Hijo de un dentista mexicano de Los Ángeles que huyó de la Revolución Mexicana, logró hacerse un hueco en el cine mudo aprovechando sus buenas dotes físicas y románticas para convertirse en todo un galán.
Ramón Samaniego, artísticamente conocido como Ramón Novarro, había nacido en Durango en febrero de 1899. Como sabía bailar y cantar, pronto comenzó a trabajar en los teatros o como extra en el cine al lado de las grandes estrellas del celuloide, como con Rodolfo Valentino en Los cuatro jinetes del Apocalipsis (Rex Ingram, 1921).
Rex Ingram se acordó de Ramón cuando Valentino abandonó la Metro en dirección a la Paramount. La necesidad de un nuevo galán fue la oportunidad para el mexicano que consiguió el papel protagonista en El prisionero de Zenda (1922) y también para sus siguientes trabajos, sobre todo en Scaramouche (1923), su primera gran obra, donde interpreta a un joven que decide vengar la muerte de su amigo convirtiéndose en revolucionario a través de un personaje de ficción, el payaso Scaramouche.
Fue precisamente el director irlandés el que le convenció para cambiar su nombre artístico por Novarro. Aun siendo el recambio natural de Valentino en la Metro y tener más recursos cinematográficos que el galán de Sangre y arena (Fred Niblo, 1922), nunca pudo alcanzar su nivel de magnetismo con la cámara.
La versión de 1924 de Ben-Hur fue un nuevo desafío para Ramón. La Metro ya se había fusionado para formar la Metro Goldwyn Mayer, introduciendo una serie de cambios en la producción entre los que se encontraba a Novarro como protagonista. Las buenas dotes físicas hicieron brillar a gran altura en el papel del joven judío Judá Ben-Hur, pese a sus notables fallos técnicos dirigiendo las cuadrigas.
Su última gran película fue El príncipe estudiante de Ernest Lubitsch, que narra la historia de un joven sobrino de un rey que se marcha a estudiar fuera de su país, donde se enamora antes de tener que regresar a tomar posesión de la corona. Rodada en 1927, tanto el papel de Novarro como el de su compañera Norma Shearer, fueron impuestos por la productora en contra de la idea del director. Al final ambos estuvieron a la altura y dieron la razón a la MGM.
Ramón Novarro tenía una gran voz, por lo que la llegada del cine sonoro no fue un problema como sí sucedió con muchas estrellas, como por ejemplo John Gilbert o Mary Pickford. Sin embargo el momento más importante de su carrera ya había pasado, quizá porque no se demandaba tanto el estilo romántico que estaba acostumbrado a ofrecer. Aunque su nombre apareció en grandes películas como en Mata-Hari (George Fitzmaurice, 1932) junto a Greta Garbo, ninguno de los nuevos títulos superaron a sus grandes actuaciones mudas.
Tras abandonar la Metro Goldwyn Mayer que había sido su casa desde sus comienzos, se puso detrás de la cámara para dirigir Contra la corriente (1936) y en Francia protagonizó La comedia de la felicidad (Marcel l’Herbier, 1940). Había tenido mucho éxito con los negocios inmobiliarios, por lo que se retiró para dedicarse a su gran pasión, la pintura. En 1960 apareció en su última película, El pistolero de Cheyenne (George Cukor) donde el cambio generacional estaba representado en nuevos actores como Sophia Loren y Anthony Quinn.
Su condición de homosexual le dio muchos problemas es una sociedad tan puritana como la de Hollywood. La MGM intentó que se casara para mantener las apariencias, pero nunca lo logró. En 1968, unos ladrones entraron en su mansión para robarle y le asesinaron golpeándole brutalmente. Tenía 69 años.