La masacre de Potes: Alberto Contador en la Vuelta 2012

El 27 de mayo del 2011 estoy sentado en una habitación de hotel en Barcelona y veo el final de la etapa 19 del Giro de Italia. Esa noche toca Pulp en el Primavera Sound y yo solo creo en tres cosas: Alberto Contador, la americana de Jarvis Cocker y el amor europeo. El chico de Pinto, con la cabeza sellada por las grapas de la tragedia y la resurrección dominaba el Giro de Italia a su antojo. Hasta entonces solo Miguel Indurain lo había conseguido domar. El Giro, la carrera donde el Tarangu, José Manuel Fuente, fumaba un paquete de Marlboro la noche antes de las Tres Cimas de Lavaredo, soñando despierto, moribundo ya, con derrotar a Eddy Merckx. Fuente y Perico bajando el Gavia en la etapa de la edición de 1988 con la nieve cubriendo el mundo.

La UCI iba detrás de Contador. Contador estaba desatado. Llevaba ganando desde el principio de temporada. Todo lo que se le ponía por delante, caníbal como Eddy, salvaje como Hinault. Yo quería que se lo llevara todo: la regularidad, la montaña, mil etapas, que llegara de rosa y, luego, de rojigualda al Tour de Francia. Era un día pestoso el de la llegada a Macugna, lluvia antes de la jornada siguiente, la de llegada a Sestriere. Por delante iba Paolo Tiralongo, italiano del Astana y Purito Rodríguez, español del Katusha saltó a por él buscando la etapa. El movimiento provoca un latigazo de Contador que deja en evidencia a sus dos rivales directos, Vincenzo Nibali y Michele Scarponi. Contador llega hasta Purito y lo sobrepasa. Alcanza la rueda de Tiralongo, leal gregario de Contador hasta el año anterior, cuando ambos corrían para el equipo Astana. Contador le susurra: «Vamos, tranquilo, la victoria es tuya». Tiralongo, 33 años de gregario, se levanta del sillín, hace un último esfuerzo, pedalea los trescientos metros hasta la meta con Contador a su espalda, a un milímetro. A menos de un milímetro. La distancia de la generosidad.

Aquella tarde del 27 de mayo del 2011, con aquel canal de Eurosport en flamenco, estallé, enfadado. Quería que Contador ganara, que ganara siempre. Pero amigo, en el ciclismo hay pactos, amistades, hoy por ti, mañana por mí. No sabía aquel mayo de 2011, el día que tocaba Pulp en el Primavera Sound, que al dejar ganar a su amigo Tiralongo, Alberto Contador acababa de sellar su victoria en la Vuelta a España de 2012.

El miércoles 5 de septiembre del 2012 estoy sentado en casa, en el sofá, me he servido un vaso de gaseosa y tengo el móvil al lado. Es una Vuelta a España de empates, de segundos de bonificación. Purito Rodríguez, tan campeón como Alberto Contador hace su carrera, pegado a la rueda del pinteño, con Valverde y Froome completando el póker de ases. Era su recorrido. El de Purito. Muchos finales en alto de poca longitud y pendiente dura. En Arrate Contador es el primero que lo intenta pero sin éxito. He estado en Jaca viendo el final en el Rapitán y allí, con mi bandera española, veo ganar a Purito en el último suspiro. Lagos de Covadonga, Pajares, yo sigo con Contador a muerte. La Gallina. Mi mujer se va a echar la siesta. Es una jornada de media montaña con final en un puerto de segunda, un inédito en la Vuelta. Fuente Dé. Pero cuando conecta la televisión la voz de Carlos de Andrés tiene un tono distinto:

“Una etapa que parecía intrascendente para la clasificación general…pero ha sucedido algo… y pienso en Menchov y Heras en el año 2005, en Perico y Recio veinte años antes, camino de Segovia, pienso, claro en Serranillos…»

Alberto Contador llevaba más de dos semanas haciendo lo mismo: entre 7 y 3 km antes de meta atacaba y no dejaba a Purito (ni a Valverde) de rueda y en el último empujón de los killers de las Ardenas se lo merendaban a base de bonificaciones.

