Durante los meses de mayo y junio en la Sala de Exposiciones de la UNED en Calatayud se puede disfrutar de la exposición de la pintora aragonesa Lina Vila, “Pan de mis días”.
PAN como todo, no como trigo, no como hambre básico, PAN como el dios, como Arrabal, Topor y Jodorowsky, PAN de Pánico. Patafísica, la ciencia de las cosas imposibles, como un virus que encerró al mundo desde su poder microscópico. Como las transmutación del hombre en oveja, en cabra, en cabrón. El vergel está en decadencia y las referencias bíblicas nos recuerdan que todos somos candidatos a ser sacrificados para un BIEN mayor. O un mal menor. Por eso la saliva es un carnero sagrados atrapado en una jaula con las puertas abiertas. Así vivíamos en aquellos tiempos, rodeados de un bosque de murallas altísimas, de leyes con cuernos y lana. Los autorretratos se mezclan con abuelas de Nueva York. Es 1994 y Lina Vila camina por sus calles. Compra poesía. En un libro las abuelas quedan atrapadas durante treinta años o menos, da igual. Nunca envejecen. Ahora han vuelto para devolver la belleza y la tristeza.
Un árbol caído donde humanizar a los animales. Ovejas que son el paso del tiempo. Ya sabemos que el tiempo derrite los relojes, que mezclar con agua a los hombres de arena los convertirá en barro. Hay curas bailando con esqueletos que no miran su teléfono móvil. Una serie de incendios donde el solitario no entiende el porqué de tanto revuelo por el aislamiento. Uno solo con su mascarillla en un campo inmenso. Mira a las capitanas girando y girando, otra metáfora del tiempo y de la locura de la soledad. Las capitanas que se burlan. Siempre han estado solas, en las películas del oeste, en los cuentos y bajo la cama, ahí donde nunca limpiamos. El desorden del mundo tiene un cómplice en los políticos y sus caretas, en sus máscaras y mascarillas. Ciudadano, mitin y pueblo. Técnicas mixtas.
Todo se transforma según el ojo que mira la obra. Me gustaría conocer el sabor de las manos que pintaron los cuadros. Según la visión de uno el cuadro cuenta una historia o la esconde entre otros ojos. Lina ofrece y el público dispone. Aquellos árboles de mil raíces, aquel hombre de mil arterias. Unas veces Lina no tiene respuestas y otras, simplemente, no quiere darlas. Tapices de la dama y un unicornio que ha huido y se esconde en Toulouse. Mi hijo en Soria, mira al cabrón subido en los hombros de Josema. Una valla es lo que separa el asfalto de la huida. Vuelan los alambres de espino como aviso de lo que estuvo a punto de llegar.
«Pan de mis días es la llave que abrió el final del miedo, aquella puerta que estaba al final del pasillo, desde donde la muerte imitaba el sonido de los animales perdidos. Ahora, por fin, vemos luz en la luz».