Algunas palabras sobre 20 canciones de Jorge Decarlini (2023)

Jorge Decarlini realiza en 20 canciones un alegato por la belleza de la canción pop. La mezcla de melodía y letra, fuera de tiempo y lugar, de intérprete y de modas. Gente con una trayectoria mundial y artista con un solo éxito. 90 segundos o el único número uno al que había que dar la vuelta al single para radiarlo. No es lo importante. Lo importante es una pregunta eterna, inexorable, imposible de contestar. Quizá sea de Nick Horny, no lo sé, es tarde y estoy cansado. Mi hijo duerme: ¿la vida imita a las canciones o son las canciones las que imitan a la vida? Eso es lo que me hace feliz. Los cuatro años de mi hijo. Los años que, espero, nos queden por delante para que yo pueda enseñarle algunos de los temas que me han hecho ser quien soy. No sé si mejor o peor persona, solo yo. 20 canciones de Jorge Decarlini está editado por Libros del KO.

No todas las canciones tienen el mismo orden, la misma situación en la vida. Si vamos a Alfonsina y el mar, pienso en El salmón, en Andrés Calamaro grabando de manera compulsiva en estudios portátiles, días de setenta y dos horas, Madrid y Buenos Aires, cargados de cintas de TDK que compraba en almacenes chinos. Calamaro intoxicado pero con la trompeta de Jerry González (o puede que no, no es lo importante, en aquellas canciones, en aquellos días, todos contribuían a hacer de Calamaro y su obra un cadáver exquisito que podría haber acabado perfectamente en el mar, el mar de asfalto de Madrid o en el de la plata, con mayúsculo o minúscula). O escuchar Al alba, de la que hemos extraído una y mil metáforas, aquel hambre atrasada que trae la muerte, Rosa León que elige a Aute como también lo hace con el poeta Ángel Guinda (compré un LP entero en una tienda de vinilos de Alcalá de Henares), Rosa León y Zahara, como una canción hecha para las mujeres que esconden a sus hijos en las cloacas, que no quieren que salgan, el mundo devora, con un apetito más propio de la gula que del hambre. Luego llegará el Proceso de Burgos y el Caudillo asesino que asesina a los asesinos. Todos asesinos, unos convertidos en héroes, otros el sitio. Y los Beatles, inventando la soledad y convirtiéndola en canción, con los violines que sirven para transportar en el tiempo la narración con tanto gusto como Eleanor Rigby se hubiera dejado caer en los brazos de aquel sacerdote. Paul es más Bob que John. “María la Portuguesa” en la voz de Enrique Urquijo, con esa dicción de narcótico abandonado a esa mezcla de fado pasado por la ranchera, una historia en unos versos, con Begoña Larrañaga en el acordeón. Carlos Cano y Enrique Urquijo reventaron su corazón de tanto bombear vida. Enrique que cantaba El Hospital de los Pegamoides como si fuera el anuncio de que Carlos Berlanga y él mismo se marchaban, en busca de un mar que se pierde en los ojos. Al final son las sustancias contra el cuerpo, amores ajenos, de los que entran en el cuerpo para no salir a menos que sea con un lamento.

Volveremos a las coplas, pero nos quedamos ahora con el momento Lonesome death of Hattie Carroll del tío Bob. Cuando el tío Bob era el niño Dylan que imitaba a Woody Guthrie y los dos perseguían los cruces de carretera donde Robert Johnson y Bessie Smith trasegaban licor de patata esperando el demonio negro que se llevara al demonio blanco. Mezcla periódicos ardiendo, mezcla once hijos y un bastón, mezcla el licor mal digerido. El demonio blanco siempre tiene algo de graduación prohibida. De Bob a Joan Baez. La Joan enamorada, la que se dio cuenta de la electricidad que emitían los rizos de Dylan. Baez entre la canción latinoamericana progre, de casete y Renault 12 verde y su aparición estelar en la gira de los locos, la de Mick Ronson y Allen Ginsberg camino de la tumba de Jack Kerouac a principio de los setenta. Baez mira a Dylan con ternura materna. Algo se estremece siempre. Dylan juega con los narcóticos. El mejor Dylan estaba en que perseguía a la Hardy mientras devoraba centraminas como si fueran caramelos. El que tocaba la guitarra como aporreaba su máquina de escribir. Y Joan Baez, con demasiados pies en demasiados sitios.

¿Qué decir de Pequeño Vals Vienés? Que sobrevivió a Ana Belén para caer en las manos de Silvia Pérez Cruz. Que la aurora de Nueva York saca a bailar todas las noches a los hijos adoptivos de Walt Whitman y Sissí Emperatriz. Negros y cocodrilos, la bolsa, Manolo Tena, Leonard Cohen componiendo con un sintetizador de juguete, Lorca Cohen, en el vientre de una de sus mujeres. El cigarrillo de Morente, la sangre de Morente. Eric y Antonio. Omega. Los evangelistas. No, ese no es camino de decir adiós. ¿Puede que sea la canción más perfecta del mundo? A mí me ha salvado la vida muchas, muchas veces. Le pedí matrimonio a mi mujer bajo una tormenta de buganvillas en Granada. Corrían los fantasmas de la línea 1 diciendo que el maestro había muerto en Madrid. Y mi mujer no quiso casarse conmigo.

