Cronolector de tebeos: Born Again de Frank Miller, una historia de Daredevil

Desde hace unas semanas disfruto de la muy recomendable guía Marvel Grandes Cómics -100 cómics que crearon un universo-, que ha editado Penguin Random House en su sello DK. No es el habitual tomo de divulgación para los que han visto las películas del UCM… se trata de una labor profunda de documentación y cronología que permite al profano introducirse poco a poco en la historia de los superhéroes y, además, genera una emoción diferente, maravillosa, entre aquellos que llevamos leyendo desde los diez años tebeos de Marvel. Funciona pues a distintos niveles y aprovecho su lectura para iniciar una serie en Motel Margot, entregas variadas de las historias que me emocionaron, que me llevaron a otros tebeos o a otras narrativas -nunca olviden que empezar con un tebeo te puede acabar poniendo delante de una máquina de escribir o tras una cámara-. La mayor parte aparecen entre estas 100 historias… pero otras no. Espero que os guste.

Muchas gracias a Borja Peinado por los consejos y las conversaciones.

La imagen icónica de La piedad de Miguel Ángel, el momento más bajo del héroe, un homenaje que ya había aparecido en la portada de la novela gráfica La muerte del Capitán Marvel, esa épica callejera, de amor no correspondido, de latidos y vergüenza. El padre de Matt Murdock podría haber sido un personaje de Martin Scorsese, Born Again con el De Niro de comienzos de los ochenta, con Joe Pesci haciendo de Foggy Nelson. Paul Schrader frecuentando los cines para adultos donde se pasa en sesión doble algunas de las filmaciones de Karen Page. Born Again es la obra oscura y maestra que trastocó la inocencia de los lectores. En España muchos de nosotros nos topamos con la trama fragmentada en aquellos horrendos complementos que las series de éxito de Fórum traía. Vislumbramos trozos de aquel descenso a los infiernos, entre retapados de saldo y lecturas en desorden.

«Echamos mano a la hemeroteca antes de seguir escribiendo: edición americana, Daredevil del 227 al 233. Primera edición española: octubre de 1986, Spiderman con cadencia semanal, el número 227 aparece en el número 112 del primer volumen de la serie del trepamuros. Llega hasta mayo de 1987 en el número 131. El precio por tebeo había pasado de 125 pesetas a 140. Este número 131 es el primero que aparece en un retapado de cinco números. Creo que lo compro en una tienda en Salou…»

Volvamos al principio. A la caída. En las primeras viñetas casi se puede notar el calor húmedo del país donde Karen Page está vendiendo todo lo que posee, cuerpo y alma, por una dosis. Una dosis de heroína en un tebeo juvenil. Ella, que había sido amante de Matt Murdock, conoce su doble identidad como aventurero. Pero el mono la consume y en un papel, en un simple papel doblado, a cambio de una chuta rebosante, vende el nombre que se oculta tras la máscara. Vende al diablo. Al que patrulla en la cocina del infierno. Frank Miller mutilará las costumbres en Sin City y definirá el crepúsculo de Batman en El retorno del caballero oscuro. Pero en Daredevil el salto es cualitativo. La destrucción de Matt Murdock es rápida, precisa. No hará falta violencia al principio. Todo resulta ajeno para el lector actual e, incluso, para los que vivimos sociedad con esos ritmos, ver cómo cartas de desahucio, avisos de impago, llamadas para avisar de que las tarjetas de crédito han dejado de tener validez o avisos del juzgado para declarar por acusaciones de mala praxis con la única prueba de unas fotos trucadas.

«¿Cómo se congelaban las cuentas en los ochenta? Había alguien que tomaba nota en alguna olvidada sede de un banco y lo enviaba por valija al resto de los establecimientos. Como una enfermedad que recorre la corriente sanguínea, lenta pero implacable. Y cuando tratas de detenerlo ya ha invadido las uñas de las manos y los pies. Una tijera grande para cortar el plástico de la Visa o de la American Express. ¿Cómo arreglaron las fotografías que involucraban al buen abogado? ¿usarían papel de calco? ¿negativos trucados? ¿exposiciones con truco? No había Photoshop, las pantallas de 1986 eran de una fosforescencia cancerígena, autómatas con un retraso cualitativo. No le hace falta la violencia a Miller para derrumbar el castillo de naipes. Solo un sobre con el sello de la hacienda pública».

