Cronovinilo: Abre de Fito Páez (1999)

Antes de Abre, antes de todo, hay una historia. Pero antes del éxito masivo, antes de dejar de ser el pibe de Rosario, el fiel escudero de Juan Carlos Baglietto, ya había compuesto el rabioso disco conceptual Ciudad de pobres corazones, había amado y escrito a Fabiana Cantilo con todo su corazón, había sido parte de la banda soporte de Charly García, haciendo la gira de Clics Modernos y grabando Piano Bar cuando la música se convertía en una mujer imponente devorando la noche de Buenos Aires. Las canciones parecían acercarse con deseo al piano de Fito, las canciones de Ey o de Tercer mundo maravillosas y compitiendo con Abre estaría su disco ‘Giros’, el segundo de su trayectoria solista, después de ‘Del 63’, que apareció en 1985. Ya no era solo el pibe. Era Fito y tenía lentes redondas, diamantes, una mujer actriz y cigarrillos de importación. ¿Qué hacer después de ser más grande que la vida? Puedes morir o puedes imitar a Dios. En 1992 alcanzó la divinidad con El amor después del amor. Millones de de copias vendidas y toda América latina rendida a sus pies. Antes de Abre y después… hay una historia.

Y en la música la divinidad viene en formato cuarteto y trae el pasaporte sellado desde Liverpool. Con las regalías del disco arma su propio estudio, ‘Circo Beat’ y se encierra en 1994 para desmenuzar sus obsesiones de pop, psicodelia y paranoia. Un millón de horas de estudio para un LP notable. Pero cómo escapas de El amor después del amor, no puedes. Grabas un desenchufado porque eres un tipo que conoce las modas. Estrenas uno de tus mejores temas aquella tarde Cadáver exquisito, hay whisky y merca, discos del Brasil y novelas de Manuel Puig.

Fito quiere ser Scorsese o David Lynch. Quiere ser elegante tras una cámara. Quiere ser imagen y melodía. Sueña con Nastassja Kinski. El concierto de 1996, acústico, se llama Euforia.

«Es una ola de la que Fito no se quiere bajar. Pero aunque las melodías llegan y los acordes se superponen en un círculo mágico, las palabras se muestran esquivas. Hay proyectos de poetas que duermen soñando con Páez, hay minas que guardan bajo el corpiño bolas de papel con sus textos y hombres que siguen siendo niños que hacen lo propio en sus bóxeres recién estrenados».


Pero el fin de siglo se acerca y antes de que muera la poesía Páez mira con arrobo las piernas falsas de Joaquín Sabina en Yo, me, mí, conmigo. Está enamorado de la sonrisa de nicotina amarilla del jienense. Es 1998 y se juntan para componer Enemigos íntimos. No hay escenario en el Luna Park, es todo un ring de boxeo. A un lado Monzón y al otro Pedro Carrasco. Fantasmas intoxicados. No era el primer disco que había grabado Fito en compañía. Una década antes, sin gafas y el pelo largo y rizado, como un efebo que hacía oposiciones a pirata del Prix d’ami, edita La, la, la junto con uno de sus maestros, Luis Alberto Spinetta. El disco es bellísimo. Con Sabina las cosas no van demasiado bien. El español lleva letras y graba algunas voces. Fito construye sobre su piano y sus cuerdas arreglos que suenan a Fito. Sus músicos, su disco, su muralla o su muro. Circo Beat. Circo por los payasos, Beat por los golpes contra la pared. Y el tequila y el tabaco y lo que encienda las turbinas de la paranoia blanca.

«En 1977 Phil Spector y Leonard Cohen escriben quince canciones en dos semanas. Un tema por día. Cohen la letra y Spector la melodía. En el momento de entrar a grabar Spector contrata a un hombre armado para impedir que el poeta canadiense entre en el estudio. Las voces de Cohen se grabaron con el colt cobra de Spector sobre la mesa. También habría cocaína, yodo, mujeres-con dos en cada brazo entró una noche Bob Dylan en la sala-, Ronee Blakley para cantar sobre los susurros de Cohen y la barba de Allen Ginsberg, que todavía seguía vendiendo su pescado podrido al mundo envuelto en periódicos llenos de noticias de guerras terminadas o por empezar. El disco se llamará ‘Death of a ladies man’. El de Páez&Sabina, “Enemigos íntimos”.

Visitan los estudios de Radio Zaragoza y se hacen una foto con una reseca terrible inaugurando una de las salas de locución. Setenta conciertos por delante. Una banda de acompañamiento que organiza Fito. Un videoclip que controla Fito. Cartas y contracartas. Si volvieran los dragones a digerir la primavera.

