Algunas palabras sobre Toma de tierra de Bruno Galindo (Libros del KO, 2022) -Primera parte-

“Está vacío el cuarto de hotel: hasta que yo entro
Luego, si entro, yo estoy. Está lleno. El cuarto de hotel.”
Oswaldo Lamborguini

Bruno, te escribo desde Ateca, a un poco más de una hora de Zaragoza. Quizá pasaste justo al lado cuando ibas o volvías del cierre de Zona de Obras cada mes. Eran tiempos buenos, eran tiempos distintos. Dicen que la nostalgia no es el mejor combustible para la creación, pero supongo que todos necesitamos que nos recuerden que hubo un momento en la historia en el que David Bowie y Leonard Cohen estaban vivos o que pudimos ver a Luis Alberto Spinetta y Gustavo Cerati en La Casa del Loco y éramos doscientos fanáticos que no sabíamos la magia que se deslizaba entre las manos.

Alguien, Bruno, que nos recuerde que existía un holandés viviendo en Calanda que se llamaba Dick el Demasiado y una vez tomaste con él un vermú en El Imperdible, el sitio más lindo de toda la ribera. Que David Giménez, el dueño, cartonero y cantante lowfi escribe poemas con tiza para que el resto de la gente de Remolinos se anime a montar proyectos de spoken word e, incluso, hacer un festival donde haya más gente en el escenario que entre el público.

Bruno, te escribo porque una vez me pidieron que te hiciera una entrevista y solo he encontrado las preguntas, no sé qué fue de aquellas respuestas. Te escribo, también, porque en tu libro has conseguido capturar una parte de mi vida sin darte cuenta, un ámbar donde está la máscara de El Santo, la muchachita punk de Fowgill o el disco en solitario de Javier Gurruchaga. También la entrevista al compositor de Os Mutantes que aparecía en un número de Zona de Obras. Leerla fue como tomar un ácido. Creo que si hubiera lamido el papel hubiera agarrado mi poncho y me hubiera convertido en el justiciero. Bruno, solo darte las gracias y, si me lo permites, navegar por las páginas buscando encuentros y casualidades, amor y apatía… porque cualquiera que me pregunte le digo: si te vas de gira, llévate este libro. Y si estás dando clase de matemáticas en un instituto de un pueblo de menos de dos mil habitantes, hazlo también. Bruno, te cito: “Que la música se abre paso como el agua por las rejillas de un empedrado”.

Aquí una pequeña mixtape que acompaña esta primera parte de lectura

El 13 de diciembre de 2010 estoy con Ana en Granada y le pido matrimonio. Me dice que no. Bajamos el blanquísimo Albaicín y yo, que busco un disco tributo a 091 con una versión de La canción del espantapájaros hecha por Dos Lunas entro en una tienda y allí un rumor crece, el aguacero de almas se acerca, gasa púrpura, mortecinas lámparas de aceite que se apagan al paso de la muerte. La garganta del maestro, de intensidad arterial, aquella espuma de vida incontenible, un aguardiente que purificaba los días, todo se apagaba entre carniceros y sangre.

«El 16 de diciembre escribo en el Heraldo de Aragón: Elevábamos la mirada buscando el cielo de Granada, las pendientes del Albaicín, con su tiza blanca y la violencia del color que exhalan las buganvillas nos servían de compañía; mientras, los rumores, calle abajo, decían que el ángel había muerto. Nosotros, escapando del caos ordenado de los aeropuertos, perseguíamos el fantasma de José Ignacio Lapido mientras la miel rabiosa de Morente se agriaba para siempre. Escapando del purismo para compartir electricidad con los Planetas hasta que los poetas pierden su nombre. Morente, que abre la navaja hiriente del Omega para redefinir a Lorca poseído por Leonard Cohen. Fotos de los dos, Morente y Cohen, brindando con el tinto que es como sangre para la tierra. Ese LP, grabado junto a Lagartija Nick, debería escucharse cada día, en los institutos, en las escuelas, en las colas de los bancos”. Había visto a Morente en Pirineos Sur en 2006 y cantó Sacerdotes. Recuerdo su voz amasando versos: ¿Quién te escribirá canciones de amor?, como un extracto apócrifo de “El cantar de los cantares”, pagano en su particular leyenda. Las palmas y el toque mezclados como el aullido de una caverna que alarga las horas para no permitir que la noche llegara a su fin».

