El nuevo libro de José María Conget, La verdad sobre el amor, editado por Pre-Textos, se construye sobre distintas permutaciones del hombre: el intelectual aburrido, que con aires extraños es capaz de construir un diálogo como una reacción química, o saciar la ansiedad con el WhatsApp, como en esta era digital donde dar por terminada una relación es algo tan sencillo como darle al F5 obsesivamente. La actualización 2.0 del amo. La Espiral, el lector del papel, el amor en la pantalla. Conget funciona con las aplicaciones de mensajería como la mirilla secreta en el que todas las posibilidades se nos abren. El cambio, un cuadro, Christina’s World: un labio, un cumpleaños, un golpe, un final.
Atrevida conjunción de relatos, resueltos con oficio, mutantes en la perspectiva, aunque el trasunto del autor funciona en la escultura básica de un fenotipo, sabe aclimatarse a las obligaciones del oficio con una elegancia fuera de toda dura. En los sonidos de la noche, en Madrid o en Nueva York, no importa, los sonidos de la noche, sea Zaragoza o París, son el amor y la soledad. Como una radio emocional que sintoniza: ruidos para la noche, ruidos para el día.
En el cuento “Nostalgia de la materia” se disimula el ayer con un hoy judicializado por la política: una reunión sindical, esos ensayos de Fowgil sobre la parte trasera del cuello femenino. Una mirada perdida. El amor es una perdición continuada y eso se refleja en la búsqueda obsesiva y contraria a cualquier refugio estadístico, que sería encontrar el alma perfecta, complementaria, pasional. Del FNAC a un mitin de la UGT. Todo sabe a nueva ola francesa. Todo sabe a esos instantes de Carlos Castán. Todos los escritores del mundo están enamorados. Cierre del cine, cuarenta y ocho horas de amor. Como una botella de coca cola, el comienzo es tan poderoso que uno no acaba sabiendo cómo seguir. Móvil, camas separadas, otra vez el móvil. Repito, es curioso lo bien que maneja las distancias digitales, el uso del teléfono y el ordenador, para relatar la realidad que nos roba la carne para ofrecernos la experiencia virtual. Cada vez más salvaje, cada vez menos pleno. Todo sospechas y obscenidades de ceros y unos.
O en la “Indiferencia”, donde de lo urbano se traslada a lo rural, donde en el pasado se encuentran los mejores sabores: a tebeos usados y cines Amaya, las sesiones dobles. La vida, el amor, el tiempo, el mundo que se resiste a permanecer detenidos. Los Agotes, como en un programa de Iker Jiménez, en la vejez todos volvemos a lo pulp esperando el rastro abandonado de una vida distinta, como un mal viaje en el tiempo. Mujeres, exmujeres, dinero, mensajes de textos, mensajes que articulan la voz de los que somos cobardes. El Split, que dicen ahora los horteras, el momento clave en el que todo se separa. Dimensiones rectangulares de la vida, un simple 2×2.
«Si repasamos las Leyes de Newton, el amor que está en movimiento, si no encuentra una fuerza contraria, seguirá en el mismo movimiento en el vacío. Así que llevar velocidad constante o permanecer detenido termina siendo lo mismo».
“En el lado sombreado de la calle”, todo funciona como en un reguero de pasiones, que son gasolina, que arden por la emoción abandonada. El hombre egoísta pero con un extraño sentido paternal. La modificación del intelectual adicto a los placeres y al rechazo: di jazz, di colección de vinilos, Hampton, el visionado en vhs de “Muerte en Venecia”. Las caras B de Visconti, el apetito de Coltrane. Hoy, con sus pechos desaparecidos, también se marchó Jane Birkin. En el relato, lo exquisito explota, con ese combustible del que he hablado antes, con el mayor de los pecados sociales: un duro golpe en la boca del estómago.
La pasión por el coleccionismo, otro de los elementos fundamentales del libro, que, en mi opinión, va creciendo conforme avanzan las páginas. De chocolatinas a bollería, el número, el cromo, el azar, la locura contra las matemáticas -otra vez-, de la colección. Las colecciones completas, el desánimo. Yo, como coleccionista, no lo conozco. Quizá se impone la semilla de aquella frase metalúrgica: “lo importante es el camino, no el destino al que llegas”. De cromos a mujeres, en un bazar explosivo de diversidad sexual. Me atrevo a decir, es Conget, es un canon, bien por usted, que se permite en esta ficción dar a los que acudan una muestra de lo políticamente incorrecto. Truffaut -he vuelto-, o Éric Rohmer como excusa.
«El coleccionista como un elemento más en la colección, cómo los bellos, los feos y los intelectuales. Y los futboleros. Es el granítico soporte del libro, mi cuento favorito».
El libro tiene un relato homónimo, “La verdad sobre el amor”, donde la repetición, el mantra, el reflejo sin respuesta, es una construcción magnífica, la insondable apatía del amor cuando comienza a no ser correspondido. Sexo, sexo, sexo en Conget. Correos electrónicos, enviar una botella en la nada digital, el encuentro, los anillos, los tebeos como un ancla para la vida. Qué curioso. La confesión, la acumulación de referencias, hacer de la literatura un rastro a seguir para el amor.
Los libros de instantes, las frivolidades de los orgasmos, el amor como objeto transitorio en el camino hacia la repetición de los días. Y leer a Tintín y escuchar viejos programas de radio del misterio, UMMO, una carta que ya no vale, solo un correo electrónico, una voz digital, descargada de los matices precisos por un mundo que ya no se esfuerza. Volver siempre a Perec. Volver a los hijos como final del juego del amor.
Y el amor, una cadena, llena de puntos débiles, fragmentos siempre dispuestos a caer al suelo y perderse bajo la mesa del salón. Distancia y millones de esas cuencas, cada una de ellas la pareja que prometía ser perfecta y cada cadena, cada collar, unido a otro collar, a otros collares de los que tú puedes formar parte.