Un debut sobresaliente, La educación de Polly McClusky de Jordan Harper editado por Reservoir Books, directo, violento y emocional a la vez. Tiene algo de regusto setentero, como volver a ver a Steve McQueen en “La huida” de Sam Peckinpah mientras te trae un vhs pirata Tarantino para calentar la habitación. Sublime el proceso de redención, una especie de círculo cerrado que nos vuelve a llevar al principio: la muerte y la vida, el padre y la hija. La carretera. Que no sea importante el final, solo el camino.
Subcultura redneck en el apogeo del supremacismo blanco, cerca de la frontera, pero lo suficientemente lejos para que los colores sean motivo de guerra. El seven eleven como economato de una cárcel y las habitaciones de motel, gimnasios de la calle. Un oso que podría salir en relato de Clive Barker, un oso de peluche. Algo de metanfetamina en el país del fentanilo, la violencia como una religión en el que las escrituras se convierten en tatuajes que cubren toda la superficie del cuerpo (y el alma). Una niña que se convierte en mujer. Armas que queman. Porque solo en las películas las armas se mantienen frías después de disparar.
Señores de la anarquía, la historia de la X, esvásticas, antihéroes, cerveza barata, cerveza barata pero muy fría, comida mexicana, proteína pura. Vuelvo a una habitación del motel, una que abriremos pronto, vuelvo a “Huntington Beach” de Ken Numm y, así, espero que sepas de lo que estoy hablando. Sería muy fácil buscar el paralelismo con “Meridiano de sangre” de Cormac McCarthy. El Chaval de Cormac podría haberse enamorado de Polly y haber acabado en una carrera hacia el infierno mientras escuchaban a Nirvana.
La violencia como proceso de estructuración familiar, el tabaco como señal de cariño, la efedrina del Disneumón Pernasal como pasta base para la cocina de Walter White, frases como “Cuando se mira al interior de un cañón de un arma no se ve la bala, solo se ve la oscuridad”. Sin excesos sanguinolentos más allá de los que pueden considerarse quirúrgicos, la niña con los ojos de Isobel Campbell se somete a un entrenamiento vital acelerado, como una especie de Karate Kid disfuncional que lleva a la novela al terreno de lo emotivo, en dosis aceptables. Azules locos, señores de la guerra en la América que queda tras la caída de Detroit y la paranoia del 11S, “La educación de Polly McClusky” podría pasar por una novela beatnik trágica, un “Bonnie &Clyde” paternofilial, pero lleno de jalapeños y costras de sangre.