Aquellos muchachos, skaters con actitud, dejaron un vinilo de colores en Grabaciones en el Mar, un dibujo de portada de Javier Aramburu y su cantante acabó mutando hacia el remix y el latin dancehall. Recuerdo a Ernesto pasar de Nothing a Telephunken. En aquella Zaragoza había una calle en la que conforme avanzabas ibas abandonando las guitarras para sumergirte en la electrónica, del Central al Apotheke. No se andaban con bromas a la hora de poner nombre a los garitos. Tenía el vinilo colgado en la pared de mi primer piso. A veces olvidaba cerrar la puerta. Había pastillas naranjas que te ponían la ciudad del revés. Baratos sucedáneos del mítico katovit. Pasar de Soup Dragons a Mongo Santamaría y con sección rítmica en directo.

Una vez vi a Teresa Iturrioz en su galería en Madrid. La galería ya está cerrada. Todos los lugares donde alguna vez nos sucedió algo están cerrados. Es una sensación que arrastro y que solo puedo paliar algunas veces escribiendo sobre los recuerdos. La exposición era de Javier Aramburu. ¿Qué te preguntaron sobre Family en Latinoamérica?

¿Qué nos ha sucedido, Bruno? ¿Hemos perdido la guerra de los formatos? Ya no ha bocas abiertas en los ordenadores, disputas a grabar o reproducir. Los coches cotizan diésel y caseteras. Mi tocadiscos es alemán y de los setenta. Hay gente que se arrepiente de no haber guardado los reproductores de cedé que regalaban como si fueran tostadoras en promociones de bancos, supermercados y tiendas de muebles. La boca de los ordenadores. La canción de los Smiths, el bocazas ataca de nuevo.

«Bruno, ¿entierras tus cedés bajo tierra como hicieron con el videojuego de ET los de Atari? ¿o como Pedro Vizcaíno de Grabaciones en el Mar llevando copias y más copias de bandas que imitaban a El Niño Gusano y vendieron doce o trece discos? En el punto limpio de su pueblo, a unos kilómetros de Zaragoza, le han prohibido la entrada y ahora negocia con países del tercer mundo enterrar las copias en sus terrenos».

Alejar los jilgueros. Bandas de cuatro miembros que no llegaron a la veintena de copias, repito. No consiguieron colocarle ni a todos sus progenitores, hermanos y abuelos. El monstruo de los cede singles, sin caras B ni rarezas, sin portada especial, nada, una canción, la canción, la frase: “Extraída de su discos… ref xxx” Enterrar los discos, Bruno es como hace Pepe Carvalho, como hace más bien Manuel Vázquez Montalbán, como hacía… obligar a su personaje a alimentar el fuego de la chimenea con un libro cada día. ¿Y la lista de los que obtienen el perdón? ¿la tienes a mano?

Hay muchas casualidades y paralelismos en tu Toma de Tierra. Yo miraba en la distancia. Yo hacía fanzines y leía los periódicos gratuitos, las guías subvencionadas, compraba la EFE EME y el Zona de Obras. A veces soñaba con escribir en ellas. Me monté mi propio fanzine para que nadie me dijera qué tenía que hacer. En el primer número, en el número cero, monté un artículo sobre Fernando Arrabal. Arrabal tuvo una de las primeras páginas webs al final de los 90. Subía dibujos suyos, textos, retratos que le hacían otros. Incluso estaba su propio correo electrónico, el personal.

Yo le escribí contándole que habíamos incluido un artículo sobre él en el fanzine y me contestó. Me dijo que desde ese instante y hasta el final de sus días sería el corresponsal de Confesiones de Margot en París y, si fuera necesario, lo sería en toda Francia. Imagino que sigue siéndolo.

Escribir y escribir. Acabar la reseña del disco, acercarte al concierto, sentir envidia por la poca cultura estético-musical del habilidoso guitarrista, del delgado cantante. Pensar que podrías hacerlo mejor. Carecer de oído. Saber que tu padre canta mucho mejor que tú. Descubrir veinte años más tarde que tu hijo va a cantar mejor que tú. Engañar a músicos. Los mismos sobre los que escribes. Esos que tienen talento para hacer bases, para la instrumentación. Llamarlo spoken word…cambiarlo por rock recitado.