Pero ¿Por qué nos cuentas todo lo anterior, Octavio? Hay que ponerse en situación. Es el número 4 de la edición española de la Rolling Stone. En la portada, casi como una burla, aparece el Sabina que ha grabado con Alejo Stivel uno de los grandes discos del siglo, 19 días y 500 noches. La revista está fechada en febrero de 2000 y el precio sigue mitad en euros y mitad en pesetas. 325 y 1,95. En la página 15 un desacertado titular: “Todo sobre mi Fito”.

Cansino Almodóvar, cansino periodismo español, que, salvo excepciones, no entiende el material tóxico del que está hecha la vida de Páez. “Pesaba 46 kilos y no tenía dientes”, así lucía el día que conoció a Cecilia. Son cuatro líneas dedicadas al disco. DRO quería vender a Fito en España. Se equivocaron de disco, se equivocaron de mito.

Nadie después de un quilombo así podría hacer un buen disco. Nadie se pondría siquiera a intentar hacer un disco. Pero Fito no se para, Fito es Gardel, en sus momentos buenos -que son muchos- está por encima de Spinetta y Charly y compone Abre, su mejor disco. Dicen los rumores que había cuarenta y tres canciones dispuestas a ver el sol o, casi seguro, la noche. Al final don doce. Hay con una cita que sirve como coda o subtítulo para el disco: “Pequeña teoría sobre el fin de la razón”. Fito es mediático, abusa de sustancias, se ríe del personaje, “Abre” es un disco de un padre primerizo que no sabes agarrar a su bebé. Es especial porque el éxito masivo es un agujero oscuro del que se sale a base de tabaco, whisky y Elvis Costello. Lo de Sabina era todavía más complicado, es como si te deja una novia, el desgarro emocional es tan grande que uno vuelve a lo suyo, a los orígenes. La canción por la canción, los arreglos y la majestuosidad, el piano y la voz. Todo es Fito en Abre, pero hay partes de Fito que no conocíamos. 36 años y ya me parecía viejo.

Compré el cedé en una cubeta de rebajados en un Simply de la calle Eduardo Ibarra, al lado de la Romareda. Allí acompañaba a mis padres a hacer la compra mensual. Hoy tengo siete años más que Fito cuando se juntó con Phil Ramone para entrar a grabar Abre.

«Ramone lleva ocho años muerto y nadie de su familia se puede imaginar que un profesor de matemáticas cuarentón está escribiendo sobre él en un verano después de una pandemia mundial. Ramone hizo de ingeniero de sonido de la mitad de Blood on the tracks de Bob Dylan, perpetró aquellos discos de duetos del viejo ojos azules, el tío Frank, que los grababa sin dejar entrar a Bono al estudio y repitió con Tony Bennet la jugada, el día que tuvo que sentar a Amy porque no podía con el fraseo de Body and Soul. Aunque, claro, si hay que quedarse con algo, me quedo con su labor en los mandos de Getz/Gilberto, más Antônio Carlos Jobim en los arreglos, el piano y la composición y con Astrud Gilberto en su primera grabación profesional. Te estás yendo otra vez, Octavio. Hay que volver a Fito.»

En el número 15 de la revista EFE EME -475 pesetas, 2,85 euros-, la portada es para Ariel Rot y Fito que saltan, como dos jóvenes, sin barriga, zapatillas de deporte, camisetas sin mangas. Parece que en España hay que venir con la tribu o no te van a aceptar. Yo a Fito lo amaba desde que Charly García le obligaba a tocar de espaldas los teclados porque la gente lo aplaudía más que a García. Rock en familia. Todo bucólico. Nadie nota el aliento del trago y la nariz reseca. Ariel Rot presentaba su notable disco Cenizas en el aire, el segundo de su segunda época solista. En aquella entrevista Fito hablaba de México como inspiración para el LP, unos efluvios que supongo que vendrían por las botellas trasegadas junto a Joaquín Sabina los meses anteriores, porque la parte más melódica nos lleva a los setenta anglosajones, desde Steely Dan hasta el bigote más enrollado de la historia, el Gainsbourg del medio oeste, Lee Hazlewood.

Fito es tan argentino que acaba siendo brasileño, investigando en nuevas formas del folclore, desde las chacareras a la mutación modernista del Ástor Piazzolla atrapado en la Hora Zero.

«Fito es Mario Alberto Kempes celebrando el gol con las papelinas blancas y el gesto serio de Videla, es Alberto Olmedo sosteniendo una bolsita de polietileno rosado como si le fuera la muerte en ello, es Gustavo Cerati atrapado por la Amenábar y sus hijos en Santiago de Chile, Antonio Escohotado contando lexatines en Ibiza, el trago, el faso, la merca, el silencio en la cabeza, la turbina que no para, las lágrimas, los recitales interminables».

