El salvajismo bien entendido acaba por ser vampirismo: anarquismo para revueltas que están perdidas antes de empezar. Ripoll abre con “Marinero sentimiento”, con Raúl Querido de comparsa, empezando con un susurro propio de la gente abollada para realizar un viraje hacia el pop acelerado, salto va y salto viene, la agresividad de los Leon Benavente, me hace desear una nueva oración. Pasamos, dejando el suelo cubierto de guitarras como botellas de ron reventadas. Salud de guitarra acústica con “Podemos seguir”, castañuelas y percusiones, mientras el disco es una tormenta que no tiene deseos de detenerse.
Ripoll se acompaña con arreglos originales, de cuerdas y percusión, escapando de los esquemas hieráticos del pop. Una mentira repetida es una gran verdad: bajo oscuro, sonidos de sirenas y de mar hambriento. Esperas que el dial sea mejor que un valium, la cama tiene un hueco que nadie va a cubrir. Estoy en la ciudad esqueleto y mirar por la ventana se parece demasiado a un espejo roto. En el sur de Madrid, me gusta la situación, me gusta la parte confesional de “Insomnio”. El cierre del EP con “Tienen que arder” funciona con guiño a las décadas de rock y punk en Granada o a los últimos discos de amor y odio de los Leone. Algo de frontera para acabar gritando insultos al cielo, al universo, esperando que te conteste. Baterías trémulas que dejan que se asome una instrumentación de bolero deformado.
Un notable disco, los cuatro temas de Ripoll nos ayudan a convivir con nuestros propios fantasmas. Edita Lunar Discos
El 22 de abril actúan en la sala Fotomatón de Madrid.