Plegaria para pirómanos de Eloy Tizón

La espera ha terminado. Vuelve el flautista, vuelve el engatusador, el hombre de las píldoras sabrosas, las páginas agridulces. Después de los momentos que hicieron estremecer a todo el Motel Margot, después de leer “La velocidad de los jardines” y “Técnicas de iluminación”, después de convertirme la religión amplia y pagana de Tizón, llega “Plegara para pirómanos” editado, como siempre, por la mejor editorial de cuentos de España, Páginas de Espuma.

Y comenzamos. Y comienzo, Eloy, porque te escribo a ti porque tú me escribes, tú, Erizo, mi compañero de este septiembre. No he olvidado que me hiciste volver a sentirme vivo tras la oposición, tras el confinamiento, tras toda la enfermedad y toda la tristeza. Me diste luz, de Garray a Cuenca, de Guadalajara a Ateca. Aquella plegaria, mi propia grafía desastrosa, acumulando zapatos que te hacen daño, en las palabras dedicadas a una mínima ciencia ficción es donde los buenos escritores se mueven. No, escritores no, contadores de historias. Escapar de lo social, dejar un hueco en lo cotidiano, una ligera apertura para que se cuele el terror, la fantasía, el terror. La clave es una máquina del tiempo donde uno se sienta cómodo manipulando el espacio-tiempo, las leyes básicas, el barro del personaje. En la rotonda de Xavier todos los mutantes buscan la manera de salir, adicción, librerías de lance, un escritor que no existe, un Tizón que se hace constructor del extrañamiento. Internet es una piscina en calma donde hay pequeñas islas pulp. Un castillo. En la página 17. Si hay un castillo hay un hombre. Y si hay un hombre en el castillo es que yo estoy vivo y vosotros estáis muertos. Erizo pelea contra Camilo José Cela y juega con los números reales, desordenados en el libro de las arenas de Jorge Luis Borges. ¿Hacía ciencia ficción Cela, Eloy? ¿Se puede hacer ciencia ficción, Octavio? Hacer es un verbo horrendo, tiene algo de divinidad. Yo soy un tigre de alma oscura, un lado desconocido, un colectivo de escritores que ganan tiempo, una esponja (el animal antes de ser parte de la ducha): si las cosas funcionan es mejor no tocarlas. VHS. Volveremos a lo analógico, a lo que está escondido. Ese es nuestro terreno, Tizón.

«Vivo el 26 de agosto en simbiosis completa. Más bien soy un parásito de tus cuentos, Eloy. Todos lo somos un poco. Buscamos una migaja, un trocito de cuerda, algo de lo que podamos tirar para construir nuestros propios cuentos. Primero hablas de hacer, ahora de construir, Octavio. Los relatos no son legos, son palabras, las palabras no tienen necesidad de esconderse porque nadie las reclama. Literalmente me dejarás siempre insatisfecho, Tizón. Pues haz como Erizo, Octavio, busca todos mis libros y mis rarezas y mis colaboraciones y mis participaciones colectivas. ¿Soy yo parte también de esta estrofa, soy el puente, soy el estribillo de la plegaria?»

Malcon Lowry, no te lo he dicho, Eloy, pero lleva unos meses persiguiéndome. Primero fue con el libro póstumo de José Luis Rodríguez García, luego al recordar el volcán que llevaba mi amigo Sergio Algora tatuado en el pecho. Otro gran cuentista. Y, claro, el volcán que poseía Rodrigo Fresán. Una historia, una mujer mexicana, muy rica, una finca infinita, tanto lujo que se permitían tener un volcán en mitad de la tierra.

Mucha agudeza, le dices a Erizo. Sale del mar, tiene garras, es un mestizaje de Providence. Un instante, recordar el día que robé un arma de un muñequito de GIJOE en el Corte Inglés y un dependiente me pilló. En la papelería hay más cosas, hay un diario. Mi padre, el día que me detuvieron los de seguridad, empezaba su diario. Una primera página que marcaba el tono del mismo. Spiderman sigue llorando la muerte de la Stacy. La han revivido tantas veces que no sabes muy bien cómo terminará la historia. Eloy, a tus personajes les falta disciplina para el malditismo, pero eso es un detalle muy elegante, dónde vamos a parar. Timidez, quedarse quieto, pintarse la cara con betún, la Ray Milland Band. Sí, otra vez, Pipo y compañía.

