Y se armó el belén

Belén, la palabra más nombrada estos días junto con Navidad, se evaporará pronto. Durante mucho tiempo representó el nacimiento de Jesús (equilibrio, paz, éxtasis del bienestar emocional, una estampa de la relación entre personas y animales, así como el comienzo de la salvación universal para los creyentes cristianos). Antaño, poner/armar el belén era un ejercicio de afectividad en el que la familia entera participaba, aunando sus creencias. No faltó algún año en el que se detuvieron peleas o guerras bajo aquel axioma que defendía tener la Navidad en paz. Otras gentes –entre ellas varias ONG- veían el pesebre como signo de dignificación de la pobreza, la denuncia de la no acogida de los migrantes en ninguna casa con decoro a pesar del estado de gestación de la mujer, y el deseo de un mundo más igualitario. Sea como fuere, el pesebre de Navidad – el primero se atribuye a san Francisco de Asís en 1223-  se difundió por todo el mundo. En España parece que durante el reinado de Carlos III en el siglo XVIII.

Se dice que José y María debían empadronarse en Belén para cumplir el decreto del César Augusto. La ciudad, de bote en bote, vivía un momento caótico y no encontraron alojamiento. Tanto que hubieron de refugiarse en un pesebre, lo cual supuso “denigrar” el nacimiento de Jesús. De ahí pudo surgir la frase “se armó el belén”. Con el tiempo, la evocadora palabra belén se convirtió casi en una antonimia, una trampa léxica, que tiene significados contrapuestos. Así la ve la RAE: complicación, dificultad, sitio en que hay mucha confusión o desorden, embrollo, alboroto, bulla, tumulto, enredo, lío y zapatiesta.

Parte del escenario del Belén napolitano de los Duques de Cardona, del siglo XVIII, legado de la Casa Ducal de Medinaceli. (Zipi / EFE / Archivo)

Sin duda, el mundo no debería haberse metido en tantos belenes en este 2023, casi recién salido de la Covid-19. Pero la voluntad política es quebradiza y cada vez se mira más en el espejo del yo y mis correligionarios, lo cual excluye todos los vosotros-as y ellos-as. Así lo demuestran la pérdida de la convivencia, el deterioro del decoro ante los demás que no piensan como uno mismo, la divergencia de objetivos entre quienes cohabitan un lugar o momento, la anteposición de los bienes materiales a todo desprendido sentimiento de afinidad con alguien.

La ciudad de la paz en 2030 podría ser Belén; la cuna de la espiritualidad para mucha gente. Ahora, en la sitiada ciudad cisjordana, apenas a 10 kilómetros de Jerusalén y en la cercana Franja de Gaza se ha armado un considerable belén. Las fes religiosas que lo complican ponen demasiado énfasis en aniquilar a quienes no tienen el mismo dogmatismo. Los credos son creencias antes que evidencias razonadas; por ejemplo aquello de matar en nombre de Dios, no importa cuál. En las religiones monoteístas, el dios vengador campa a sus anchas. Lo malo es que una parte considerable de sus fieles toma al pie de la letra lo de “ojo por ojo y diente por diente”. Se muestra en conversaciones de gente corriente y se defiende por parte de comunicadores mediáticos. La expresión más lacerante de inhumanidad de ahora vino precedida de la masacre terrorista de Hamás en Israel, que se quedó en un armado belén pequeñito si la comparamos con el posterior genocidio del ejército israelí. Ese sí armó un belén descomunal pues a la destrucción generalizada de todo lugar añade ya la muerte de más de 20.000 personas. ¿Cómo se celebrará la Navidad entre los escombros de Gaza?

El respeto a las creencias religiosas no exime de hacer una crítica cuando el ideario excluyente se pretende imponer a todo el mundo. Leo que el gobierno de la Sra. Meloni en Italia ha armado un belén monumental pues se propone sacar adelante una ley que pretende salvaguardar el belén (pesebre) en los colegios, con multas severas a los equipos directivos que no sean difusores del Nacimiento. La excusa es redimir la esencia de la Navidad cristiana. Puesta a esa tarea salvífica -hasta podría ser digna de una devota mandataria- podría haber empezado por legislar contra la banalización y comercialización de las compras y regalos que tanto crece en todo el mundo por estas fechas. Causa sonrojo y estupefacción ver en los escaparates de los grandes centros comerciales la estampa de pobreza del nacimiento en un establo al lado de la miles de objetos y prendas para que los ricos sean felices. ¡No querrá decir que los habitantes del pesebre nos invitan al consumo como un acto de fe!

Mucha gente lamenta la idealización de un momento concreto, el nacimiento de Jesús, con la disfunción social que sostiene la Navidad profana; me resistía a poner profanada pero ahí va, sin intención de herir intenciones nobles. Traemos aquí una noticia de Vatican News pronunciada por el Papa: que la Navidad no sea víctima de un modelo comercial y consumista.

¿Les servirá de alerta a los católicos, cristianos y demás creyentes religiosos? Por lo visto hasta ahora no mucho; el Papa reside en Ciudad del Vaticano, metida en la Roma que habita la Sra. Meloni. A pesar de todo, vaya el deseo de felicidad y salud en 2024, pero también el de una lucha activa por acabar con el consumismo generalizado. El villancico de origen austriaco “Noche de paz” –cuyo origen tuvo algo que ver con trasgresiones climáticas y guerras hace más de 200 años- es uno de los más notables iconos de la Navidad. Tanto que es cantando en casi todo el mundo; en muchos lugares al margen de creencias y religiones. Invitamos a las gentes de buena voluntad que estos días lo entonan a que le añadan un estribillo pidiendo el cese inmediato de la masacre de Gaza, quizás así la Belén cisjordana sea la ciudad de la paz en 2030. Tal fuerza tiene la cancioncilla que fue declarada Patrimonio inmaterial de la humanidad por la Unesco en 2011. Habrá que pensar si puede serlo en tiempos de matanzas bélicas.

 

 

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