Editado por Repetidor este mes de junio, el proyecto solista de Juan Carlos Fernández es un compendio bucólico de cuerdas afinadas en el tono del sosiego. Ironía que impregna las letras y una instrumentación minimalista que nos lleva a las raíces de todo, a Robert Crumb y Gijón, a Kiev cuando nieva (ahí está Javier Aquilué sacando los pinceles en algunos arreglos de banjo y acordeón) y a los desiertos de Mojave, donde las guitarras son múltiplos de dos, tres, cuatro y seis. Es una manera retorcida de decir doce, cuando, en realidad, todo funciona como un reloj familiar, con la percusión samaritana de Frank Rudow, que se pone, además, tras la mesa de producción.
Suena cercano, pero no localista, abre con “Lo mismo”, robando lo que ya está robado de las minas de oro, tienes un momento de frontera con “Pintando el cielo” y algo de corrido -más mexicano que vienés- en “Vals”, que nos acerca a la parte más política del disco. En “Mantra” hay unas palmas. Las palmas siempre son exigentes, como conseguir satisfacer a los progenitores y el resto de los vigilantes de la moral. Perezoso en “Cargado de razón”, con sus sentencias sacadas de la barra del bar. Hay una esquina donde todos podemos sentirnos gobernantes de un mundo cuyo diámetro se mide en unos pocos centímetros. Así que hagamos unas voces y pidamos que nos pongan otra ronda, sea sol o sombra, ya solo nos queda silbar… pop para “La probabilidad”, pop más manejable. Porque a Baladista hay que ir bien cenado, con ganas de escuchar. Estamos en tiempos de inmediatez, de abrir los sobres de cromos sin mirar qué jugador te ha salido, así que el cierre, con “Ciencia ficción” y la voz de Laura Clarck recuerda a aquel fragmento de Rodrigo Fresán: “En esta playa los padres aplauden mucho, ¿pero tú viste a alguno regresar?” En verano, los cuentos y las canciones se ocultan bajo la arena, solamente es cuestión de excavar.