Los libros de poesía son hojas que se disuelven en el tiempo y solo las manos generosas de los amigos, que conocen tus gustos, impiden que las arenas movedizas del olvido devoren algunas piedras preciosas. En una especie de cronolector actualizado, recibo el aviso de Ana Segura desde su Torre de Babel y leo y disfruto de este Sálvida editado por Pregunta. Un poemario distinto, agreste, de vísceras que exhalan raíces, de amores saturados de semillas, de gritos atrevidos a la naturaleza descompensada que nos rodea. Nunca un crítico, un escritor que reseña, se acercó con tanta pasión a la parte más poderosa del terruño, poética de la lava, del barro fabricado con la saliva de las palabras. Pero la devoción que me produce la lectura última de los poemarios, sobre todo los de Ángel Gracia, me acompañan en la pasión por los nuevos colores, cíclicos como las estaciones.
Las citas crecen en el interior del poema, cada hoja tiene pulpa suficiente para versos como estos: “Los cuerpos contagiados allá en el mismo fondo/acogen el surco y lo contemplan” o te arremolinas alrededor de “La tormenta parece subir/desde el trigo/despejando el suelo”. Ocupando en lo alto lo que pertenece al lago y al que nos acercamos con miedo (una forma de enmascarar la prudencia): “Me abrazo a la humedad del hombre/que recuerda el peso de otro cielo”. Y avanzo, como en un bosque derretido por la nuclear distancia del hombre apaisado: “Las mujeres entran/y suspiran la luz. Cruzan las rosas/ dañando al campo. Enfurecen al cisne/que sangra para ellas […]”
(mirar el mar/no ser la mirada/mirar el cuerpo que hay en el mar/ver que el mar y el cuerpo son ya sombra)
La semilla que ahoga, con fuerza, se escupe, para que crezca libre: “¿Cómo estar fuera? /sin antes la flor en la garganta”. Viene el tiempo de todos, traen sed, no saben si hay agua, luz, amor y vida para saciarlos a todos. En ANIMAL escucho la banda sonora de las canciones de Ixeya. Y la misma banda sonora del libro, registrada en un folk de olas rotas. “Bastos corderos que copulan/el infinito”, sea el clavo hueso en el metal canino, ver cómo se vacía el hueso hacia la luz. Ella, poeta, indignada por la realidad que la invade, la urbanidad es deprimente, la humanidad habita un paraíso incorrecto, pálido y lleno de huecos.
PERSONA: en el agua: “Abre el camino que me ha hecho hiedra adentro”. Noche de hiedra. En la no vida: “No engaña el color de la urna, el lugar del hueso/o el espontáneo violeta del cardo”. En la no vida que es el no hambre, primero “Aquí solo puedo alimentarme” y “Tiene el calor atrapado del árbol/la anchura boca de la madre/en la noche”. En el silencio: “Luego en el agua buscará la casa, /la ola que inunda a la mujer, dentro, /sin nombre o con nombre de cabaña”. En la tierra: “Polvo de arena roja alumbra el cielo/ciego de cantos germinales”. En el rugido de la paloma, el ladrillo es polvo enamorado de drogas germinadas. Para cerrar, en el calor (solo y derretido no hay realidad que soporte a los sentidos): “Entibia/puebla a la masa bajo edificios/del pasado trigo”.
«Me detengo y escucho la música, su música, rosa de agujas imposibles, tatuajes en los árboles, allí donde la vive la eternidad».