Algunas palabras sobre Atlas del eclipse de Reinaldo Laddaga (Galaxia Gutenberg, 2022)

«Buenas noches, noche
pasa las páginas de sombra
en las que ya está todo escrito
y viene a pedirme cuentas»
José Hierro, (Diálogo con la noche)

 

Reinaldo Laddaga usa cien días para describir una caída. Para señalar los síntomas de una decadencia que se acerca. Para capturar arquitectura y sociedad. Laddaga habla del COVID y de Nueva York, de Edgard Allan Poe y del padre de Donal Trump. Pero también, sin darse cuenta, de Lou Reed y Alberto Olmedo, de la supervivencia del hombre como parte de la naturaleza. Un libro que en su documentación pragmática tiene algo de poesía. Peter Handke y otros caminantes ilustres forman la Santa Compaña de este neoyorquino sin galones.

(los collages son de Rosina Abós)

En mi pueblo, menos de dos mil habitantes, el COVID estaba presente solo en nuestras pesadillas. Durante meses, durante años, solo era un eco que llegaba de las grandes urbes. Nadie enfermó durante un tiempo. Recuerdo que el mayor miedo nos atrapó cuando la televisión anunció que Donald Trump, el hombre más protegido, el más poderoso, el intocable presidente de USA, líder del mundo libre, había contraído el virus. ¿Quién estaba a salvo entonces? ¿llegaba por fin la caída del Imperio Romano? Recuerdo un cine de reestreno en Zaragoza, un magnífico lugar, ahora convertido en un MacDonalds, donde vi aquella película, La caída del Imperio Romano. Empiezo a considerar la ironía de todo aquello. Ya no es purga, ya no hay refugios nucleares, animistas y bebe lejías, todos atrapados en nichos de miedo.

«Señor Valdemar en un Harlem rural, el Nueva York de las palomas, Omega y los cuadernos de José Hierro. La sangre en el pico de las palomas, las palomas de Nueva York».

Sigan los nombres de los santos, en Nueva York el odio racial es una contradicción, una más, la mezcla, el fiemo sobre el que se asienta la ciudad: el autor, blanco pero latinoamericano, argentino, ¿porteño? Más preguntas: ¿son los blancos los que utilizan su miedo? ¿Hay racismo de otros colores? Religión, armas, raza, todos americanos, todos en el centro del mundo.

Hablamos de Hércules. Del ejemplo del mal oculto que se utiliza por el cristianismo. Hércules borracho entrando en la mansión de los Vengadores en Manhattan para ser apalizado por los Señores del Nal. El autor habla de accidentes masivos, de mil muertos en un agua que lo rodea todo, del complejo vuelo de Peter Pan hacia el país que siempre se termina. Todas las grandes ciudades están rodeadas de mar, viven de espaldas a las playas, conforme los tiempos avanzan tratan de olvidar su presencia, la parte lúdica que podría atraer a las gentes es algo que resulta incómodo, como la necesidad de higiene y extracción de metales pesados. Por eso un geises, un Maelstrom, palabras que suenan a mediocres villanos de Marvel. Como los que dejaron en coma a Hércules en aquel tebeo de Los Vengadores.

El autor camina por una ciudad que está a la vez desolada y saturada. Nadie sale de casa y la respiración de los edificios es agónica, como si les faltara el aire, las calles son un fantasma errante y el Hospital Público, un hospital público de Nueva York anuncia sus servicios con un cartel de neón que resulta más propio de un motel que de un hospital. En 1989 Greg Lemond se imponía en el Tour de Francia por 8 segundos a Laurent Fignon y los Knicks de Patrick Ewing se quedaban muy lejos de las finales del este que dominaban los Pistons. Los negros del Harlem añoraban a su mesías, podría ser James Brown en el Apolo, una ciudad llena de panteones y de dioses, en la amplitud de la gran ciudad llega Howard Philip Lovecraft en Brooklyn en 1925. Allí visualizó parte de las montañas de la locura, aquellas casas, aquellas construcciones ciclópeas que acabarían siendo habitadas por hormigas. Hombres y mujeres hormigas. Luego volveremos a Lovecraft, como a Poe.

