¿Podemos identificar el mal únicamente con el horror político o también incluimos dentro de los tentáculos del monstruo el patriarcado? E Ines apunta una frase del libro: “Somos mujeres en un país de varones” y añade: “No se puede olvidar la opresión cuando viene desde dentro de la familia”. Y se levanta, me trae el libro, lo abre y me muestra otro fragmento subrayado:

“Los domingos paso por su casa, es una visita rutinaria, gimnástica. Tiene mucho dinero, estoy segura de que su fortuna proviene de una herencia familiar derrochada y de la venta de una casona en Varadero. Lo miro y sé lo que es, se quedó con todo, con el tesoro y la riqueza heredada y se volvió un hurón. El macho del hurón es un violador, le muerde el cuello a la hembra para metérsela, esto es lo natural en el apareamiento animal. Me sirve el té amargo. Me quedo dormida. Cuando despierto estoy en su cuarto semidesnuda y con mucho mareo. R cumple con sus rituales de hurón, hablar, drogarme y dejarme treinta cuc, a veces veinte -depende de su ánimo-, bajo la lámpara linda de la cómoda. Quiero ser sorda. Pamela quiere que yo sea feliz, pero la felicidad dura lo que el cono de helado, lo que el efecto de la droga, lo que el momento inexacto en el que R me soborna y me magulla algunos huesos, que no sirven para más nada que para inspirarlo a que escriba su biopic y haga una propuesta a la televisión nacional”.

Inés sigue hablando. Es como una solución salina. Unos vasos comunicantes: “La autora va descubriendo heridas abiertas a partir de la voz narradora. Estas heridas pasan de lo íntimo a lo sistémico, sin dejar de lado lo cultural y lo generacional. La crudeza con la que a veces lo hace, el modo en que te inserta en situaciones desagradables, sin compasión, abre tanto esas heridas que resulta necesario cerrar el libro, pausar la lectura, para digerir el texto. Duele. Duele La honestidad en su expresión”.

Se levanta, se sienta. Sonríe. Deja de sonreír. Como si fuera una performance, recita:

La prostitución.
Narración visceral.
Lo elaborado del concepto hurón.
El miedo al olvido. “¿Cuándo vuelves? Al preguntar por el regreso se hace una pregunta sobre el olvido. Siento que todos tenemos miedo a ser abandonados, los censores, los muertos de hambre, los hurones, un miedo a la sequía, al vaciamiento, a cambiar de colonia. Yo tengo tremendo miedo”.
Los trapicheos, las drogas, el abuso de alcohol.
La fragilidad de la protagonista. No quiere que le impongan nada.
Un padre que no existe. Una hermana de otro padre. Una madre que prefiere a la hermana de otro padre (“A pesar de su perfección, mi hermana le produce dolores de cabeza a mi madre: ‘Cuando dices malas palabras te pareces a tu hermana mayor, y preferiría verte muerta antes que perdida como tu hermana’”).
Una madre que imprime propagandas políticas sobre el Comité de Defensa de la Revolución, CDR.
Una hermana que tiene un novio en el Servicio Militar Obligatorio y al que le escribe poemas.

Gracias, Inés.

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