El libro de poemas de Houllebecq que editó Acuarela, un tema en un recopilatorio de Tricatel. Hace unos meses escribí sobre Michelle Houllebecq, le di la llave de una de las habitaciones del Motel Margot, solo para él. No todo el mundo sabe que apareció con gafas de sol y pantalones demasiado anchos en una edición de Benicassim. Bebía vino que se había quedado caliente. Tengo un disco, Nick Cave hace una versión de Polnareff y él, como el resto de los participantes, aparece en la portada con una hermosa versión de sí mismo dibujada. Mi amigo Pablo Malatesta (que luego aparecerá cuando volvamos al tema del bajo de Juan Aguirre) con sus teclados, su guitarra y su pedalera. Una vez vino John Giorno a Zaragoza. David Mayor y Nacho Escuín le convencieron para que, después de la presentación de su libro de DVD fuera a recitar al Páramo. El Páramo era un garito donde pararían los miembros de The Band o Crazy Horse, donde podrías encontrarte a Gram Parsons en el baño. Nunca a Bob o a Neil.

Fue el 22 de octubre de 2008. El último beatnik vivo, verdadero spoken word. Decía el cartel: “ Tras duras negociaciones Nacho Escuín, David Mayor y Jose Javier Gracia han conseguido que podamos disfrutarlo en un recital en el Páramo”. Durante un tiempo hicimos con Experimentos in da notte Simplemente di no a los valores familiares.

Te sigo escribiendo, porque esta carta es larga y emotiva, es un baúl de recuerdos, cajas de cartón almacenadas, viejas revistas y periódicos. Los abres y el polvo puede llevar distintas esporas que alteren la percepción del tiempo y el espacio. ¿Estoy en Ateca? ¿He vuelto al comienzo del siglo en Zaragoza? ¿Es Buenos Aires de 2002 tan bella como la recuerdas? ¿Dónde compraste esos cedés de Gainsbourg? ¿Paredes de Coura? Rolling Stone edición argentina, revista EFE EME y, sobre todo, la Biblia de la cultura latina, el Zona de Obras.

Mitos de la ciudad: concierto de Mano Negra (mientes, Octavio, era un sound system alternativo y Bruno lo explica muy bien) en el Devizio de Zaragoza. A unas cuantas cuadras dicen que tocó Green Day y hay gente que asegura que han visto carteles de un concierto de Nirvana en un garito para menos de cien personas, justo antes de que el mundo se volviera loco y llevara a Cobain desde Bowie hasta Leadbelly. Antes de que los opiáceos dejaran de calmar su dolor de estómago (ahora salto de nuevo, porque volveré a David Bowie, Brel y la portada de Earthling) Cobain escribió una carta a Arnaldo Baptista. Lo sé porque vi una captura del manuscrito en la entrevista que le hiciste para Zona de Obras especial Brasil.

Aquel artículo me volvió la cabeza del revés. Aquellos días mi amigo Sergio Algora estaba todavía con su banda Muy Poca Gente y tocaban en directo El justiciero y la poníamos una y otra vez en el Candy Warhol. Sergio le daba fuerte al Tropicalismo y el cedé que acompañaba aquel número de Zona de Obras había una versión de Bebete Vaobora hecha por Simoninha.

Tenía algo hipnótico aquel tema, luego descubrí a Jorge Ben, a Jorge Benjor y me di cuenta que era más grande que la vida. Como mi amigo Sergio. Era el número 18. Comienzo de siglo. Yo tenía un fanzine y empezábamos a darle fuerte al Brasil. Íbamos a la vez que David Byrne. Yo me quedé con las ganas de cantar con La Portuaria.

Algún día hablaremos de política, hablaremos de la coherencia de Manu Chao frente a la de Jota. Pero mientras tanto ojalá tuviéramos padres con chalets y piscina para todos. El padre de Manu también era rico, intelectual con plata, pero Chao al menos se escondió de la vida después de aquellos collages que estuvieron a punto de cambiar el mundo. Iba a decir que al menos uno desapareció antes de que lo atrapara la fama pero me da vergüenza semejante juego de palabras.

Una vez en Zaragoza tocaron los Cramps. Muchos años más tarde los pude ver en un festival en Paredes de Coura. Tocaron en dos días seguidos Bauhaus, Morrissey y Lux&Poison. Los tres fueron grandes. Pero también el recital de Adolfo Luxúria Caníbal, el cantante y letrista de Mão Morta y el concierto de Pánico.

A los chilenos los habíamos conocido gracias a Plan B, la discográfica de Zona de Obras. Poco a poco pude completar los discos que sacaron: el primero de Estelares, el de Suarez y el de Pánico. Cuando estuvo viviendo en Buenos Aires me compré un cedé de Rosario Blefári en solitario. Era rosa y no tenía portada. Rosario murió hace dos años y todavía no me lo puedo creer. Pánico era patafísicamente cercanos a Jodorowsky. Pronto volveremos a Topor y Arrabal.

