La palabra comunero o comunidad proviene de «lo común» y tiene varios significados, entre ellos «la colectividad», «el bien común» o «el pueblo», es decir, esa masa no privilegiada enfrentada a la aristocracia. Apareció por primera vez en un texto redactado por frailes de Salamanca en febrero de 1520, donde reclamaban al rey una serie de condiciones (que no cumplió) bajo amenaza que «las Comunidades» tomaran la «defensa de los intereses del reino«.
Comuneros (2022) es un largometraje documental dirigido por Pablo García Sanz que cuenta con la colaboración de grandes historiadores expertos en la Guerra de las Comunidades, como Luis Ribot, Salvador Rus, Máximo Diago, José Álvarez Junco o Geoffrey Parker, entre otros muchos. La obra está financiada por varias entidades locales como la Comunidad de Castilla León o la Diputación y el Ayuntamiento de Valladolid, la ciudad natal del director. Valladolid es actualmente sede de las cortes castellanoleonesas (que no capital, ya que no tiene ninguna definida en su estatuto autonómico) y fue una de las ciudades comuneras más destacadas y la tercera y última sede de su gobierno, la Santa Junta.
Durante sus 84 minutos se suceden imágenes de los lugares clave en el conflicto, infografías, mapas o poemas, todo amenizado por música de época de Héctor Castrillejo y Carlos Herrero, donde el director nos guía a través de la evolución cronológica de los sucesos ocurridos entre mayo de 1519 y el desenlace final, primero en Villalar y después con la definitiva caída de Toledo a primeros de 1522. El nutrido elenco de expertos nos ofrecen sus visiones particulares de cada uno de los momentos clave.
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El documental comienza con una cita de Joseph Pérez, probablemente quien más profundizó en la materia aunque no pudo participar en el montaje ya que había fallecimiento dos años antes. El texto es una declaración de intenciones ya que hace referencia al peligro que el paso del tiempo pueda desmitificar la historia. Curiosamente no parece que tal cosa haya sucedido con los comuneros de Castilla, donde el mito, que surgió a principios del siglo XIX, no solo se ha mantenido en tiempos recientes sino que se ha magnificado en determinadas zonas como símbolo de identidad regional. Las ideologías nacionales necesitan de mitos, muchos inventados o sobredimensionados, para forjar los relatos que cohesionen pueblos o países.
La Guerra de la Comunidades
Pese a la corta duración del conflicto comunero, algo menos de tres años, hay una gran cantidad de matices que hay que tener en cuenta tanto en el surgimiento como en su desarrollo. Castilla vivió un periodo de tensiones políticas entre la muerte de los «dos católicos», Isabel en 1504 y Fernando en 1516. Varias regencias y el breve reinado de Juana y Felipe el Hermoso, dejaron en bandeja la llegada de un jovencísimo Carlos que llegó a la península en 1517 con solo diecisiete años (no tenía edad legal para reinar, que eran de 20 años como indicaba el propio testamento de Isabel). Probablemente mal aconsejado y con una formación lejos de Castilla, sin conocer ni el idioma ni su cultura, pronto comenzó a incumplir sus compromisos y a no tener en cuenta las demandas de los castellanos.
Rodeado de flamencos, a los que asignó los principales puestos en el gobierno, incluyendo el Arzobispado de Toledo, llegó la noticia del fallecimiento de su abuelo Maximiliano, Emperador de Sacro Imperio Romano Germánico. Aunque no era un cargo hereditario, había estado en manos familiares durante muchos años (y aún lo estaría hasta mediados del siglo XVIII) y logró convencer (más bien sobornar) a los príncipes electores siendo elegido nuevo emperador. Esto iba a desatar una marejada en Castilla que desembocó en la Guerra de las Comunidades.
Los castellanos no veían con buenos ojos la elección imperial, un lugar muy lejos de Castilla, que imaginaban como supeditada al Imperio. Otro problema era el económico y las necesidades de Carlos para los gastos de la elección. Castilla todavía recordaba el “Fecho del Imperio”, intento de Alfonso X el Sabio a reclamar su derecho como hijo de Beatriz de Suabia y los enormes costos para el reino.
Carlos hizo todo lo posible para que aprobaran el dinero que necesitaba para su coronación, llegando incluso a sobornar y amenazar a los procuradores en Cortes. Una vez le fueron aprobados salió para Alemania dejando un país en ciernes de una guerra civil. Y así es como las ciudades empezaron a organizarse contra el rey comenzando por Toledo a las que se fueron uniendo la gran mayoría de las ciudades con derecho a voto en Cortes (a excepción de las ciudades andaluzas). Crearon la Santa Junta, cuya sede pasó de Ávila a Tordesillas en el intento comunero de convencer a la reina Juana (mientras vivió tuvo el título de reina) para que firmara las reivindicaciones contra su hijo (algo que nunca hizo).
Como suele pasar en todas las revueltas o revoluciones (la historiografía no se pone de acuerdo en los términos) se terminó radicalizando y eso fue uno de los factores desencadenantes de la derrota final. La aristocracia, que había sido ninguneada por el rey, en su mayoría se había mantenido expectante hasta que vieron peligrar sus tierras y privilegios. Ese fue el momento para dar el apoyo al ejército realista que pudo terminar fácilmente con la afrenta comunera en un combate desigual celebrado en Villalar, uno de los pocos enfrentamientos de entidad. Tras la derrota, los célebres líderes comuneros fueron apresados, juzgados y ejecutados.
El toledano Padilla, el segoviano Bravo y el salmantino Francisco Maldonado (los Maldonado en realidad eran dos, también estaba su primo Pedro que fue ejecutado un año más tarde) fueron ajusticiados a las veinticuatro horas de ser hechos prisioneros. Era el fin efectivo de la revuelta aunque Toledo todavía resistió unos meses con María Pacheco al frente, esposa de Padilla y miembro de la familia Mendoza.
Algunas de las consecuencias fueron el asentamiento del absolutismo en España (al igual que en el resto de Europa) y el final de función de control al rey de las cortes castellanas, que pasaron a tener un carácter meramente testimonial.