Los cerdos y los monos. Beicon como solución para todos los planes. No hay nobleza en nosotros si tampoco la hay en los cerdos. Los encargados de eliminar los residuos comparten café de zanahorias con las monjas, las que han resistidos al cólera. Batallas por el huérfano que resiste al viaje. Luteranos robotizados en campos de trabajo. Religiones estrictas. El cólera en la ciudad que dominará el mundo libre en las siguientes décadas. Cuando el médico mira hacia otro lado solo quedan los cataplastas.

Camiones de conservas para los cadáveres. Muertos que dejan avisos en el whatsapp, la distancia entre los vivos y los muertos es una buena wifi, la distancia entre los vivos y los vivos es la muerte. Era el centro del mundo y se desmoronaba. La potencia de la narración mezclada con la excelente capacidad descriptiva del autor, la lírica de las construcciones, la belleza arquitectónica, decadente y ambigua, como la construcción de Europa, religión sobre religión, iglesia sobre iglesia.

El hospital público, la Babel de idiomas y enfermedades, en las calles adyacentes uno encuentra comidas del mundo, aquí virus que suenan a maldición y película de catástrofes. COVID 19 tiene algo de frío, de narración sosegada y erudita, como la de Reinaldo Laddaga, el reverso de toda pandemia son los muertos que hay que procesar.

«Los números de la muerte, los restos del COVID19, la sutura en el alma de la sociedad, números infames que no sirven más que como una idea global: ¿con qué los comparamos? ¿Con una novela de Philip K. Dick? ¿Con la «Amenaza de Andrómeda? O con un profesor de secundaria explicando cómo evolucionan las funciones exponenciales. Contenido como la forma de cantar de Lou Reed en Coney Island, volveremos a él, claro».

Nada de bulevares sucios. Es como una guía de viaje al Nueva York más mestizo, dentre el desarraigo y la fascinación. La manera en la que el autor describe el pánico inicial, las gafas de buceo en los rostros agotados de las enfermeras, aquellas fotos que vimos semanas más tardes, las marcas en las caras de muchachas jóvenes, de médicas que podrían pasar su fin de semana sin guardias en algún club. Nosotros no nos dimos cuenta hasta que nos ordenaron quedarnos en casa y usábamos uniformes que bordeaban el steampunk, caseros, absurdos. Nos trajo una de esas películas ochenteras que imitaban a Alien pero que nunca permitían llegar a la forma de vida tóxica a la Tierra. Pero ahora sí, ahora estaba por todos los lados.


Era el FIN DEL MUNDO y cuando eso llega, cuando falla la ciencia, es el tiempo de los dioses. La enumeración de las distintas Iglesias, credos, monoteístas todas, cada uno con un matiz distinto para su deidad principal. Es como en las compras del supermercado en tiempos de racionamiento. Teníamos cartillas para seleccionar dioses. Solamente uno por familia, no hagan acopio, por favor. Está claro que al intelectual de izquierdas el hipnotismo de Alá es inevitable. Como lo era para los ateos… una iglesia coreana en Queens y Nuestra Señora de Fátima. Prefiero fantasmas que venganza. El mundo se ha vuelto una película de serie Zeta. Así que es tiempo de revisar qué ha pasado con los Grindhouse Theatrers. En 1937, películas nuevas, luego reestrenos, luego compartimentar para poder ver porno, películas malas y algo de cartón piedra. Quizá, sin darnos cuenta, esa mismas descripción explica todo el libro, explica Nueva York. El autor escapa a los espacios estancos. Sabe que los gigantes se construyen sobre pies de fiemo y que cualquier movimiento salvaje lo llevará al extremo de la tragedia. Una referencia a Roger Corman. A la Máscara de la muerte roja, a la peste, a los ricos que escapan en el Decameron. Un cine de Rosario. Pienso en el disco de Fito Páez Dreaming Rosario y en los cines donde Fito iba con sus tías a ver películas de Olmedo, el Capitán Piluso, aquel tema de Circo Beat. Un castillo hermético, la enfermedad de piernas largas y esbeltas.


La última Thule, la región hiperbórea, la dimensión donde el mundo no se había quebrado, tiempo y espacio confundidos, el misterio de la tierra hueca, el capitan John Cleves Symmes Jr., y, por fin, o, más bien, de nuevo, Edgard Allan Poe con su La Narración de Arthur Gordon Pym y la continuación en Las montañas de la locura de H.P. Lovecraft. Nueva York en la distancia sigue la realidad como una película. El hielo, la locura, el terror, dos años. El narrador utiliza el Yukón, la lancha comandada por un sobrino de Herman Melville (que nos lleva a la última novela de Rodrigo Fresán), la ruta de los huesos, la verdadera autopista del terror y el New Herald enviando mil millones de reporteros. Encontraron la muerte congelando la vida.