Busco el guión de aquel programa (finales de mayo de 2015). El programa ha desaparecido de la base de datos de Aragón Radio. ¿Dónde está el Rey Trueno, Bruno?

«La iconografía de la Santa Muerte y las figuras bootleg de los tianguis son más postmodernas que la los monstruos de jeringa y no wave neoyorquina o la idea de un campeón de la NBA como Spencer Haywood fumando crack mientras Imán comienza un romance con David Bowie».

En la página 43 aparece Enrique Bunbury. Un sms. Como una carta enviada en una botella por el Atlántico. El proyecto de Panero. En el Festival de Periferias de 2004 una ex-novia, que era la psiquiatra encargada de controlar la estancia de Leopoldo María Panero, me invitó a comer con él.

La historia es larga, demasiado para esta reseña, que es una carta, una carta para ti, no para Panero. La canción es Peter Punk, que aparecía en una mixtape dedicada a Rock y Literatura en Zona de Obras. Me quedé dormido por el vino después del almuerzo. Soñé con la canción. Cómo se puede soñar con una canción. Llamé a Sergio Algora, le dije que estaba comiendo con Leopoldo María Panero. Panero me firmó una antología de Ediciones Libertarias. Bebía cocacola y usaba una cuerda como cinturón. Todo el mundo le debía dinero. Enrique Bunbury era bellísimo. Eso lo repitió varias veces. En La Paloma vi un espectáculo de canción de amor, un punk-rocker elegante. Desde un palco, Miqui Puig presentaba Casualidades. El mejor lugar del mundo, el mejor instante del Universo.

Escribí Comparando medicaciones (siempre me pareció un título estupendo)

Vuelto a la Estación del Silencio. Antonio Estación, el bajista de Niños del Brasil me pide que le eche una mano para el e-zine que recupere el mítico Estado Estacionario. Ha vuelto de México. Me pide que prepare una entrevista a Bruno Galindo. Me pide las preguntas. Busco las preguntas. ¿Bruno, alguna vez contestaste estas preguntas?

«Como personaje público lo normal es relacionar a Bruno Galindo con el periodismo musical, pero me gustaría que incidierámos en la parte creadora, sobre todo en la poética-literaria: ¿el Galindo poeta dónde se encuentra cómodo? Cómo compaginas esa dicotomía entre el acto de crear y el acto de promover la creación en otras personas como periodista? /Bruno, quizá una de tus obras con mayor impacto fue la revisión de la historia que había tras la grabación del mítico Omega de Enrique Morente y Lagartija Nick. Un libro que plasma de alguna manera una situación y un tiempo concretos, un momento de leyenda. ¿De dónde parte la idea de la redacción del libro? ¿Afecto la muerte de Enrique Morente de alguna manera la escritura del mismo? ¿Dónde colocarías ese disco en la historia de la música española?»

«Otra de tus obras más conocidas es el libro de entrevistas Vasos comunicantes, una reflexión mundial y casi universal sobre el hecho de la canción. La canción como vehículo artístico, pero también histórico e incluso moral. Si tú fueras un reconocido compositor, ¿Qué hubieras contestado a la pregunta que planteaste a tantos compositores?/ Me gustaría ahora que hablásemos de tu faceta como recitador….de tus proyectos de spoken word. Quizá el que tuvo más impacto a nivel mediático fue tu participación en el disco Panero junto a Enrique Bunbury, Carlos Ann y José María Ponce.»

¿Cómo te planteaste tus interpretaciones en aquella grabación? A Panero siempre se la ha considerado cercano al rock y su estética vital pero sus textos son densos, llenos de juegos y recovecos y no siempre directos, lo que quizá hubiera complicado su adaptación con la palabra hablada…/A veces, las personas que trabajan el spoken word, el rock recitado, tienen que compensar la parte expresiva (el acto en sí del escenario, del público, de la expresión verbal y física) con la parte literaria (el texto puro) ¿Cómo lo hace Bruno Galindo?»

«¿Qué textos selecciona? ¿Los adapta para dotarlos de rítmica? ¿No tienes miedo a veces de que el espectáculo devore a los versos y sea más importante cómo se dice frente a qué se dice?/Soy un gran admirador de la música de Babasonicos, considero que Jessico es un disco a la altura de Canción Animal de Soda Stereo. He visto que estuviste detrás de un proyecto llamado «Babasónicos vs. El público» nos podrías hablar un poco de él?»

Final de la primera parte. Nos vemos pronto, Bruno

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