Cuando llegó a Londres el primer reproductor de cine en 1894, el éxito cosechado provocó que muchos empresarios vieran en esa extraña máquina un gran futuro empresarial. El único problema era que el artilugio era el kinetoscopio de Edison y si querían disponer de él debían pagar su alto coste.
Sin embargo Edison, conocido como el rey de la patentes por las más de 1.000 que registró (como ya comentamos en ‘Edison, genial inventor… y empresario sin escrúpulos‘), aún no había patentado este aparato en Gran Bretaña y muchos de los pioneros del cine en las islas comenzaron a buscar alternativas. Esta vino en forma de un conocido fabricante de instrumentos eléctricos, Robert W. Paul, que pronto se convirtió en un nombre propio de los pioneros del cine británico.
Robert construyó réplicas del kinetoscopio de Edison pero pronto se dio cuenta del siguiente problema: las películas. A diferencia del kinetoscopio, las leyes sí que protegían los derechos de autor de las cintas, lo que era un suponía un parón importante y más cuando las películas producidas por la empresa de Edison eran para operadores oficiales de sus máquinas y no para las réplicas del ingeniero inglés.
Las nuevas necesidades hicieron que apareciera un nuevo personaje: Birt Acres. Fotógrafo e inventor que construyó una cámara que producía películas para poderlas proyectar en la máquina de Paul y que fueron verificadas incluso por el propio Edison. La llamada «cámara Paul-Acres» logró producir la primera película en marzo de 1895. Entre las primeras producciones estaban la regata entre las universidades de Oxford y Cambridge, el mar en Dover, el Derby o una primera historia dramática titulada Detención de un ratero. Todas ellas se exhibieron al público en la Exposición del Imperio de India que se celebró en Londres ese mismo año.
Así fue como el equipo Paul-Acres logró saltarse las patentes del coloso del mundo del cine en sus primeros tiempos. Sin embargo este curioso equipo duró muy poco y las disputas entre ambos causó la ruptura el mismo año de 1895. Apenas había durado unos meses y unas pocas películas.
El cinematógrafo, el nuevo invento de los Lumière, ya había lucido en París y Robert W. Paul puso sus miras en esta nueva forma de mostrar las películas, mucho más sencillo que el kinetoscopio, de visión individual, y que permitía la proyección para mucha más gente. En apenas un año había fabricado su propio proyector a imitación del de los Lumière.
Acres siguió por su cuenta en el negocio y también se interesó en la proyección en salas. De hecho se anticipó a Paul en mostrarlo al público con un proyector de su invención a principios de 1896 en una proyección realizada en la Royal Photographic Society. Sin embargo, Acres pronto se desencantó del negocio de la producción y proyección, centrándose más en la fabricación de películas.
Los «music-hall» fueron el escaparate ideal para la difusión del nuevo espectáculo de masas y Paul convirtió el negocio en un monopolio, dominando todo Londres y extendiéndose pronto por el resto del país. Las simples películas iniciales, que eran prácticamente noticiarios, fueron generando las primeras historias dramáticas y el negocio funcionaba tan bien que en 1898 Paul construyó su propio estudio en Londres, el primero del país.
Al impulso de estos primeros personajes, pronto surgieron en Gran Bretaña otros movimientos en diferentes regiones. Destacaron incipientes industrias en zonas como Leeds o Bradford, pero por encima de todos apareció un grupo en el sur que estaba llamado a dar un salto de calidad a la incipiente industria británica. La «Escuela de Brighton» era la llamada a continuar el testigo de Paul y Acres, pero eso ya es otra historia…
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