Algunas palabras sobre Entresijos de Víctor Coyote

La revuelta será con tinta o no será. Eso lo sabe la gente de Autsider Comics, que sigue mezclando arte y rebeldía, con un gusto inmejorable. Ahora llega Víctor Coyote, muy macho, muy gallego, muy visionario. Entre arquitectura modernista y personajes de su Madrid nos entrega una galería de Barrios, estampitas y persons de Madrid. Una guía distinta, una guía que recoge lo publicado por Víctor en la revista M21 Magazine (más tarde conocida como eme21 mag). Pedimos una coca cola fría y helada y comenzamos a paladear uno de los placeres más extraordinarios: la observación.

El Madrid de Víctor Coyote, el Madrid que Víctor Coyote ha escuchado, probado y tocado. Olido y visto, claro. Víctor Coyote sensitivo en la intersección de los caminos, con su guitarra barata, cuatro duros, en un cash converter, atendido por un dependiente con un cierto aire a Robert Johnson. La guitarra de Moris, la guitarra de Pepe Risi, la guitarra de Roth. Luego volveré a Moris y su hijo Antonio, que volvió unos años después y grabó Nocturno de princesa (y sé que imita el hablar de los youtubers españoles para el regocijo de su hijo porteño).

Con una narrativa superpuesta y aparentemente aleatoria, entre Circular 22 de Vicente Luis Mora y los cuadros de Amalia Avia y sus instantáneas imperecederas de “Japón en los Ángeles”, el Mercado de Tirso de Molina, con su casquería y su sustrato vital de polleros y fruteros, bares de durum con callos y arroz condimentado. En Madrid Río vive el realizador Sergio Duce, que marchó de Ateca hasta Madrid y pasó mucho tiempo en una canción de El Niño Gusano. Esperando. Volveremos a él. Zapatos y fútbol.

Lituanos y cumbias. La cumbia nos salvará. La bailanta ha llegado a Madrid. Si en Aragón tuvimos a Dick El Demasiado, nada impide que llegue la electrónica de corte animista, el volcán, Tesla tiene nombre de marca de theremines. Hablo con Alberto Riazuelo (le pide una letra mejor, yo podría habérsela mandado, aunque no por escribir mucho escribes mejor). Busco a los caballos y encuentro esto:

 

“Los Caballos de Dusseldorf (LCDD) es el laboratorio de experimentación y escaparate de muestras de las capacidades sonoras de los cacharros, de los doorags, de Olaf Ladousse (metamorfoseado para la ocasión en El Burro Ácrata). Acompañado en sus correrías por otros tres secuaces: El Potro de Cascorro, La Yegüa de Dresden y La Mulasaña, que esconden sus verdaderas identidades bajo estos seudónimos equinos. La razón principal para este baile de máscaras, similar por otro lado al que propuso Servando Carballar con Los Iniciados, proyecto paralelo a El Aviador Dro y sus Obreros Especializados, es la de que el pasado musical de varios de sus componentes no perturbe la repercusión o aceptación del grupo”.

 

Pronto será otro lunes de hierro, automovilismo de motos pequeñas, Ángel Nieto (¿y Miqui Puig? Con su agrupación cicloturística, el olor a gasolina, desde Barcelona Norte). De Zamora. Vendimos el espacio público a un timador. La calle, la grava, sigo la línea del Coyote hasta Canillejas. Aparece Bultó y descanso por mi amigo Miqui. Barcelona 1960. Tui, Pontevedra, el Jarama, Ángel Nieto. Ángel Nieto en 1971 con una camisa Costa Fleming, una de las que se ponían los oriundos que traían los equipos de fútbol españoles aquellos años. El Jarama, como la novela de Sánchez Ferlosio, con sabor a tortilla de patata reseca y trajes de baño pudorosos.

Cascorro, el rastro y la gasolina. 1996 a 1898. La Guerra de Cuba. Los americanos primero en Filipinas, luego en el Sáhara, hacen malabarismos. Porque Eloy Cascorro era un patriota español (¿ahora qué hacemos, loco y patriota?) Los antisistemas españoles son los más españoles entre los antisistemas. No hay nada más español que odiar a España.