«Todos comentando lo mismo: «hay que atacar desde más lejos, reventar a Purito, dejarle sin equipo…sí, claro y yo aprobaré las oposiciones estudiando diez horas todos los días. Pues sí, como los campeones… repaso el recorrido: a 55 km de meta comienza Collado de la Hoz, la subida, un segunda de 6 km de ascensión».

Antes de la conexión Contador huele sangre y manda a Jesús Hernández y Sergio Paulinho por delante. El pelotón principal se deshace, los grupillos se multiplican, el paquete se atomiza y Purito sigue atento a Alberto, pero sin demasiado elementos del equipo a su lado. A menos de tres kilómetros del final del puerto, en las rampas del 11%, Contador ataca…Purito no sale a su rueda, quedan más de 45 km a meta y lo normal es que lo pillen y Contador se queme. No hay imágenes en directo. Solo de los aficionados.

Pero el error táctico es terrible, de repente no están ni Ángel Vicioso ni Dani Moreno, Alberto Losada estuvo escapado en jornadas anteriores, Dennis Menchov ha vuelto al año 2005 y el miedo lo deja bloqueado. Unos pocos segundos por la cima del puerto y Contador se lanza como se lanzan los que esperan la redención en el riesgo, con la boca abierto y las pelotas golpeándole la garganta como sendos tambores, con la sangre de Luis Ocaña, la que salía de la nariz el día que la gloria le dio la espalda en Mente, con la sangre de lubricante para las ruedas. Llega hasta el grupo de delante y allí deja claro que la cosa va en serio: se ponen a tirar como locos los compañeros, aumentando la diferencia en el llano que les lleva hasta el sprint de Potes.


Purito, por detrás, se empieza a dar cuenta de que las cosas están poniéndose feas…solo con Alberto Losada y con el verde de Valverde pegado, muy pegado. Por delante, en el grupo de Contador, están Beñat Inchausti y Nairo Quintana, Purito piensa que Valverde los va mandar parar para que se unan a su grupo y que así alcanzarán a Contador. Purito piensa que Valverde va a por Froome, no se ha dado cuenta de que Valverde va a por él. Froome, parásito de un sueño de julio, nuevo Ullrich bajo el misterioso sol asturiano no entiende qué sucede: él, que había nacido para reinar, Napoleón de carrera explosiva y aliento británico se ve asaltado por tres desarrapados con barba de bandoleros. No hay peor despertar para una pesadilla cuando uno se da cuenta de que no está dormido.

A 23 km de meta está el sprint de Potes. Un sprint intrascendente en otros momento pero el primer punto de inflexión de esta Vuelta 2012…con Paulinho y Contador a relevos la ventaja está por encima del minuto y medio. Pero Alberto levanta la cabeza y ve, a lo lejos, la pancarta. Son unos segundos de bonificación preciosos (las mismos caramelos envenenados que han mantenido a Purito y a su punta de velocidad por delante en la general) y Alberto, que ve que su compañero portugués no da para más, salta como un lobo desbocado a por ellos y, a su rueda, uno de los que iban con él en el grupo. Es extraño, ¿a dónde va? No es del equipo de Contador, no va a aguantarle en la montaña…ese maillot, azul celeste…es del Astana.

Paolo Tiralongo se funde a la rueda de Contador, le adelante, lanza el sprint y le deja pasar para que bonifique. Paolo Tiralongo, el hombre al que hace más de un año Contador regaló su primera victoria como profesional, ha vuelto para saldar la deuda. Como en el viejo Oeste entregando una carta con el Pony Spress, Contador revienta a sus compañeros y aliados, que ponen la cara y las piernas al viento, los kilómetros, el llano que desgasta… por detrás Valverde y Purito, Purito muy atrás, no da un relevo a Alberto Losada…se le está escapando de las manos la Vuelta.

 

A 17 km de meta, comienza puerto y Tiralongo aguanta unos pocos kilómetros. A menos de 15 de meta se queda, le da un bidón y le desea lo mejor a su amigo, a su antiguo líder. La deuda está pagada. Básica la ayuda de Tiralongo, clave. Cuando Paulinho no dio para más Tiralongo empujó en ese llano que te arranca las fuerzas como las olas de un mar: constantes e incansables. Pero el final se está viviendo por atrás. En cuanto comienza el puerto para el grupo de Valverde y Purito, Alejandro lanza un demarraje…es ahora cuando ha mandado parar a los suyos por delante y es ahora cuando Purito trata de salir a su rueda…pero no puede. En ese instante todos nos damos cuenta de que Purito ha perdido la vuelta, se ha quedado solo, la mancha verde de Valverde, como en una irónica metáfora de la esperanza negativa, desaparece.