Javier Losilla en la reseña disco disco habla de “Más para la regresión, menos para el onanismo y más para el placer compartido”.

Los textos del disco tienen una locuacidad y una poesía que alcanza niveles épicos sin caer en metáforas abigarradas y, sobre todo, maneja un fraseo que es marca de la casa, casi marca del país: “Van a declarar a Argentina manicomio mundial, nos van a encerrar a todos y no nos van a dejar salir más a ningún lado”. Andrés Calamaro publicaba aquel año Honestidad brutal, Charly García había pintado su locura en directo con Demasiado Ego y Spinetta venía de disolver a los Socios del Desierto con su experimento Los ojos. En Buenos Aires compré un magnífico libro, Transgresores, sobre Fito, Charly y Spinetta. Allí estaba todo explicado. Incluso con notas al margen.

Abre hace de puerta al disco, es un tema largo, de desarrollo instrumental setentero, con un hammond hambriento y sonidos sintéticos que sostienen una letra sencilla pero muy evocadora, una perfecta declaración de intenciones. El segundo tema es uno de los más grandes de la carrera de Fito Páez, una autobiografía que nos ha servido como guía vital a muchos de sus devotos: Al lado del camino, entre el Dylan confesional y siendo mejor Calamaro que Andrés Calamaro, Fito es un poeta con imágenes que se te clavan en el alma: “Entonces navegar se hace preciso/En barcos que se estrellen en la nada”, te deja claro quién manda: “yo puse las canciones en tu walkman”, con las guitarras acústicas de Ulises Butrón y Gabriel Carámbula y un fraseado que te deja sin respiración. Un artista renegado que abrazarías. Fito ha mirado a la muerte y le ha perdonado con olvido y cigarrillos. Es como volver a escuchar Del 63 pero con la huella de la tintura de pelo de Carlos Menem manchándolo todo. Fito Páez vino a España para promocionar el disco y grabó un concierto en Radio 3 que es historia viva de la música: una caja de ritmos y el bajo de Guillermo Vadalá.

Sigue con Dos en la ciudad que tiene el alma del encuentro fallido que todos hemos soñado alguna vez y que Fito lleva a su terreno, entre metales y cocaína tomada con la elegancia de un poema de Luis Alberto de Cuenca. Como un encuentro entre Harry Dean Stanton y Bibi Andersen. En la revista EFE EME habla de John Cassavetes. Prefiero a Harry. Fito llevaba persiguiendo a Cassavetes, a su mujer más bien, desde la época de Circo Beat: “No me gustar cantar/yo me muero con Gena Rowlands/Y los monos están devastando este lugar”. Una maravilla donde el piano rhodes de Páez sigue emocionando. El Fito más cinematográfico, el que construye novelas cortas sin darse cuenta. Es solo una cuestión de actitud es un rock clásico de corte británico, con trombón y piano, perfecto para una emisora de FM, no se puede decir que sea relleno algo que es tan bueno.

Llega la monstruosa La casa Desaparecida, más de once minutos con un ritmo que comienza dub y se adentra en la pesadilla de un país que se deshace: Valeria Mazza, cuando uno se pone de katovit es capaz de pensar que rescatamos las Malvinas, ropa interior usada, Boca Juniors, el plan Cóndor, milicos desarmados por sus amantes, la conexión con el spoken word de su primera época de Tercer mundo, Maradona, Fito mucho más adulto, Fito carapintada, Fito que transa a Perón y todos los que hacían el aguante a la paridad, Fito que come raviolis con las manos sucias de limpiar con jabón y banderas la sangre que recorre la Argentina. Repito, más de once minutos, La casa desaparecida vale por todo el Circo Beat y por la mitad de El amor después del amor pero todavía me la banco, desde El Tigre hasta Avellaneda, con el bandoneón de Néstor Marconi. Y es que la desolación localista tiene un recorrido emocional incontrolable. Nunca antes Fito Páez había escupido así las palabras -lo más cercano, el amago de rap de Tercer mundo, era demasiado festivo, a pesar de lo irónico de sus versos-, y cuando entiendas todos los referentes de la canción tendrás aprobado los dos primeros cursos de “argentinidad” y estarás camino de recibirte.

Tu sonrisa inolvidable es un guiño al Madrid de los argentinos, al de Calamaro, Roth y Chango. Fito le da un toque de chacarera, para cantar desde Sol a Castellana, como si el sol de España fuera mejor que el de la Argentina. Algo se venía y Páez lo sabía. Esas postales argentinas que remiten a la chica que tenía un puesto en rastro y hacía carricoches de miga de pan. Si Fito habla de Sostiene Pereira y de Boquitas pintadas de Manuel Puig, busco la mejor de mis ediciones, porque lo merece. También de aquella época queda otra historia de amor, la película Nueces para el amor con telón de fondo el mítico concierto de despedida de la primera banda de Charly García, Adiós Sui Generis. La percusión de Hubert Reyes le da un toque limeño para lo que sería castizo y el bajo de Vadalá lo sostiene todo.

