Esa manera percutiva de comenzar, Sayonara, con las melodías de voz en armonía filial, como imaginarse a Steve Jansen y David Sylvian regalándose la autobiografía de Bryan Metro en la Navidad de 1994, son una infusión donde los efluvios sintéticos y las baterías alimentan una suavidad en el fraseo que provocan un cambio cualitativo para el oyente veterano de Calavera.
En Ámbar, con la voz de Eva Amaral bajo colchones melódicos que recuerdan a los mejores momentos de Mario Gil programando las calles para las andanzas de Fernando Márquez ‘El Zurdo’. La presencia de las acústicas en primera línea, son parte de una genealogía pop, de rítmica que avanza la secuencia de power pop donde se desarrolla En una isla, sostenida por esas capas de barniz y voces, de percusiones abstractas y efectos, en la estela de La habitación roja cuando solo buscaban el alimento que se repartía finales de los noventa. Alex Ortega, que junto a Carasueño y un puñado de aliados, construye ocho temas que pivotan entre The Cowsills y Flaming Lips, dejando hueco para la acústica cósmica de los dos primeros discos de Beachwood Sparks ha construido un trabajo que funciona como viaje en el tiempo, de década a década, insertando sintetizadores en Huyendo que se amalgan de manera natural con la parte más orgánica de la instrumentación, las guitarras se oxigenan y abren como cuando Crystal Castles hicieron una versión de Golpes Bajos.
Alex Ortega utiliza su voz como un recurso único, doblándola en muchos de los temas, haciendo armonías de precipitación intensa, que permiten ese juego de espejos, de personalidades atrapadas en un laberinto, donde los reflejos pueden dar calor o dejarnos helados para siempre en el mismo lugar, como la instantánea de No te das cuenta, con ese poso narrativo que rompe lo autorreferencial metafórico y lleva a lo confesional. De nuevo la elegancia en el uso de los sintetizadores y los teclados, que nos dejan en el borde de la pista de baile, como una ola que llega a nuestros pies, pero es incapaz de arrastrarnos.
En Secretos la canción pop encuentra una melancolía casuística, aunque solamente sea por la referencia geográfica, donde, de nuevo, las armonías vocales provocan un salto cualitativo en la idea del amor fantasmal vaporoso. Como de un heliógrafo resistente a las radiaciones externas, el superviviente de la canción pop, aguanta las explosiones solare para seguir escondido en lo íntimo obviando lo luminoso de los arreglos, Malas hierbas es un perfecto ejemplo de esto, con algunas de las guitarras más metálicas del disco acopladas a una batería que parece el latido de un trasunto de Gaia, pisadas y sintetizadores, acústicas y el polen que se eleva en mil direcciones. Un cierre con un zumbido electromagnético, el theremin extraterrestre, como un idioma perdido que viene de las estrellas. La sensación de Espiral es de aquellos mutantes benévolos que dejaron sus válvulas y sus cables en los setenta y hoy, en este presente distópico, Calavera ha creado con ellos la banda sonora para una simulación donde poder sentirse protegido.
Alex Ortega, acompañado de amigos y colaboradores, empezó con ambientes hieráticos y atmósferas narcóticas en Limnopolar cuando el siglo comenzaba su segunda década, para transformarse en un escalador nato junto a la primera encarnación de Calavera en formato banda, con los que editó varios trabajos notables.
Este Espejismos (Lago/Cráter, 2021) nos devuelve a un Alex sumido en la mejor soledad, la que uno elige y solo con humildes fantasmas reencontrados, con la producción de Carasueño, un elemento fundamental para entender muchas de las mejores producciones que hemos disfrutado en estos últimos años en la escena nacional, superando por mucho los ya abiertos esquemas de aquel seminal proyecto Big City. Ocho temas donde el uso de las melodías vocales, las guitarras acústicas y, sobre todo, una paleta de sintetizadores lumínicos, proyectan como salidos de un prisma alterado, una propuesta que tiene mucho de hipnótico.