Ceguera, escozor, Navidad, padre, siempre un padre, como un poncho o un traje. Todos acabamos poniéndonos el disfraz de padre. Primero el de hijo, luego del de padre y, al final volvemos a ser hijos porque nuestro padre ha envejecido. Mientras viajo al final de la noche contigo, siguiendo el fuego en los ojos de los personajes, la gasolina de las historias de Tizón. Amor, papel, clónicos soviéticos, anécdotas, como si la vida no tuviera suficientes incógnitas tú le añades alguna en tus historias. No hay ni un solo monstruo. Por eso es más complicado crear el terror, el misterio, el realismo fantástico. Cigarrillos que se vuelven a encender a pesar de haberlos aplastado. Cigarrillos rebeldes. Sea África o el Palacio de Buckingham, da igual. Volver a Detroit. La ciudad esqueleto que está en otros libros, no importa. No sigo por ahí. Los pistones son ángeles que vuelan, que alimentan los paisajes, cañerías tóxicas, un vengador, tóxico, también, claro. NO MAN´s LAND como en aquella saga de Batman. Las plumas de los ángeles dejan caer la caspa del diablo. La caspa es de mala calidad y hay que fumarla con pipa. Pipa de vidrio. Paco. Thomas, Dumars, Aguirre, Mahorn y Laimbeer. Y el microondas y el gusano. Coches, coches hambrientos, gallinas y chicos malos. El otro erizo sigue en el camino. Puntiagudo como tus historias.

Estoy pensando en aquella canción de Las Ruedas. También, otra vez, en mi amigo Sergio, en un poema suyo, cuando se levantaban a mitad de noche y buscaba agua en el frigorífico, y bebía y la luz de su reflejo era más poderosa que la luna. El poeta no es Erizo, pero Erizo es un poeta. Es todo y es nada. Podría ser un protagonista de tu novela, Eloy, pero prefiere saltar de protagonista a secundario, de ayer a mañana, de mito a realidad. En cada esquina, preparado para aparecer. Su voz, el silencio, ella, las pastillas, el color, una mujer, un chino, un economato. Verano y el pelo sobre el cuerpo. Expuesto en la cerrazón de una casa. Matamoscas. En Salou, quién jugaba con ellos, ¿están los dos encerrados? ¿Por quién o de quién? Serán ellos los nuevos elementos de la colección de Magnes, rodeados de niebla o de murallas. Decía Andrés Calamaro: “La vida es una cárcel con las puertas abiertas”.

Pastillas para aumentar la concentración. Para escribir una reseña a la altura de la maravilla que es este libro. Me concentro. Agua y pastillas y una crítica a ritmo. Filete de ardilla atrapada. Ardilla fantasmal. El fantasma de la ardilla es el tercer fantasma de la casa. O el segundo, el que viene a sustituirla a ella, ¿es así, Eloy? Te lo dije. Erizo podría haber sido famoso y ha terminado muerto a mitad de libro. Sé que volverá, como los grandes. La ardilla es un camino. Una excusa, un aparte, un nuevo estante para la colección. Erizo es inmortal, como Eloy. Como los cuentos de Eloy Tizón, como la gente que lee los cuentos de Eloy Tizón. Todos inmortales. Es más fácil pensar que son los demás los que han muerto.

Libélulas clonadas. Los personajes se descubren prescindibles. El mismo Erizo. Porque lo importante son las palabras, las frases, los párrafos, los cuentos. Ellos son protagonistas de sus historias. Atrapados en una casa o atrapados en un libro de cuentos. No importa: “Tu novio muerto vive en una lavandería/llorando lágrimas de pelo y tú vas a visitarlo”.

El terremoto en México. El mismo terremoto que pilló al mánager cojo del Pelusa. Estás despedido. Y se abre el pecho. Y el volcán en erupción. Y Magnes clonado y Erizo clonado y Eloy Tizón clonado. Qué rabia. Días fríos en las alas de la tiranía.

