Fernando Escartín: la leyenda de Piau Engaly

Vuelve el ciclismo al Motel Margot. Estamos en plena disputa de la edición 2021 del Tour de Francia y, como siempre, vamos a abrir una habitación para uno de nuestros mitos, uno de esos ciclistas que hicieron de los veranos de nuestra adolescencia algo mágico, intenso y diferente. Adelantamos nuestra entrega semanal de los miércoles para celebrar el vigésimo segundo aniversario de aquella hazaña, la del aragonés Fernando Escartín en los Pirineos, en la etapa reina de aquel Tour de 1999.

La edición de aquel año del Tour había comenzado de una manera extraña: tras el escándalo del año anterior con el “Affaire Festina” y el abandono de varios equipos, incluyendo toda la representación española, había encumbrado a Marco Pantani como ganador. Pantani venía de ganar el Giro de Italia unos meses antes, en un doblete que no se producía desde los tiempos de Miguel Indurain (que lo había logrado en los años 1992 y 1993). Pantani había derrotado en la alta montaña al que parecía candidato a dominar el ciclismo mundial durante la primera década del S. XXI, el alemán Jan Ullrich y ambos partían como máximos candidatos al triunfo en la ronda francesa del año 1999. Pero Pantani, con el Giro de 1999 en sus manos (cuatro victorias de etapa y una distancia considerable respecto al segundo) es expulsado de la corsa rosa a las pocas horas de su victoria en Madonna di Campiglio. Totalmente abatido no se presentará en la salida de la localidad francesa de Puy du Fou donde arrancaba ese año el Tour de Francia. Jan Ullrich, por otro lado, se había caído disputando la Vuelta a Alemania y no sería tampoco de la partida. Se presentaba la edición de 1999 como una de las más abiertas desde mediados de los ochenta. Sonaban nombres como los veteranos suizos Alex Zülle, el español Abraham Olano -que se había impuesto en la Vuelta a España de 1998-, el ruso Pavel Tonkov o el kazajo Alexander Vinokourov -que se había impuesto en el Dauphine Liberé- o Ivan Gotti-que venía de llevarse el Giro de Italia tras la descalificación de Pantani-. El único podium del año anterior, el americano Bobby Julich parecía partir con algunas de las mejores bazas. Nadie confiaba realmente en Fernando Escartín, un corredor muy regular, que llevaba desde 1995 haciendo entre los diez primeros de todas las carreras de tres semanas en las que participaba -marchaba cuarto el año anterior, justo antes de la retirada autoimpuesta por el Kelme- y que además se había desprendido de su fama de mal rematador y esa temporada se había impuesto ya en dos etapas de la Vuelta a Asturias y otras dos en la Bicicleta Vasca.

«En el que nadie confiaba era en el texano Lance Armstrong, un excelente clasicómano, campeón del mundo en 1993 y que había superado un cáncer testicular que había hecho peligrar su vida y su carrera profesional. Lance había mutado en corredor de tres semanas, perdiendo peso y poniéndose en manos del doctor Michelle Ferrari, un italiano de fama turbia, que había cincelado su cuerpo preparándole para aguantar en la alta montaña sin perder potencia en la contrarreloj.»

Aquel 20 de julio de 1999 yo iba en un tren desde Coimbra hasta Lisboa. Mi vida y la ciudad era una ruina invadida por un ejército extranjero. Necesitaba ser reconstruida de arriba a abajo. Estaba desfondado por tanto Atlántico y tantas calles abrasadas. Niños que correteaban trazando círculos viciosos, como delfines sin sentido, el olor y el sabor de Brasil mezclado con Angola. Churretones en las mejillas, la decadencia del sol, que solo da calor pero no calienta. Eran días de cauterizar la adolescencia entre plazas de ceniza blanca y mármol de aguardiente. En el parte del día de Radio Exterior de Radio Nacional de España el locutor aséptico informó de la victoria de Escartín. La victoria de la vida.

Estamos en los Pirineos. Tras el segundo día de descanso llega la etapa reina. Lance Armstrong un corredor prácticamente descartado para la práctica del ciclismo, había arrasado en las dos primeras semanas de carrera, llevándose el prólogo, la primera crono larga y el primer final en alto en los Alpes, en Sestrière. En la segunda etapa, en el Paso del Gois, se había producido una caída masiva que había hecho perder una gran cantidad de minutos a Alex Zülle, el único que parecía estar a la altura del norteamericano del US Postal en los distintos terrenos. Esa pérdida de tiempo lo había descartado completamente para la lucha por la general y la jornada con llegada a la mítico puerto de Alpe d’Huez no había provocado ninguna alteración en el orden de la carrera. Sí que se había visto que Fernando Escartín, el corredor del Kelme, tenía muy buenas piernas, optando hasta el final por la victoria de etapa. En ese momento se encontraba en la clasificación general a más de ocho minutos, pero la etapa de Piau Engaly la tenía marcada a fuego en su mente y en su cuerpo. Iba a ser un ahora o nunca, una inmolación como hacía mucho que no se veía en La Grande Boucle.