Taxman, como la canción de los Beatles. Más peligroso que los asesinos en serie que pueblan las calles y las pantallas de cine. El primer acto termina descubriéndose que el policía corrupto, una persona excelente, está atrapado en el nudo gordiano de un hijo enfermo. Daredevil, según su escrupulosa moral católica, se encuentra todavía más atado. El cierre del primer acto incluye una explosión. Dejar al héroe sin casa bajo la nieve. Gélidas calles de locos. Y sus amigos comunican o es el mismo Murdock el que, enfebrecido, no acierta con el número. Miller nos llega a hacer dudar sobre si la paranoia ha afectado tanto al protagonista que las conversaciones que tiene o no tiene con los pocos amigos que le quedan son reales.

El segundo acto es un salto cualitativo. Una viñeta apaisada que recoge la degradación física del héroe. Atrapado en las sábanas sucias de un motel barato. Las dobleces del tejido hacen las veces de esposas en el cuerpo de Daredevil, vestido con la misma ropa que antes de la explosión. El tiempo transcurre fuera de las leyes de la física en esas viñetas. La ropa de cama, hambrienta, siempre está lista para facilitar un ahorcamiento. Como en la canción de Los Planetas, Línea 1, él está dispuesto a dejar todo aquello, a vencer la pereza, el dolor, tomar algo para poder ponerse en marcha, levantarse de la cama, cambiarse de ropa, agarrar el pomo, salir a la calle, tomar un café bien cargado y quizá unos huevos y algo de pan. Ir un rato a un gimnasio barato, arrancarse la cascarilla de las piernas y el alma. En la siguiente viñeta Murdock se ha quedado dormido. Su cansancio es psicológico y sus sueños arden de fiebre y culpa. Porque sabe lo que tiene que hacer, sabe quién es el responsable de su caída. Es un ángel de Milton y su padre, Wilson Fisk, Kingpin.

Unas páginas antes, Kingpin, al conseguir finalmente la información que lleva buscando lustros, ni se lo piensa. Su maldad solo es comparable a su paranoia y ordena eliminar a todos los que han estado en contacto físico o han conocido el contenido de la nota. A ellos y a su familia. El círculo vicioso de somnolencia y autocompasión. Cara a cara con Kingpin, desorientado, atrancado. La paliza es épica. Es el momento de la degradación, periódicos como mantas, acabar en un hogar de caridad. La madre, la Virgen María, el demonio ciego abrazado a una monja con su sangre. El padre boxeador, la cruz de cada uno es diferente. El periodista que se niega a quitarse las vendas de los dedos. Tiene miedo de escribir. Tiene miedo de pensar. El miedo es lo único que puede respirar. El cigarrillo se consume en sus labios. No hay cadáver en el río, en el escenario preparado para engañar al mundo, el suicidio como humillación final, no hay cadáver.

Murdock se levanta. Acude al único lugar donde la luz brilla para un ciego. La parroquia del barrio, de la Cocina del Infierno. El dolor es físico, muscular, sus huesos se han astillado y han llegado hasta el corazón y el alma. Una monja lo recoge, lo acuna. Lo conoce. Como Rondador Nocturno o Loba Venenosa, los héroes de Marvel de los setenta y ochenta eran religiosos, pero más como un manual de instrucciones que como la creencia en un ser superior una vez que han conocido un panteón de Dioses clásicos de la antigüedad o extraterrestres con poderes que rivalizarían con los misteriosos Nephilim del Antiguo Testamento. El catolicismo, la piedad, la culpa, la caridad, la verdad… es una forma de afrontar la existencia.

Ben Urich, un personaje secundario del Universo Marvel, habitual de Spiderman y de cualquier serie ambientada en Nueva York. Periodista y fumador, casi una diana tumoral andante, gafas, flaco. No se rinde, es periodista, es americano, eso en los ochenta significaba algo. Hasta que llega el miedo. El terror. La amenaza directa. Entrevista en el hospital y descubre que el que friega el suelo está a sueldo de Kingpin y que la enfermera obesa, cálida y paciente, se metamorfosea en una asesina despiadada capaz de ejecutar a un hombre con sus propias manos. En Nueva York hace calor en Nochevieja, aunque nieve. Será por los edificios muy juntos y la mala ventilación de los apartamentos baratos. La mujer de Urich se ha salvado por los pelos. Le han dejado muy claro que no puede ni pensar en Murdock o en Daredevil. Pensar está penado, es castigo inmediato. Las manos destrozadas son la metáfora perfecta.

