El catálogo de Repetidor siempre es una fuente de sorpresas, una marmita en la que bullen los mejores amanuenses, donde la canción pop, la electrónica y el ruido son sustancias o condimentos según el proyecto que se esté cocinando. Teatro del absurdo de Pandan-Lagl es uno de esos discos que me seducen. Es una manera de volver a mis años de oscuridad mal digerida, de onda fría y artesanal. Ser feliz en la polución nocturna de los abrigos negros y las máscaras, el maquillaje y los bajos a lo Peter Hook.
Peter Hook el bueno, el que no parece un hooligan pasado de red bull, cigarrillos y cerveza barata. El Peter Hook del que estamos hablando -y no voy a dar más detalles porque sería una ofensa a ti, que estás leyendo este texto-, es el que inventó los bajos con los que se abre el disco en “La disolución”. Cajas de ritmo sacadas de lo más profundo de la red, arrancadas a los cadáveres de los grupos que no triunfaron intentando copiar a Agrimensor K o Décima Víctima. El salto cualitativo de la belleza es usar un detalle de la catedral de Jaca en la contraportada y un doctor de la peste negra, un disfraz sacado de la mente de Neil Gaiman para Sandman en la portada. ¿Qué es “Lomas del rey” más que una manera de revisar a La Mode ralentizando la alegría de Fernando Márquez y metiéndole unas buenas guitarras al tema? Agitación, comezón, recordar la existencia estéril en “La fiesta del burro”, algo de trepidación, el asno de Nick Cave y la locura de Werner Herzog en “Aguirre, la cólera de Dios”. Después de una oda a la conquista de América con el habitual poso de odio antiespañol, pasamos a la moneda habitual del anticapitalismo. Aquí, en Motel Margot, se respeta todo, mientras la programación sea delicada, se usen metáforas bíblicas y funcione todo sin deseo de llenar escenarios en festivales masificados. Estoy hablando, claro, de “El mesías”
El tema que da nombre al disco, “Teatro del absurdo”, es como una banda sonora sintética, con regusto orgánico, para una obra de Samuel Beckett. En aquel final de partida, la gente vivía en un cubo, como si fuera “El chavo del ocho” pero iban bien surtidos de jeringuillas llenas de medicina. Damos la vuelta al vinilo para llegar a “Treveris”, donde las atmósferas son propiedad de las guitarras y demás instrumentos, una versión vaporosa de amianto, cruzar el océano y escuchar a Los Estómagos y su “Tango que me hiciste mal”. Visiones mínimas en la miniatura de “Un cuento de hadas”, con una instrumentación mínima, esta caja de ritmos maquetera que me pone el alma bastante dura para pasar, del pulmón de acero de Europa, hasta el funk metálico, afterpunk más melódico en “Nachthexen”. Brujas y la gran pregunta: ¿Cómo perdimos Berlín si estaba el Kaiser allí? Desde Friedrich Wilhelm Murnau que pide un tema para una película de brujas, pero se le adelanta Jacinto Molina. Tanto pelo para nada, porque “El sistema ha caído” y me acuerdo que Ian McCulloch y Will Sergeant eran los hombrecitos conejo y Echo, la caja de ritmos. No sé si aquí Lagl o Pandan es una Roland o una Korg. El cierre con “El karma del tiburón blanco”, una canción más pop, como un par de décadas por delante. Seguimos amenazantes, pero la melodía y el arreglo te lo firman ahora Viva Suecia o alguno de esos grupos medio oscuros. Cuida que no lo escuchen, así, descuidados.
El disco, tocado y compuesto por Cristina Arroyo y JC Peña (miembros también de la banda El relevo alemán) se sostiene por una voz notable y el catálogo hipnótico de cinco cajas de ritmos Roland y Korg y un sintetizador Casio MT-68. La parte más técnica está sacada de los créditos del disco, pero si eras joven y oscuro, si creíste en la calle de la fascinación, en aquellos momentos en los que todo estaba tan lejos, en la manera de ser fríos, azules, oscuros, punks con gusto, este disco de redención y enfermedad te encantará. Como a mí.