La subida a Fuente Dé no es especialmente dura, no está en la memoria de un aficionado al ciclismo, un segunda bastante largo que se iban a convertir en 15 km de gloria y mito. Valverde atrapa al grupo que ha dejado Contador unos kilómetros antes a poco de comenzar la subida: allí está Beñat Inchausti y el colombiano Nairo Quintana en una de sus primeras apariciones para el gran público. Los dos se ponen a a tirar como perros de presa.

«Contador no mira el reloj pero sabe que la arena se desliza como gravilla entre los radios de la rueda y que el Olimpo tiene dos puertas y una es para los que ganan la etapa. La imagen de Purito atrás es desoladora, lleva a Jesús Hernández, compañero de Contador en el Saxo Bank, pegado a la rueda, de azul y amarillo, fosforescente cegador que le destroza. Los ojos de Purito, fiebre en la tarde de septiembre, tienen algo de incendio».


La ventaja entre Valverde y Contador se reduce. Perlas de sudor que son como fuego sobre las mejillas de Alberto. Valverde, el señor de la Lieja, uno de los grandes, ha vuelto este año también y ha dejado claro quién es. Valverde sabe que se puede perder una etapa en el último kilómetro si atrás no se cede. A él le estuvo a punto de pasar en su victoria en Julio en el Tour de Francia…un minuto, treinta segundos, quince segundosContador mira hacia atrás. Lo ve, ve el verde de Valverde. Quince segundos, último kilómetro, el cronómetro parado en quince segundos.

Menos de 500 metros, la mecha de Valverde se agota y desde casa miles de españoles levantados del sofá aprietan las manos y los dientes, empujando a Contador…gana, gana, gana de blanco, angelical, olvidando las marcas y los días, los dopajes, las ruedas de prensa, las concentraciones en solitario. Gana sin marcas ni señales, de blanco, con un maillot que recuerda al que llevaba los meses que tuvo que entrenar durante la sanción, solo, sin nadie. Gana y, en el momento que cruza la línea, todos respiramos.

Contador está llorando cuando lo entrevistan en la tele. Aún tiene las marcas de la etapa en el rostro, también tiene el abrazo de su madre bien pegado a la piel. Todos nos sentimos un poco culpables cuando entra en meta Purito. Me levanto y lo aplaudo. Llamo a mi padre: ¿lo has visto, lo has visto? Vuelto hacia atrás, muy atrás, al verano de 1988 y mi padre, agotado por el calor, sentado en la litera de Salou, escuchando la radio de madrugada y mascullando: “no puede ser, no puede ser”. El positivo de Perico. Salto hacia delante y nos veo apretando los puños en la salida de Luxemburgo, «vamos Perico, vamos…vamos Alberto, vamos… “ qué grande, Papá, qué grande”, mi padre está emocionado, como yo, los dos tenemos lágrimas en los ojos.

Purito Rodríguez es otro campeón: muy grande. Al llegar a meta sus palabras son de un caballero. Esa temporada lleva etapas en la Tirreno-Adriático y la Vuelta al País Vasco, ha ganado la Flecha Valona y ha estado a punto de llevarse el Giro de Italia. No sabe que todavía le falta llevarse un monumento. Unas semanas más tarde ganará el primero de sus dos Giros de Lombardía.

Alberto Contador ha ganado a lo grande, con guion de ensueño, con el plomo en los bolsillos, como en aquel Tour Cartonero de los descensos con Samuel Sánchez, como en Verbier el día que le dijo a Amstrong que las leyendas deben permanecer en los libros…Alberto ha ganado una etapa mítica, de ciclismo antiguo…Alberto Contador es un clásico, como Gimondi y Fignon, como Moser y Escartín, como Hinault y Perico. Nunca volverá a ganar el Tour de Francia, pero todavía obtendrá la Vuelta de 2014 y el Giro de Italia de 2015. Aquel mediodía, cuando comenzó la conexión y escuchamos la voz de Carlos de Andrés, todos supimos que se venía algo mágico. Algo irrepetible.

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