Algunas palabras sobre Evitar la niebla de Fernando Sanmartín (papelesmínimos, 2022)

Cuando de la niebla solo quede el agua en los dedos, los libros de Fernando Sanmartín habrán recorrido ya todos los cauces de nuestras almas. Belleza y pobreza riman en consonante mientras la humedad relativa es un almanaque para un estudiante de ingeniería química. La exquisita edición de este nuevo poemario de Fernando Sanmartín convierte junio en un verano adelantado, una naranja todavía dulce, el olor al mar a millones de kilómetros de distancia.

Fernando Sanmartín, el caminante, el que espera, Fernando Sanmartín contempla el papel donde están registrados los horarios de los transportes públicos de su ciudad interior. ¿De la nuestra? La única diferencia entre la ciudad mutante y la ciudad imaginaria es la duración de la historia y la manera de acceder a ella. Un gimnasio: «Porque la sal tiene memoria» , la sal es el precipitado de cualquier disolución cuando el producto de saturación se alcanza y por eso permanece en el fondo del vaso del laboratorio. En un gimnasio el cuerpo es una ciudad: permanece a la espera de nuevos habitantes y, lo que es más importante, contempla cómo crecen los que nacieron con el organismo. Pero el cuerpo tiene un castigo perpetuo, su vulgaridad. No es el nombre, es el cuerpo: «Más allá del gimnasio/crece el barro y Pessoa se santigua. Necesito, por eso, todavía, tu leyenda». El que escribe sobre la poesía de Fernando Sanmartín quiere ser parte de sus palabras, el mensaje que queda grabado en el verso. Como una marca de cantero. Un tranvía que recorre la ciudad de la ceniza, Lisboa, tan despacio que se posa sobre las sábanas blancas que las mujeres han dejado secando en el Barrio Alto.

En el poeta hay sentimientos que se llenan de maquillaje para esquivar la culpa: «Pregúntame si la hipocresía/resucita/cuando su esquela/aparece en los periódicos», en el poeta hay una duda constante sobre su identidad, una pelea eterna, Sísifo frente a la existencia, frente al espejo. Ser tú mismo, sacando la lengua, estirando el rostro, un segundo, preguntar cuántos de tus yoes fotocopiados guardan un resguardo arrugado en el bolsillo del pantalón por una deuda que nunca te cobraron. «Haz una lista de labios/que debo reparar/dime quién soy/dame una identidad/o el disfraz/cuando suceda/que tú abandones». Cuando Fernando Sanmartín describe es una ofrenda, disfrutamos sus lectores del leve enrojecimiento de sus mejillas, pudor, porque el pausado asceta se ve sustituido por el travieso maño socarrón. Todos querríamos saber acercarnos a ese límite, a esa frontera, con la habilidad y meticulosidad que demuestra: «Desahucia la monotonía de un verano/donde pego patadas a mi fecha de nacimiento». Cicatrices que arman aristas, cicatrices que son trincheras en el tiempo. El poeta escucha el sonido de la bomba de Hiroshima mientras se desliza, como el amante que practica el mestizaje, en la piscina que separa a Marguerite Duras de Pekín. Busco en la red el año de la independencia de Indochina, 1954, faltaban cuatro años para que Elvis grabara su primer single: «O si nada desnuda/cuando la noche es Pekín».

«Ninguna mujer efímera debería saber que es parte de un poema y la mujer perenne está excluida por respeto de cualquiera de los versos porque está presente en todos».

Fernando Sanmartín, siembra y recoge frases del que contempla los peligros del lado salvaje con la pena de ver morir a Lou y a David: «Tu respuesta fue que el amor tiene algo de botella de vodka en la antesala de la anestesia/y que cambias una utopía por el mapa».

Fernando Sanmartín es habitual en su propio garito, tiene una banda sonora donde suena Bill Evans y alguno de los temas de Ricardo Solfa, donde suena el Canet Rock y la Isla de Wight, donde las armas son de plástico en las manos de figuritas del oeste, las mismas que mi padre guardó para mí durante años. Durante un momento atrapa su ciudad -cada vez menos la mía- y dice: «Mientras Jesús el Nazareno al que nadie conoce/por ser un anciono/que viste pantalón de cuadros/reza en la Basílica del Pilar/ y cena en las Palomas/un restaurante con turistas/que hablan de Dios y del Real Madrid». No sé cuál es el protocolo del poema, de un poemario.

«Yo ya no hago crítica, solo reseño y descubro las cartas de la baraja cuando conozco las esquinas dobladas y las marcas que ha dejado su uso. Hago, claro, un poco de trampa con los poetas en los que confío».