«Desierto es oscura, es como una vuelta a la Ciudad de pobres corazones, el vampiro Páez se quiere sacar la sangre para ver qué es la vida en muerte. La zona donde Charly García un demonio y al Flaco Spinetta no lo dejan entrar, la parte más dark, donde vivía Juanse antes de ver a Jesucristo en los baños del Cemento. Disparos, sangre, caballito».

Lo mejor es que la instrumentación no es ampulosa, Fito suena en Abre sobrado de sonido, como uno que se zarpa para irse a dormir. Torre de cristal nos recuerda que el amor por los Beatles siempre va a estar presente en cualquier producción de Fito, más la autocomplacencia de McCartney que la rabia de Lennon. Y la voz de Anita Álvarez de Toledo, que lo llena todo, que lo atrapa en el aire. Anita estaba junto a Gustavo el día que Cerati se convirtió en una de las estrellas más brillantes del Planetario de Buenos Aires. Lo mismo sucede con Habana, ese mito de ciudad que siempre te recuerda que los que alaban la isla lo que quieren es vivir como Hemingway en Cuba. De todos modos en lo musical funciona la belleza del bolero con el tango, como primos ligeramente incestuosos. Ahí voy vuelve a la parte más literaria de Fito Páez, es manera de convertir una instantánea, una captura en una breve novela. Hermanada con Polaroid de locura ordinaria o El chico de la tapa, personajes que se resisten a dejarse cae a pesar de pasear por el alambre. Y los arreglos festivos para una prostituta adolescente, una esquizofrénica o una que hacía dromedario y la terminan pillando.

La despedida es piano y Fito, es belleza inolvidable, es como aquella vez que hablaba de los anteojos y de Chico Buarque. Es simplemente atrapar en acordes la vida. Uno pensaba que lo de Cecilia y Fito iba a durar para siempre o lo de Christina y Ray, pero bueno, no siempre vienen bien dadas y de los malos momentos surgen grandes canciones, ya lo verán. Y cuando crees que la cosa se termina hay todavía un poco de rock and roll con frase dylaniano con la Buena estrella. Fito sabía que se venía que se acercaban tiempos cambiantes, que vendría su príncipe y su princesa se marcharía, que en Buenos Aires Palermo pasaría de Hollywood a Bagdad. Pero eso, eso es otra historia.

Después de Abre, Rey sol un año más tarde. Fito había aprendido a ser papá o eso nos quería vender, con Ramone detrás de los mandos de nuevo. Pero era como una segunda parte, como si las canciones sobrantes tuvieran mejor aspecto tras una noche sin dormir por los lloros y no la merca. En el número 4 de los Cuadernos de EFE EME -verano de 2015, ya pagábamos con euros, 18 me costó-, Umberto Pérez se manejaba mejor en las aguas turbulentas de aquella época de Páez.

«La casualidad -o no-, hace que Fito comparta con Elvis Costello y Tequila los contenidos del número. También con Alain Milhaud y Martin Scorsese, pero creo que no es el momento de abrir esa habitación del Motel Margot hoy».

Con Naturaleza sangre mantienen la calidad en notable alto, independiente y sencillo, con los amigos de siempre sobre la mesa. Se había acabado el amor y lo remendaba a base de modelos de pasarela y su segunda hija, Margarita. Aquella fue la primera vez que vi a Fito Páez en directo, en España, en Zaragoza. En la sala Oasis. Perseguí a Fito por la ciudad, hasta el río, hasta su hotel. Pero no hablé con él, solo esperé y esperé, cegado por el reflejo del cierzo en su traje blanco.

El resto de mi vida con él, desciende el riesgo. La independencia se paga, Fito: aventuras sinfónicas, mil canciones solo con piano (“Moda y pueblo” vean Zona de Obras número 43, exactamente 6 euros), directos y más directos (“No sé si es Baires o Madrid”, vean Zona de Obras de la primeravera de 2009, menos de ocho euros), rohypnoles y barriga, versiones de Spinetta y Charly…nunca volverá a ser el mismo Páez, pero sus discos de la época dorada te dan para vivir en ellos más de un millón de existencias completas.


1 comentario · Escribe aquí tu comentario

  1. Dice ser tanto fumar

    Me gusta estar al lado del camino
    fumado el humo mientras todo pasa.

    Fumar es malo para la salud.
    Me gusta estar al lado del camino
    respiro vida mientras todo pasa.

    14 agosto 2021 | 10:50 pm

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