Mi amiga Marta toca la batería con Jabato y el bajo con las Las Jennys de Arroyoculebro. Siempre nos está hablando de garitos. De lugares donde hace veinte años a mí se me hubiera puesto el alma dura. Ahora estoy escribiendo a las dos de la mañana porque aprovecho que mi hijo duerme y mañana no tengo que levantarme demasiado pronto para dar clase en el instituto. La aguja y, antes, el Templo del Gato. Ella, mi amiga Marta, fue la que me llevó al Funhouse. La primera y última vez (por ahora, jeje, no te ilusiones, Octavio).

«He visto tocar a Víctor Coyote en la Sala Morrissey, en la Lata de Bombillas una mañana de enero, en el Festival Periferias en Huesca (y en la Jai Alai con los Mestizos). Ricardo Moreno, molinillo, que tocaba en la Marabunta y en los Ronaldos (aunque cuando yo los vi en En Bruto ya estaba Daniel Parra) y Pablo Novoa (el mito, el tipo que era parte de Golpes Bajos, con aquellos calcetines blancos y esos tirantes para la foto)».

Volvemos al Theremin. Hay algo de repetición acumulativa en este tebeo y en este texto. Ahora pienso en Silvia Grijalba. La periodista más bella del mundo. No es la intérprete de theremin más bella del mundo porque está Lydia Kavina cuando toca con Messer Chups. En el repertorio de Coyote siempre me falta “Azcona 16”. Escribo a Marta. Le digo que si se entera de cuándo vuelve Coyote a tocar al Funhouse me avise, que me lleve, por favor. Ella tiene entradas para Siouxsie. Allí se encontrará con Santi Rex, el tipo con el que he visto casi el 100% de mis conciertos de Víctor Coyote.

Y Fito Páez. Me gusta. Me gusta Fito. Me gusta aquella frase, “fumabas unos chinos en Madrid”. En un autobús para la colonia San Francisco quisieron subir a un chivo. Te sonará la expresión oler a chivo, ¿al final pagará el billete ? Deportes extraños en los que la ganadora es una actriz de teatro. El waterpolo que se pudiera jugar en el Yucatán pre-incaico y ya me perdonarán por los saltos temporales.

Miguel Fisac llevaba el mismo bigote que mi abuelo. La Pagoda, un edificio para unos laboratorios químicos. Cuando en las ciudades todavía se construían industrias (recuerdo caminar a las 5, 45 por la Avenida de Cataluña, en Zaragoza, con los ojos cerrados, guiándome por la memoria y el resto de los sentidos). Industrias pesadas y potencialmente tóxicas en el centro. Pero eran tiempos en los que los ginecólogos fumaban en las consultas. Busco la Nacional 2 para ver si pasa por mi pueblo. Fisac y el amor. El cuerpo humano. Las vértebras. Las vértebras de hormigón. Un buen día para buscar un punto de fuga.

Larra en el parque de San Isidro. Víctor Coyote llama a cobro revertido al Dr. Alderete. Le dice que ha visto el fantasma de Francisco Umbral yendo al Café Gijón. El fantasma de Umbral le explica al fantasma de Lara cómo fue su vida (la de Larra) y cómo tendría que haberla vivido. Unos detalles nada más, para que su “Anatomía de un dandy” fuera lo más precisa posible. A Larra le gusta “La huesuda”, le gustan las canciones madrileñas de Ariel Rot, sin h, sin apellidos judíos, le gusta el reguetón, los cigarrillos de la risa, la picadura canaria, el papel y la tinta, dar con sus huesos en el suelo.

Cuando el hambre llega uno fríe lo que tiene a mano. No le importa lo que sea. Qué rico está todo frito en aceite de vegetales exóticos, con sus colores fosforescentes, antiquísimos, las paletas y los juegos del Perú, un chancho bien crujiente, los frijoles cocinados sin prisa. Comemos en el mercado que nos dice mi amiga Marta. Comemos pasta y me pregunto si es el mismo Mercado de Mostenses del que habla el Coyote.

Me empapo de sonido Caño Roto. Hacíamos fanzines y mandábamos los relatos por correo postal. Me inventé un grupo que la habían roto con una versión de Il ragazzo della via Gluck con arreglos de José Luis de Carlos y featuring con El Pescadilla, los Chachos se llamaban. Me fui hasta Amsterdam buscando un single que no existía, como la banda. Manzanita cantando una versión de Culture Club, la misma que hacía Kevin Johansen. Hay un BMW en una esquina y ningún interino pone sus primeras desideratas en los institutos de la zona cuando llega septiembre. Ecuavoley con Cerro Almodóvar. Maluma y Daniela. Deportes de soda y plaza, dónde volveremos a juntarnos. Una panza, eso es lo que parece la elevación del parque. La panza de un dios dormido que espera para soplar los balones que le lleguen y dejarlos toda la noche colgados del cielo.

