De vez en cuando uno vuelve a encontrar en los pequeños proyectos musicales la ilusión, la sencillez preciosista, la simplicidad armoniosa de la canción pop… no es necesario más que un juego de voces, unas cuerdas y alguna percusión. 2020 son cuatro temas, un por estación y un cuarto, una coda que resume la distopía con la dulzura de las lenguas romances.
Primavera (Saliva transparente): como una ola que llega hasta la playa de Gros, como pensar en recorrer el circuito de Le Mans mientras escuchas a Gloria y a Carmen, la saliva de IXEYA sabe dulce y salada como esa feminidad nueva que exhalan propuestas como la de Lorena Álvarez y que tiene su base en la lírica de la sencillez y la ironía, la más compleja de encajar en la canción pop. Sobre acústicas de palo y percusiones luminosas, un tema que es una confesión, un mapa que lleva hasta donde las sirenas barbudas decidieron hundir su circo incomprendido.
«Solo hay monstruos en los ojos que miran, declaración de vida y de uso de todos los sentidos, tacto de los sabores osados y el malogrado discurso de lo que está bien o mal».
Verano (In natura): después de una pizca de folk setentero, pop con aire de rumba, con esa manera de entender la voz solista como un arreglo más de la melodía de la canción, rítmica y festiva. Como si las Grecas hubieran grabado las maquetas de sus canciones tocando todos los instrumentos. Sonido Caño Roto sin aditivos sintéticos de sábado noche, el deseo de ser piel roja, la historia de Lupita la Trainera despojada de cualquier recuerdo del verano del 88.
«Más orgánicas que La Bien Queridas cantando las aventuras de Poison Ivy – la de Batman, no la de los Coasters –, claro».
Otoño (El de los mil bailes feat Tamara): mirando hacia el desierto de Monegros, con la solidez de la primera Amaral y la encarnación más fronteriza de Connie Corleone, sin resultar forzado, familiar y hermoso. Como aquella vez que soñábamos con Linda Ronstadt cantando a La llorona mientras saborea una infusión de amanita muscaria sacada de unas cavernas cerca de Longás.
Invierno (Campo de borrajas): cruzar el océano para escuchar el lamento de Violeta Parra, con un fraseo que nos recuerda la divinidad de Mercedes Sosa, encumbrando a la tradición latinoamericana que de casetes e ilusiones se afilió con gusto la España de finales de los setenta. No hace falta más que un poco de paz y mucho cielo. Y el sabor del arpegio que se queda en la lengua, la poesía de los cantores, ciegos de amor e historias. De nuevo se elevan las voces, los tuertos y los ciegos, Charly y Nito, Liliana Herrero y las cruces en el saso.
El cierre es un extra, Correa, que sucumbe al canto nocturno, a las cigarras y al escuchar el deslizar de los dedos sobre el nylon la llaga de la emoción se abre, una manera de atrapar en círculos el fuego y la sal, para dar paz en mitad del silencio, una manera especial de usar la ausencia con la misma sabiduría que emplean Kiev cuando nieva.
«El EP de IXEYA es un pedazo de sonoridad pura, de digestión completa del folclore, desde México hasta España, pasando por el pop anglosajón, que no deja de ser el origen de la canción radiada y de los 180 segundos de destilado de felicidad. Limpieza instrumental y una habilidad para las armonías vocales que hace de este disco un tratado breve de eclecticismo en su forma más infinita y compacta y nos deja con la promesa y el deseo de un poco más».