Una vez superados los Alpes la carrera se adentra en la zona favorita para los escaladores españoles, allí donde el nombre de los Fuente (en Luchon y Superbagneres en 1971), Ocaña (en Luchon en 1973), Delgado (en Luz Ardiden en 1985 o Pau, ganando al sprint a Hinault en 1986), Indurain (Cauterets en 1989 y Luz Ardiden en 1990) , Cubino, Manzaneque, Valverde y, por supuesto, Bahamontes. Si miras la historia de la carrera, las llegadas a Luchon, Pau y Luz Ardiden han tenido casi siempre nombre español. La llegada este año es un puerto inédito, la estación de Piau Engaly, pero antes se suben cuatro puertos de mucha entidad: Ares, Mente, el Portillón, el Peyresourde y Val Louron. En las tres primeras cimas se producen algunas escaramuzas y dejan por delante a un grupo nutrido de corredores entre hay varios representantes del equipo Kelme. Parece que la táctica es tener hombres intercalados para apoyar el ataque de Ferando Escartín y acompañarle en las pocas zonas de llano y descenso para que no agote sus fuerzas.

«En el Col de Menté todavía hay marcas en el suelo de la sangre de Luis Ocaña y todos los que comienzan el descenso se santiguan. Se escucha ruido de sables en el comienzo del ascenso al Peyresourde, donde en su descenso Perico Delgado se ganó el apodo de ‘Le fou des Pyrénées’, el loco de los Pirineos, por su posición suicida en el descenso de la edición de 1983 detrás del escocés Robert Millar.»

Pero estamos subiendo, hay olor a pólvora, sonido de afiladores, el aire con la estática previa a la tormenta. Solo dos gregarios acompañan a Lance Armstrong a más de sesenta kilómetros de meta, algo inusual y que raramente se repetirá durante los años siguientes, en los que el “trenecito” de US Postal, con los mejores escaladores del mundo, ejercerá de guardia pretoriana del dictador tejano. Pero ese día solo aguantan Tyler Hamilton y Kevin Livingston en la cabeza del ya pequeño pelotón. Por delante, en el grupo de escapados Escartín tiene a dos compañeros, Pipe Gómez y Javier Otxoa. El ritmo de la ascensión aumenta, todos los favoritos se miran y pasado el avituallamiento en la localidad de Saint Aventin (San Aventen), Fernando Escartín se va hacia delante. Es el kilómetro 113, quedan 60 hasta meta. Muy lejos piensan el resto de los hombres fuertes de la carrera: el líder de la montaña Richard Virenque y el segundo en la general, Alex Zulle ni se inmutan, Ángel Casero, con el maillot de campeón de España de fondo en carretera hace amago de seguir, pero se detiene. Pero los grandes para ganar se la tienen que jugar siempre de lejos. A la rueda de Escartín salta el suizo del Mercatone Laurent Dufaux y se forma un trío que completa el corredor de Seguros Vitalicio, Curro García. En unos pocos kilómetros alcanzan 50 segundos de ventaja sobre el grupo del maillot amarillo. A tres kilómetros de coronar el puerto se produce la fusión entre el terceto y los escapados. Es el momento de Pipe Gómez, que se pone a tirar hasta la pancarta del premio de la montaña y encabeza el descenso del grupito delantero. Nadie pasa con demasiada fuerza al relevo, solo los dos Kelmes y con aportaciones puntuales de Dufaux pero es más que suficiente porque en nada la distancia con el maillot amarillo, a pesar del ritmo de los gregarios de Armstrong supera ya el minuto y cuarenta y cinco segundos. La carrera está lanzada, comienza el descenso. Quedan dos colosos por delante: Val Louron y el final en Piau Engaly.

Terminado el descenso y en los pocos kilómetros llanos previos a llegar a los pies de Val Louron la distancia sigue aumentando. Más de ocho minutos es la distancia que separa al norteamericano de Dufaux y Escartín, en realidad no son un peligro real, pero al maillot amarillo se le nota incómodo en la persecución. Val Louron son con siete kilómetros y medio de ascensión. Una cima grabada en la memoria colectiva del aficionado español, final de etapa en el año 1991, Perico, nuestro Perico se había hundido subiendo el Tourmalet y se despedía para siempre de sus sueños de volver a ganar el Tour. En el descenso su gregario, Miguel Indurain, reclamaba para sí el bastón de mando tanto del equipo Banesto como de la carrera, un mando que no soltaría durante los cinco años siguientes. En la meta se vestía de amarillo tras cederle la victoria al italiano Claudio Chiapucchi con el que había realizado los últimos kilómetros en fuga. En esta edición de 1999 es puerto de paso pero su dureza se nota a poco de comenzar la ascensión, los arreones por detrás de Virenque y el mismo Armstrong que comienza a pasar al contraataque hacen que Pavel Tonkov entre en crisis y se despida definitivamente de la general. También se descuelga a Abraham Olano. El donostiarra nunca ganará un Tour de Francia. A menos de seis kilómetros de la cumbre Fernando Escartín se la juega definitivamente y con un acelerón deja a Dufaux y marcha en busca de la gloria. El que fuera humilde gregario de Rominger, aquel diesel aragonés al que un vengativo director dejó fuera de la Vuelta a España de 1995 -que podría perfectamente haber ganado-, el hombre de la mala suerte, el que solo acerca sus labios a las mieles de la gloria, está a punto de conseguirlo.