Dos días en las piscinas de Aluche. En Aluche sigue viviendo Willy Toledo. Tiene una tienda de corbatas. Nada de Cuba. Eso son bulos de la ultraderecha. Él tiene un negocio de cercanía. Cuando se le pone mal la capsulitis de abrir y cerrar cajas se pasa por la Ruber. En mi pueblo cuando no hay alumnos me meto en la piscina, hago unos largos. Piscina vacía a las dos de la tarde. Todo el mundo está comiendo. Las dos en Ateca son las cuatro en Aluche. Vivimos en husos horarios diferentes. No niego la voluntad de Víctor Coyote por mostrar la riqueza cultural de las piscinas de Aluche. Coyote sabe que las fronteras son para los malos y los cómplices de los malos. Es tebeo verité, como en la piscina de mi pueblo las mujeres marroquíes no se meten ni en el agua ni en la piscina. Sus hijas pequeñas se sientan al lado de sus padres hasta que llega la hora de echar el cierre. De la piscina y de la vida. El joven marroquí que mira las 11:29 a Lucrecia no puede mirar a Fátima porque Fátima no está en la piscina de Aluche ni en la de Ateca. Coyote es tebeo verité y dibuja lo que ve.

El desfile del Orgullo más un autobús tamagochi donde los mayores llevan zapatos de tacón. Como esas noches del Jarama. Ya os he contado, ya os he hablado de las playas de Madrid de las que hablaba Umbral, autobuses y zapatos de tacón, el calor de Madrid, coristas de Fangoria, novelas de extrarradio. Torres de Carabanchel y modernismo. Los colores verde y azul, como un tropical bananero, como si todas las casas estuvieran esperando sus propias palmeras. El Reino de Frida. Frida dos veces, tres veces si cuento el cuento que le leo a mi hijo antes de irse a dormir. Feminismo y Dance Hall. Cumbia Villera, en Buenos Aires, en el Gran Buenos Aires. Durante un instante recuerdo Avellaneda. Damas Gratis, Pibes Chorros, vasos de plástico para no usar vidrio. El recipiente como arma, el contenido como gasolina. Mujeres que cantan en liguero y pollera colorá.

Crisol de culturas. No más pop, por favor. Pero todo es pop(ular), una guitarra española de Madrid a Lloret de Mar, pienso en Bambino, en esas camisa de topos y el clorhidrato con el que atravesaba la pared. También en Sergio Algora, claro. A las cuatro de la mañana. Sergio en Mercazaragoza, Sergio limpiando pescado y yo en el turno de las seis de la mañana en la papelera. El pescado y el papel. Ser joven y hacer tiempo entre que se cierran los bares y se abre el trabajo. Gallo y palometa, cartón y gramajes, ración, pescado de ración, papel para el menú del día, las espinas más frescas de España. He acabado en un pueblo donde cambian soga y cordel por congrio seco. Cuánta sed.

Camino por Conde Duque en dos tiempos distintos. El primero con mi amiga Patricia. Es médico y hacíamos fanzines juntos. Caminamos cada uno por una acera distintas del tiempo. Yo veo un cartel con la silueta de Mauricio Aznar y no sé cómo ha llegado hasta allí. Patricia entona el tema de El Niño Gusano. Nos saludamos de un lado a otro de la calle y le prometo que la próxima vez que vaya a Madrid la llamaré. La segunda es la antigua casa de Sergio y Elena. Allí. En una pequeña habitación. Toda una vida. Dos vidas, en realidad.

En la Calle la Palma se presentan poemarios. Algunos poetas de provincias llevan sus libros y los dejan en depósito allí después de sus presentaciones. Cierran las librerías y quiebran las editoriales, se inundan los depósitos y se quema la poesía.