La gente de Nueva York recibió un cadáver congelado como un héroe nacional, la excursión hacia lo desconocido. En el cementerio, allí es donde el autor se detiene, allí donde todo sobrepasó a la sociedad más avanzada de la época. La invasión bárbara de un ente microscópico carente de raciocinio. Solo supervivencia. Sigue en el camino hacia las Islas-Cementerio, donde la tierra no puede digerir más cadáveres, desbordándose, gaviotas y palomas, en su boca transmiten la muerte en pedacitos, guiándose de un lugar a otro. Hubiera sido curioso una especie de puente artificial entre islas cementerio, un archipiélago cerrado al paso, con botes de la policía de Nueva York custodiando el acceso. El centro del mundo moderno siempre encuentra turistas dispuestos a disfrutar de cualquier atracción.

Cuando las islas no pudieron contener más cuerpos se tuvo que echar mano de la tierra firme, de las fosas comunes. En autor, argentino, se detiene, ve lanzar los huesos hacia alta mar o al centro del mundo moderno. Otra vez. Gente que no debería haber fallecido. Dos elementos le detienen: recordar aquellas fosas comunes de la dictadura militar y el poema de Jorge Luis Borges, Muertes de Buenos Aires. Viene ahora la foto de Manuel Mújica Martínez, la historia de Buenos Aires, el tranvía fúnebre. La Isla de Hart, insulto a Occidente.

La presencia de Edgard Allan Poe en el libro es una constante. La manera en la que definió el terror en la literatura sacándolo directamente del tuétano de la sociedad, colocando sus miedos sobre el papel, sin necesidad de atrocidades sacadas de cuentos de hadas, solamente situaciones desenfocadas. Poe es el muerto que se encuentra en las profundidades no euclídeas de la ciudad de Nueva York, allí donde los antiguos velan sus sueños y los condenados fortalecen sus sentidos, ahora ya no terrenales.

En el primer día: «Mientras lo velan los que nada saben de su renovada existencia, los vivos que están menos vivos que él». Un fragmento de un relato de Poe mientras el autor camina hasta la Isla de Hart, donde la muerte antigua ha dejado espacio a la muerte moderna, donde Poe se abraza con Jorge Luis Borges y el autor atiende a los monos del desastre, los que no son humanos pero sobreviven, lugares donde la muerte y el opio bailan como amantes despechados y niños puertorriqueños han aprendido un inglés académico comprando novelas de Poe al precio de una novelita pulp, un cómic de Batman, una moneda por La máscara roja.

Dicotomía de clases sociales, enterramiento y creación, leyendas urbanas que recuerdan aquella ciudad dentro de la ciudad de la que ya hablamos en este Motel Margot, del relato de Clive Barker que inspiró la película Candyman, más allá de la anécdota del garfio y las abejas, Lo prohibido hablaba del folklore que se expande como limo en las paredes de las casas baratas, de los edificios prefabricados, ahí donde el hacinamiento es también Nueva York. Solo el rico sobrevive, solo él crea su propio mito de criogenización, de congelación… convierte su cuerpo en un fluido de alta densidad que la muerte no puede mover.

El libro es una majestuosa descripción de Nueva York, de la pandemia y de la civilización occidental. La narrativa de su autor es excelsa, jugando con lo sentimental y lo histórico, con lo descriptivo -casi aséptico- y la parte emocional. Pero cuesta sentirse del todo identificado con la aparente militancia del escritor en la vertiente obrera y paupérrima, la del inmigrante, cuando se permite pasear por las calles de la ciudad con el único objeto de observar. ¿Carteros del conourbano bonaerense o pakistaníes de 24/7, trabajadores de los últimos turnos que quedan en la industria pesada norteamericana? Rendido a la prosa del autor, magnífica y envolvente, la denuncia social se mezcla con el chirrido del que racionaliza el tiempo y el dinero para poder escribir este, repito excelso libro. Documenta la pasión de la élite es una opción y uno puede acabar resultando todavía más auténtico al hacerlo.

Hemos ingresado en un nuevo periodo de la historia de la muerte y no sabemos construir las frases de manera adecuada para expresar todo lo que sentimos.

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