¿Y el Diego? El Diego de la gente, el Diego que baila en el cielo, el que baila en el infierno. La canción de Rodrigo, Rodrigo en el Luna Park como si fuera un boxeador. Rodrigo y el Diego cantando juntos, intoxicados por esa manera extraña que la Argentina tiene de convertir a los más débiles mortales en dioses. Arrastrarlos hasta el abismo y luego abrir los noticieros con sus caída. Puedes hacer una mixtape con canciones dedicadas al Diego: Los Piojos como Maradó, Para siempre de los Ratones Paranoicos (Juanse contó que estaba más asustado el día que la cantó el día que acabó la Noche del 10 que cando estuvo de telonero de Rolling Stones en el estadio de River Plate), la obsesión de Manu Chao (Santa Maradona con Mano Negra y la Vida tómbola en solitario, como si las diatribas de falopa del Diego fueran extractos de la revolución. Un burgués con dos relojes de oro y un millón de hijos por reconocer). Ya no hablo de “Maradona” de Calamaro, de lo peor de su Honestidad Brutal (para eso escuchar al Diego cantar con Andrés “Hacer el tonto”, en un estudio de Buenos Aires, con el Marcelo «Cuino» Scornik en pelotas los tres. En pelotas, desnudos, digo. Dicen, por cierto, que entre los millones de temas de la época de Camboya Profunda, hay alguna grabación más de Maradona con Calamaro atacando con mayor o menor enfarlopada fortuna clásicos populares). Calamaro ahora lleva sombrero de cowboy porque su melena languidece, esos pelos rizados escasean.

Madonna llevó “American Pie” al éxito una vez más. Pero yo, solo puedo pensar en John Milner. La canción de Loquillo y Sopeña. La canción en la que Sopeña pone en la voz de Loquillo la historia de American Graffitti, el joven Harrison Ford, George Lucas en una galaxia muy muy cercana. John Milner estaba el día que la música murió. Ahora la camiseta blanca le queda estrecha y no puede peinarse el tupé.

«En agosto de 2002 me marché a Buenos Aires con un walkman y algo de ropa. Una cinta TDK con canciones argentinas de Joaquín Sabina: Buenos Aires con Fito Páez, Con la frente marchita por Adriana Varela, Eclipse de Mar en versión del rosarino Juan Carlos Baglietto… alguna te dejas, Octavio. Sí, la Biblia y el Calefón (Charly, Diego y Joaquín)… me enamoré de una bostera que consideraba a Dalma y Giannina como sus propias hermanas. Iba fuerte Sabina en aquella época. Luis Cernuda y la falopa. Una combinación que lo ha dejado conservado en formol. Alejo Stivel hizo como Rick Rubin a Johny Cash: le obligó a tocar la guitarra en sus propios discos. Por eso suena así la lija. Luna Park y Gran Rex. La ciudad de la furia».

Más canciones, Billie Joel y su piano, más amable que los de Tom Waits pero cerca de la decadencia de los lugares de playa en septiembre, Tatuaje de Concha Piquer, Tatuaje de Pepe Carvalho, Tatuaje como un ejemplo de la copla de arrabal, de esa mezcla entre el Amsterdam de Jacques Brel y la milonga que se canta en Puerto Madero cuando las timbas de la garufa vienen mal dadas. No hay garganta más llena de arena que la de una mujer con la sal pútrida que exhalan los alquitranes de los barcos, la pez que salva las vías de agua de las malas vidas. Las malas interpretaciones del Born in the USA son ya un clásico de la cultura pop. No conocía que había sido una de las composiciones de Nebraska, aquel LP maquetero, en el que se podía escuchar el sonido de la silla de Bruce Springsteen mientras marcaba el ritmo de Johnny 99. Johnny 99, el chico del arma y la gasolinera que salía en Héroes de Ray Loriga.

Francesco de Gregori no solo canta a los bandidos y los ciclistas, también adapta con gusto a Cohen y Dylan al italiano. Serio, como Juana de Arco, ha visto el futuro y es un crimen. Una recomendación que no me han pedido: una gran canción sobre ciclismo es Gimondi e il cannibale de Enrico Ruggeri. La historia del más elegante de los ciclistas italianos, Felice Gimondi, arcoiris en Barcelona en 1973 y cómo supo sostener la mirada al ogro, al caníbal, a Eddy Merckx. No solo de glam rock se vivía a principios de los setenta. Serrat enamorado de Marisol, escribiendo canciones de amor, yerba y Barcelona. Serrat, aragonés, charnego, patillas y actitud. Coherente. Sonriente. De Larios con cocacola y algún pitillo. Mi único disco de Nirvana es el acústico en Nueva York. El hombre que vendió el mundo. Al mundo, que se vendió a él, las canciones de blues tradicional, Cobain con dolores, Salou, la noche que, esperando las noticias deportivas de las doce, anunciaron en la radio que Cobain se había pegado un tiro. Leo un libro magnífico de Toni Castanardo, las Chicas del Q, y sueño que Polly era PJ Harvey. Pero sé que no es posible. Esto es la vida real, no las canciones.

Mientras termino este texto el Manchester City ha ganado la Liga de Campeones y hay rumores de que los hermanos Gallagher se junten otra vez. Hubo un tiempo en el que veía una y otra vez a Liam en Glastonbury con las maracas haciendo a capella Don´t look back in anger. También pienso que el rock es mucho de hacer revueltas desde la cama o, más bien, de dejarlas para el día siguiente. Y me pregunto si alguien le preguntó a Noel qué pensaba de ponerle a sus canciones Stand by me o Don´t look back in anger teniendo en cuenta que estaba el tema de Bowie en Lodger o la peli de Stephen King (o el Rogaré de Silvio). Ay mi Rocío.

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