David Virellas y el dibujo de una mezcla. Un color variado de sabores extraños. La electricidad la pone el gallego Antonio Palacios. En las cocheras de Cuatro Caminos, cerca mi hermana compra la fruta en la esquina de la calle de El Castillo y otro amigo, otro Sergio, el tercer Sergio ya, me acoge cuando estoy ciego y perdido. Todo en Cuatro Caminos. Por las mañana se escuchan las campanas automáticas de la Iglesia. Hay misa. Hay sueño. Como Duke y Ella en Madrid. Un dibujante de la Perdiz. Estoy en el Matadero. Estoy en la sala Fernando Arrabal. Estoy en la Max Aub. Busco fotografías de Jorge Fuembuena. Luz, nuestra Luz, Carmen y Sergio, mi hijo, mi mujer, mi hermana, sentados, nos hacemos fotos en El Matadero de Madrid.

Carreras de galgos. El canódromo es un poema de Luis Alberto de Cuenca hasta que me doy cuenta de que, en realidad, habla de un hipódromo. Faemino y Cansado hacen señales de humo. Son solteros y sonámbulos. Punks y modernos. Ahora ser moderno es tener muchos hijos y muy pronto. Corren y corre. Ver “La gran familia”, una pared proyecta el pasado en lo que espera sea un mejor futuro.

Canciones y cantinelas. Ya os he hablado de Moris y de Antonio. Radio Futura y los hermanos Auserón. Luis y Santiago eran de Zaragoza, de la calle Las Armas, cerca de El Mercado Central. En Zaragoza nadie escribe canciones sobre Zaragoza. Pienso en Ariel Rot, en Tequila, en Rot bajo el puente, en Rot yendo a Buenos Aires para escapar de la heroína, Rot volviendo a Madrid para ver a los Rolling Stones, esperando a Calamaro. El día que llega Calamaro a Madrid con un teclado y un emulador y los reciben Julián Infante y Ariel Rot y acaban de día con Daniel Melingo brindando por Miguel Abuelo en Malasaña. Esa misma tarde ya ensayan Princesa de Joaquín Sabina con arreglos de Bob Dylan. Víctor Coyote (y Anton Reixa) hacen videoclips para DRO. El de Coyote es “La milonga del marinero y el capitán”, expresionismo de La Codorniz como lo llama el mismo Víctor Abundancia. El víctor del TBO, el vermú de grifo que sedujo a Andy Chango. No sé si es Baires o Madrid.

Estoy en Granada con mi mujer el día que muere Enrique Morente. Bajamos a comprar discos tributo a 091 y en las tiendas hay un rumor, el ángel, el maestro ha muerto. Mi amigo Sergio, otra vez Sergio Duce, me escribe para contarme que ha estado en una extraña performance con Sonic Youth, con Lee Ranaldo más bien, con una guitarra eléctrica colgada del techo y el tipo dándole golpes. La gente aplaude. Busco en internet y encuentro fotos de Kim Gordon y de la bajista de Talking Heads, Tina Weymouth caminando las dos con tacones de aguja sobre sendas guitarras. Llamadme fetichista, pero puesto a ver una intervención de arte contemporáneo me quedo mejor con eso.

El entierro de la sardina asusta como asusta como todo lo que le hizo el plomo a los sueños de Francisco de Goya. Boquerón y sardina. Podredumbre. El rastro, el boquerón, la Casa de Campo. Paganismo de Pan. Mientras la paloma beba de agua sucia y casticismo. Es la tarde antes de la noche, antes de La torre de los siete jorobados, la de Neville y la de Carrrere. Madrid, el mito de ciudad sumergida. Beef y Moris, Sabino Méndez y Pepe Risi. Jaime Urrutia y Eduardo Benavente jugado al futbolín. Los Malevaje. Los Mestizos llegando desde Huesca. Una media de rejilla, ¿bajas para el centro, prima?

En Tablada, los locales, el costo, la mesa y los platos, siete notas y siete colores, Dyc y ducados, Cristo Rey y Ángel Cristo, Basquiat pasado por Burnig. Y unas alitas de pollo tan saladas en el guarro que no puedes más que pedir cerveza tras cerveza. Y aquel garito, no recuerdo su nombre, donde te pillabas tú mismo los botellines.

El Duero en Moratalaz. Un buque incrustado en la M30. La muerte de Fernando Martín. El castizo errante. El peine del Manzanares. Bandas de Almería como Leone. Masticar las rimas, un dongo y un móvil que tiene más emuladores que los Fairlight Estudios de Nacho Cano y Alejo Stivel.

«Las gafas de Poch, las pinzas de Poch, el saxo de Justo al principio de Jurelandia.
Gafas de sol para bajar la resaca, para empezar a morir en Madrid».

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