Recuerdo a nuestro amigo, al amigo que mordía el hielo los martes. Su hielo era nuestra vida, sus hielos nuestros recuerdos. Una pintura de Carlos Saura en nuestra memoria puede ser un Cristo sobre la cama de matrimonio de mis padres o un relato de Brigitte Bardot que custodia el recuerdo de mi mujer en un hotel junto al museo. ¿Qué será de ti, marca cósmica, juguete con poderes recién adquiridos, activados por la rabio y la pena? «El alba era un meteorito cayendo sobre un hombre que regresa de enterrar a su madre».

Ya no sé muy bien qué escribo cuando escribo sobre los demás. Me atoro con ellos porque soy más feliz, en terreno conocido las palabras se evaporan de mis dedos, estoy, dicen los horteras, en mi «zona de confort». El juego más sencillo es el que más dinero te acaba haciendo perder. En Londres Fernando cuenta hasta doce cuchillas contra la tristeza, se prueba la gabardina de John Constantine, que es igual que Sting, y bebe escocés y ginebra mezclada con valium. En su sopor descubre que Londres es un gran pasillo del que solo conocemos los cuadros de la pared.

Le Monde es un lugar donde todos recordamos al amigo de hace unas líneas. Una suscripción absurda y Leo Messi es un cromo de coleccionista en su debut en la temporada 2004-2005 que se cotiza más que el de Raúl Amarilla vestido de zaragocista en el verano del 86. Leo Messi y el Rey Juan Carlos. Pelé anunciando viagra. O Rei Pelé. Iselin Santos Ovejero derrumbando la portería el día que el Santos visitó la Romareda.

Foto tomada de la web de El País

Tropezar es volver al amigo y a sus hielos y sus gritos de gigante bueno. Cuando me invento cuentos para dormir a mi hijo y aparece un grandote, un gigante bueno, siempre tiene el rostro de nuestro amigo y su voz. El Rey y yo, que no me olvido, subidos en una motocicleta pasamos a recoger a Fernando Sanmartín por la puerta del Olimpia de París. Vamos con prisa, tenemos que llegar a la Estación del Norte, despedimos a Jacques Brel, va camino de Las Marquesas.

«Ese es el puzle, la vida es un puzle al que siempre le falta alguna pieza. La vida es un departamento francés de Ultramar, cuyos votos cuentan pero siempre llegan tarde».

Siempre Fernando Sanmartín acaba escribiendo cuando viaje. Su vida es viaje y camino, espera entre un destino y otro. Pero, por otro lado, te lo imaginas en la placidez del hogar, así que sus libros terminan siendo promesas, sus versos son ráfagas para mejorar la temperatura, hacen del verano algo agradable. Cuando el amigo del que hablé hace unas líneas reaparece. No lo sabía hasta llegar aquí. Y pienso en conservar sus papeles perdidos en el mismo hielo que masticaba: «La muerte de un amigo en casa de Aloma/o las palabras que perdieron la vida/en un folio que jamás llegó a escribirse».

El poeta mira al rapsoda, el joven de voz afinada y el poeta que calla, ambos son cazadores de la misma presa. Presos ellos del mismo veneno, uno más libre, el otro más hambriento: «El prestigio de la fiebre/ante la eternidad». Mujer, noche, whisky y orfidal. Como sigues, Fernando, ¿Quieres volver a los treinta? A veces los leo, a ellos, a los que nacieron conmigo, y veo que encontramos nuestro lugar dentro del laberinto, que no buscamos la salida y ahora somos más felices. Nuestra rebeldía fue no escapar, dejarnos atrapar sin vergüenza. «Dentro de mí tengo una habitación desordenada/vivo descalzo/y hay un archivo/lleno de mapas/que no quiero extender».

¿Dónde está la niebla, Fernando? Buscar una sonrisa en mitad de Praga, las mejores sombras las vende el peor sol y la mejor niebla es suministro de la luna que espera el tren de Bob que llega tan despacio que parece parado. Las canciones de Dylan saltan a otras gargantas y se sienten cómodas, sobre todo, como todas, en las mujeres oscuras. Vuelve a la sal para que el agua no sea más que metáfora imbebible o una playa que espera un niño. A uno de nuestros hijos, que hacen el relevo, como en aquellas carreras de los setenta y ochenta, los seis días de Gante, agarrados de la mano, tomando impulso: «El mundo es un estanque lleno de imperdibles.»

La belleza en una bolsa de papel, promesas cumplidas, un hueco mínimo en la biblioteca de tu vida. La editorial Papeles Mínimos y Fernando Sanmartín, el capitán con gorra de grumete. Mi maestro, mi primavera.

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