No hay Rendfield, no hay Demeter, no hay Gloria Bistrița, solo un personaje que sobrevive, que fluye de historia a historia, cuentos que no terminan, lo onírico se derrama sobre las hojas con la imprudencia de un valiente. En los Cárpatos hay seis o siete escaleras. Un juego de mesa ensangrentado y muchas pastillas. Y gramos y sustancias y un puente, quién eres, un silencio, soy un manicomio, soy Arkham, soy, en el dos, un profesor que sueña que tiene que aprobar el COU, que hace el mismo curso que sus alumnos, que escucha, de fondo, a su padre diciendo: “Lo importante es sacar sobresaliente en matemáticas”. Te levantas, cuentas el tiempo, no falta mucho para que te disparen. El disparo es un estornudo de Dios. No sé si lo dice Tizón o lo he apuntado en un momento de inspiración. Ajedrez y química. Una escena de Indiana Jones, de las Minas del Rey Salomón, de Arnold peleando contra el Depredador. El barro sobre el cuerpo hasta que las luces rojas se apaguen. Luz oscura para el desfile. El Erizo muere con elegancia, de sobredosis zombi, de hambre. Camino de lo profundo. Los profesores examinan las pesadillas y solo ponen la mejor nota a las que satisfacen el sueño de Cthulhu (como el capítulo de Love, Death & Robots).

¿Estarían en guerra? ¿Hay una farmacia de guardia? ¿Por qué tantas fórmulas matemáticas? A eso te respondo yo, Octavio: te lo ha dicho tu padre en todos esos sueños repetidos y repetitivos. Lo más importante son siempre las matemáticas. Cinco, me he perdido el cuatro. Bar y farmacia se funden. Se funden como el día y la noche en el amanecer, en el bar del aeropuerto, en el bar del tanatorio, la fiebre amarilla, Fernando Fernán Gómez y Félix Romeo. ¿Me estoy explicando, Eloy? Seis. Un ascensor. Contemplar cómo la tierra tiene las peores heridas en lo profundo del abismo. Ph´nglui mglw´nafh Cthulhu R´lyeh wgah´nagl fhtagn

La confirmación del susurro. El final. O el principio. Marianne. Tanto tiempo. El monje que ve los incendios, los incidentes raciales desde las colinas de Los Ángeles. Ha visto el futuro y es un crimen. Colonias de los ángeles. Ángeles ciudad, ángeles que vuelan. La olivetti portátil, una escapada para comprar una botella de coñac. Beberla en ayunas. Roshi. Un teclado de juguete, una caja de ritmos barata, unos calzoncillos para componer en el frío de un garaje abierto a la calle. Marianne es un personaje de documental. Si dices Marianne ya sabes a qué Marianne te refieres. No hay otra. Solo la hermana de la morfina, Octavio. Tienes razón, Eloy. Sigo.

«Es como el danone, el papel albal, el colgate, como Cohen, como Lorca, como Lorca Cohen. Cebolla como la inspiración de los poetas españoles y su aliento, los poetas españoles, los críticos españoles, los aprobados con plaza en un pueblo pequeño, que solo conocen el sabor de las aceitunas de Kalamata porque las comen, los poetas de provincias, mezcladas con hummus industrial de las estanterías del Mercadona. Hummus industrial y flores para Hitler».

La santa india, el speed, añorar el speed, cualquier sustancia para acabar la reseña, para ponerme a escribir mis propios cuentos, los que voy a presentar a un millón de concursos locales en los que se encontrarán con otro millón de cuentos de escritores de provincia, profesores de instituto, jubilados, todos con aliento a cebolla y olivas y café, mucho café. Si hay suerte sustancias y canciones, toallas y aceites esenciales. Los cuentos de Eloy Tizón en vasijas escondidas en el Mar Muerto, los rollos de Qumrán. Erizo te hablará, Eloy, de lo que he copiado entre tus cuentos, entre los versos del Cantar de los cantares, todo para presentarme a concursos populares, de orquesta y dudas. Pensar en Rodrigo Fresán, en las Duras, en Hiroshima, huevo de Godzilla, Al Capone, El Santo, México, organizar una velada en Aguascalientes, un grupo tributo a Sharon Robinson, a Jennifer Warnes, a Judy Collins, a Madeleine Peyroux, a Anjani Thomas, una orquesta tributo a Kelley Lynch. Espero que estés tan muerta como yo. Con la bolsa del combate podría dedicarme solo a escribir. Solo así podré ser completamente feliz.

Un libro mágico, tintado de brumas, con recelosas oquedades, donde Eloy Tizón vuelve a demostrar que es el mejor cuentista del país. Un libro que arde como un incendio entre las manos.

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