Sea usted un hombre de palabras, o no lo practique, da igual, busque sincronía, descubra que en la repetición y el mantra la melodía se erige como una flor de metal que atraviesa los arreglos y las guitarras. Clavadas como si lo industrial se hubiera convertido en un sucedáneo entomológico, el primer tema del EP, Xelá, se estructura sobre capas y capas de sonidos, como mantas en noches heladas, cubriendo una parte, dejando al descubierto otra, pero siempre la idea de una iteración como musicalidad máxima. Cuento hasta tres erecciones sonoras, la última es un martillo soviético que eleva, como un metrónomo a triple turno, para dejarnos en la segunda mutación: Orrocos.
«El arte sonoro es como una navaja abriéndose paso en una fruta madura, el postpunk que mira al cielo y tapa con esparadrapo las salidas de líquidos de los fanáticos de Cabaret Voltaire».
Orrocos es un aviso constante de que la revuelta está a punto de comenzar, como en una de esas viejas grabaciones de videoarte en Metrópolis, cabezal a cabezal, añadiendo una distorsión más como medida de tiempo. Más que la estructura una debe dejarse llevar por la sensación de un edificio que se derrumba para poder erigir un espacio distinto, atiborrado de metanfetamina, solitario Peter Murphy mirándose al espejo en un motel de Berlín, dándose cuenta de que ha llegado cuarenta y tres años tardes y su coronilla es cada vez más comprometedora.
Mira el reloj de la habitación, un Segismundo en Otneimatsua, el aullido de un mecha en una rave en el centro de Seúl, abandonado por sus amigos y que prefiere buscar un reservado donde presentan su nuevo material Justo Bagüeste&Suso Saiz entre theremines y cables analógicos que le recuerdan a su creador -lo más cercano que ha tenido a una madre-.
Escapando, borrado de la mecánica por un campo magnético descontrolado, la caja de música se ha cruzado con un aparato de radio de onda corta y cada giro es una frecuencia, nota a nota sampleamos un ballet para un soundtrack de La máquina blanda de William S. Burroughs hecho en stop motion utilizando ciempiés recortados de la prensa gratuita. Las guitarras hipnóticas y los sintetizadores violentos que aparecen a mitad de Sod, un. Etnatsnoc son herederas del frígido replicar de las langostas autómatas, un regocijo puntual antes de volver a los extractos tribalistas que se apoyan sobre los únicos fonemas de la grabación.
«¿Recordáis las guitarras de Adrian Belew cuando el Duque Blanco le dio por pagarse las sustancias con anuncios de sake, os viene a la memoria el manual que te enseñaba a destruir ángeles que John Balance escribió como una carta de amor a Genenis Breyer P-Orridge?«
Yo no consigo recordar casi nada de lo que hablo, pero al despertar, mi viejo disco del Imperio de los Sentidos de Niños del Brasil se había automutilado dejando solamente los interludios y todos se habían cambiado el nombre a Soñaelpmuc. Tzesne ha publicado este EP con la siempre ecléctica discográfica Repetidor Discos que es un disfrute para el oyente exigente, un canto a la deconstrucción, un jardín de senderos que acaba encontrando la melodía, un señero hábitat de estratos sonoros que se pueden utilizar como acompañamiento nocturno, inspiración para un sueño pesado o reconstituyente vespertino en un sábado por la tarde distópico.
Para ello ha fagocitado las canciones de Daniel Ardura, extraídos de su LP Voltereta del año 2017 para ejercer de agente mutagénico, de intervencionista subversivo, de alterador semiótico, llevando la melodía ajena a su tuétano tribal para que el vapor que exhala la sabia invada los distintos lóbulos a través del acceso auditivo. No tenga miedo, acérquense. Exploren. Puede que vean sus propios sentidos modificados.