«Fernando Escartín es un mito atrapado en su destino. Es hora de jugársela, de poner todo sobre la mesa. Desde la playa, desde la montaña, en el estío de Zaragoza, todos frente a la televisión, apretamos los dientes, aguantamos la respiración, acompasamos el corazón al nada estético ritmo del español de Biescas, de Fernando Escartín.»

Es su momento. En los primeros kilómetros del descenso Escartín ya es segundo en la clasificación virtual de la carrera. El podio con el que tanto a soñado está cada vez más cerca. Es el momento de la respuesta definitiva de Armstrong que ataca y deja atrás a Zülle y Virenque. Más de un minuto a Dufaux, dos cuarenta al maillot amarillo y todos los demás superan de largo los tres minutos. Es una escabechina. Cuando termina el descenso quedan dieciséis kilómetros todavía hasta meta. Lo bueno para Escartín es que la etapa tiene un perfil de sierra en su última parte. Solo unos pocos kilómetros de falso llano donde prima más la fuerza que la capacidad de rodador. Escartín, rodando en cabeza, pasa por la pancarta de comienzo de puerto. Trece kilómetros de ascensión. El desnivel no es excesivo pero Fernando lleva en fuga casi sesenta kilómetros. La ventaja a pie de puerto es de dos minutos y medio y desde el coche su director, el mítico escalador gallego Álvaro Pino le pide que regule, que regule…en la mente de Pino está la Vuelta a España de 1986, cuando era él el que estaba sobre la bicicleta y Javier Mínguez, al volante del coche del equipo BH, dirigiendo su ritmo de escalada, el desarrollo a llevar. Pino iba recuperando poco a poco la desventaja sobre Robert Millar en la subida a Sierra Nevada, camino de su única victoria en una gran vuelta. Hoy, en los Pirineos franceses, Pino tiene que ser el cerebro, la mente fría que cabalgue al potro desbocado, cegado por el esfuerzo.

El final está cada vez más cerca. Por detrás a un minuto y medio Laurent Dufaux y el italiano de la Once Andrea Perón, a dos minutos y medio un grupito en el que destaca el maillot rojigualda de Ángel Casero, con Richard Virenque, Zülle y Armstrong, que tras su despegue en el puerto anterior se ha dejada atrapar para regular y compartir esfuerzo. Pero a diez kilómetros, recuperado por fin el aliento, es el momento del maillot amarillo, que lo vuelve a intentar en solitario, buscar dar una exhibición, incluso esperar el desfallecimiento de Escartín y conseguir la victoria parcial. La dureza del puerto es cada vez mayor, Escartín nota el esfuerzo, sube dando bandazos, golpeando con rabia los pedales, casi notando el aliento hambriento de Armstrong en el cogote. El americano alcanza a Dufaux a cinco kilómetros de meta. A tres kilómetros la ventaja sigue siendo superior a los dos minutos y medio. Parece que los años de mala suerte han terminado. Dufaux se quiebra, Armstrong no va tan fuerte como pensaba y vuelve a formarse un trío con Virenque, líder de la montaña y Alex Zülle con su recién estrenado maillot de Banesto. Es el momento de descontar metros. Tres mil larguísimos metros.

Hay escaramuzas por detrás, pero eso no importa, lo que importa son los dos mil, los mil quinientos, la pancarta del último kilómetro. Pedro Delgado, que comenta para la Televisión Española avisa el último medio kilómetro es cuesta abajo. Son dos minutos todavía de ventaja. Llega, llega. Ha ganado, levanta los brazos, hay rabia y felicidad. Por fin. Después de tantos segundos y terceros puestos, después de sinsabores y orillas mal ganadas, Escartín ha ganado, con su dorsal 111, con los colores verdiblancos del Kelme, que confió en él como líder del equipo cuando en el Mapei no le quisieron. Se ponen segundo en la clasificación general. El podio de París es una realidad.

A aquel 20 de julio le siguió la llegada a Pau del día siguiente y una crono de 57 kilómetros en el Parque de Atracciones de Futuroscope, en las afueras de París, donde Alex Zülle, un especialista consagrado en la lucha contra el crono, desplazó a Escartín al tercer escalón del podio. Pero no era lo importante. Nada nunca podría arrebatarnos aquella estampa histórica, el segundón, el hombre sin suerte, en su día de gloria. Y hoy, en Motel Margot, lo hemos recordado con toda la emoción y el cariño que se merece la ocasión, como cada año, como cada edición del Tour de Francia.

Gracias a Christian Peribáñez y Pablo Ferrer por las labores de documentación. A Olivier Villain que estuvo presente en la primera versión de este texto en aquel maravilloso programa llamado “Desde el Gavia”.

Un poco de bibliografía:

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