El tercer acto comienza con la aparición de Nuke. La bandera, las bencedrinas de diseño. Matt Murdock ayudando a Karen a pasar el mono. Suena Cold Turkey de John Lennon. No ha pasado ni un lustro desde que lo asesinaron en el Dakota. Urich vence el miedo. Es el personaje bisagra. El que de verdad ha fallado. El que esperábamos que se mantuviera firme. Pero al final en mitad de la sangría corrupta de golpes y disparos, surge el Fénix. Born Again es, claro, un tebeo de renacimiento, de supervivientes que se elevan de las cenizas, tan inseguros, contradictorios y frágiles como al principio, pero con aguante. Así que Kingpin se ve obligado a un cuarto acto de tábula rasa. Daredevil 233 muestra cómo Nuke convierte la Cocina del Infierno en un infierno a secas. Músculos de esteroides, fuerza bruta y bajo la lluvia que mancha y alimenta el fuego, los Vengadores detienen la destrucción. Un hombre de hierro con la armadura de los Vengadores Costa Oeste, Thor convocando a la tormenta, el Capitán América descubriendo que Nuke es el agente Simpson, el único superviviente del Proyecto Renacimiento.

«El supersoldado es la historia oculta de las fuerzas armadas norteamericanas desde la segunda guerra mundial hasta todas las guerras que la administración Reagan empezó en los ochenta. Todas las derrotas de los USA. El enemigo está claro, pero los amigos no son de fiar».

La aparición del Capitán América que sabe que una parte de su ADN, ideológico y físico se encuentra tras Nuke, es otra de las imágenes impactantes. Su figura colorista está fuera de lugar, enturbia el foco que refleja en el vapor que exhalan las calefacciones baratas de los callejones de Nueva York. Kingpin ha traído a Nuke desde Centroamérica. Podrían haberse inventado un país de videojuego, uno con nombre de Santo, pero prefiere dar el realismo necesario y poner sobre la mesa las acciones de intrusismo y juego sucio de la CIA y alrededores, capaces de utilizar perturbados soldados con síndrome postraumático atiborrados de esteroides y anfetaminas, para derrocar gobiernos filocomunistas o mantener el orden con cirujanos arios que aparecen como hombres del saco para llevarse en sus bolsas a los disidentes. Todos tienen algo que ocultar, en los años de la cocaína y la televisión por cable, del consumo de la pornografía en la intimidad de tu hogar -quizá dejarlo en piso sería suficiente-, lleva a cualquiera a calmar sus apetitos tras su puerta, con las persianas bajadas. Los grafitis en el metro son la nueva Adoración del cordero místico, sprays frente a polípticos y Basquiat frente a los hermanos Van Eyck.


La imagen de Nuke, con el agua de la lluvia cayendo sobre el suelo de la oficina del Daily Bugle me deja aturdido. La mesa está empapada, los folios donde se escriben las noticas, la pasta que se ha formado con la ceniza de los periodistas acumulada en ceniceros que no parecen tener fondo. El grito, el mantra de Nuke, dame una roja, dame una roja. Capitán América revelando al ciego Daredevil que Nuke, la prueba fallecida que busca reproducir el suero del supersoldado, lleva una bandera norteamericana tatuada en la cara. No lo sabía, no me importa le contesta Daredevil. En la última viñeta Matt y Karen pasean por las calles de Nueva York emulando la portada feliz de Freewheelin’ Bob Dylan, editado en 1963. Dylan y Susan Suze Rotolo agarrados. Sopla el viento y se lleva las ediciones arrugadas de la mañana donde los muertos son solo cifras. Hace diez años que murió Suze Rotolo. Lo descubro al leerlo en la hemeroteca digital de El País. Hemos llegado al final, anfetaminas, la contra, Somoza, el crimen organizado, Miguel Ángel, la lectura fragmentaria.

Unos cuantos años después de leer Born Again en orden por fin me di cuenta de que no es que lo importante de la historia no es lo que influye en la continuidad del personaje en el Universo Marvel. En realidad, superhéroes con tantas décadas detrás acaban inmunes a situacios psicosociales que llevarían a cualquiera a la locura. Olvidan momentos extremos de su vida e, incluso, repiten situaciones parecidas que si uno no es un lector continuado de la serie, le parecen poco originales (hablo en el caso de Daredevil, del «Informe Murdock», reeditado hace poco como tomo de Marvel Saga y que retoma las consecuencias de que la identidad secreta sea de conocimiento público). Lo importante es la historia, ni lo que sucedió antes ni lo que sucederá después. Capturarlo en ámbar y disfrutarlo. ¿me estás diciendo que un cómic de superhéroes no es realista psicológicamente o carece de consistencia como saga después de siete décadas a ejemplar mensual…? Vaya sorpresa.

«Lo importante es la historia, lo que muestra, nada de edulcorantes. Adicciones y fragilidad. Síndrome postraumático, el sueño americano convertido en una pesadilla. Los humores malignos que recorren las arterias de la sociedad occidental en los ochenta».

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