Un árbol que se resiste a caer, un hombre que sigue evitando los grises, un superviviente rodeado de aliados salidos de un alambique de varias décadas. El nuevo disco de Loquillo es como montar un barco de locos en mitad de una tempestad e ir eligiendo puertos donde guarecerse. Con el temple serio de la portada sorprende la apertura del disco con “El rey” de Igor Paskual, un ejercicio de glam macarra de los autos de choque, de las máquinas de singles sangradas por los palos de los quinquis, un tema que nos recuerda a los tiempos en los que Antonio era el primer rey de la dinastía, flanqueado por Pepe y Johny, mientras en La Elipa estaba la mesa de Camelot. Arañas de Marte con el maquillaje justo, Stukas desde Gijón dando de beber champán directamente en la boca a Igor, ¿se hacen ustedes una idea de lo que hablo?
El siguiente corte es una recuperación de un clásico, “La mafia del baile”, que en vez de tener un sonido actual lo que se hace es forzar el aroma retro en poco menos de tres minutos, guitarras y timbales. El mejor tema del disco llega con “Sonríe”.
«Valientes percusiones, Robert Mitchum agitando el martini, ese tono latino de mediados de los ochenta neoyorquinos entre la amante aguja de Mink DeVille y la colección de tebeos de Rubén Blades. La dicción del Loco mantiene el tempo en su lugar perfecto, arranca un suspiro y la aparición, como el fantasma de Héctor Lavoe, de una guitarra criolla y unas castañuelas».
Hit absoluto que podría entrar en una casete de la Fania o en un disco de rock que escarba en el recuerdo. Volvemos a Mick Ronson, cuando volvía agotado de ver el maquillaje blanco de Bob Dylan y su sombrero de vendedor de crecepelo y llegamos a “Velas a San Antón”. La iconografía cristinana juega con la parte de santería y superstición, aullidos en la noche, mientras el fuego de la casa se mueve hacia lugares imposibles. Las segundas voces de Igor Paskual son como un diablillo en el hombro que cubre de follaje el alma del Loco para que no olvide que la verdadera divinidad es colombiana. Ahora sonríe y pasa al siguiente tema.
Guitarras asesinas y voz con cadencia del rock eléctrico europeo, volvemos a los tiempos donde los las cuerdas nos recuerdan el camino hacia el Francis Cabrel más eléctrico en “Somos la furia”, con la pluma de Igor Paskual y los coros listos para derrumbar catedrales con la guitarra de Jorge Ilegal como ariete. Ruidos de tormenta y el camino masticado que nos llevas hasta dos temas del maestro Sabino, una entrega pop donde lo cotidiano es la mejor poesía, “La lluvia”: épicos susurros, la muchacha, Melody, Nelson, esperando que sus ojos puedan contemplar las gotas a través del humo de los gitanes. ¿Qué quedará después de la petite mort? Pues un poco de “La libertad”, con unos zumbidos de sintetizador, rítmica política que adolece de cierta inocencia a estas alturas de la batalla, como si la revolución no hubiera pasado y ahora los derrotados mandaran.
Volvemos al desfile de trajes a medida de Igor Paskual para Loquillo con “Todo tiene su sabor”, esta vez volviendo a Dino´s, con los metales capitaneados por el jefe del Zoco, Dani Nel·lo que sabe dar pinceladas cuando toca o sustento cuando el tema lo pide. Esquirlas de duduá para que se te quede la boca con una sensación que hacía tiempo no recordabas.
«Llegamos a la única aportación del catedrático, del poeta, de Gabriel Sopeña, que, como siempre, deja una muesca más en el libro de estilo de aquellos que saben poner melodía a cada palabra. “Historia de dos ciudades” demuestra que Sopeña es capaz de encontrar la canción que se esconde entre los espacios que separan las palabras de cualquier sentencia».
Sus segundas voces nos llevan al maravilloso “Mientras respiremos” y sus partes de “Tiempos asesinos”. Mezclar a Charles Dickens y dejarte con la sensación de ser parte de la banda de hombres sin piedad que siguen buscando las respuestas en la poesía y el rock. El LP termina con “Voluntad de bien”, otro tema de Sabino Méndez, un piano al estilo de Paris 1919 de John Cale, en esa pausa dramática donde encuentras el hielo, el final del camino, el cubito que se deshace, el fernet, el pastis, el coñac… la gula del ciego que no puede llorar porque sus ojos se han secado.
Un cierre monumental, con un Loquillo transmutado en sudoroso Jacques Brel, mientras las guitarras se elevan hacia el cielo. “Diario de una tregua” nos recuerda que Loquillo y sus aliados saben que la narrativa de los discos es algo que no debe perderse en estos tiempos de inmediatez infantil.