Dicen los malos augurios que en el presente 2023 alrededor de 350 millones de personas se encontrarán en riesgo vital, o, dicho de otra forma, necesitarán de la ayuda humanitaria para no sucumbir ante sus desgracias. Con ellas se podría componer el tercer país más poblado del mundo, el reino de los desheredados. Las cifras crecen como la espuma, tanto que si se cumplen las previsiones en el presente año las necesidades de apoyo aumentarán un 25 % con respecto al anterior. Las causas de estos desastres, en algunas zonas endémicas, se han concretado en hambrunas masivas y desplazamientos no deseados de quienes ya no tienen casi nada que perder, excepto su menguada dignidad y la de sus seres queridos. La noticia no viene de unos catastrofistas sino de la ONU, tal como explica esta entrada en 20minutos.es. Señala que “En 2022, las organizaciones humanitarias han asistido a 157 millones de personas, incluyendo ayuda alimentaria para 127 millones, agua potable para 26 millones, asistencia psicológica para 13 millones de niños, apoyo a 5,2 millones de madres y a 5,8 millones de refugiados o solicitantes de asilo.” El aumento de precios básicos, con la espoleta de la invasión de Ucrania y la anterior plaga de la COVID, han sumido al comercio mundial en un desbarajuste inimaginable hace unos pocos años.
Anotemos los países borrados del mapa mundial, o ninguneados por los medios de comunicación y las grandes potencias comerciales y políticas: Etiopía (solo relucen allí los atletas, mujeres y hombres), Afganistán (un país sin mujeres vivientes), R.D. del Congo (no me atrevo a poner lo de democrática porque me daña el pensamiento), Yemen (el polvorín de los intereses internacionales en forma de bombas y barbarie), Siria (ese sitio que se esfumó junto con su guerra fratricida), Pakistán (un enjambre de intereses que no tiene en cuenta que los ríos amenazan vidas y las religiones matan), Haití (el país maldito por catástrofes naturales e intereses internacionales, además de ser el paradigma de los incumplimientos de ayudas comprometidas), Somalia y Sudán del Sur (el olvido de la permanente desgracia elevada a una alta potencia), y muchas más desgracias alojadas por Centroamérica y el ancho mundo africano (donde se volatilizó la República Centroafricana), asiático o americano. Pueden echar una ojeada al mundo que pasa hambre en 2021 en este mapa de EOM (El Orden Mundial).
El fin del mundo es allí realidad cotidiana en un puzle difícil de componer. Alguien verá en esta entrada una propensión al drama, aquello de decir solamente lo que va mal, que desanima a quienes se empeñan en hacer el bien. Quién no opina que esto es así cuando conoce por mediación de The New Humanitarian que la situación crítica empeorará las dificultades y nuevas necesidades para asegurar financiación para asistencia humanitaria de la guerra en Ucrania (que tiene comprometido ya casi el 80% de sus necesidades hasta ahora). En el otro extremo se encuentra Afganistán (solo lo está en un 38% y además las ONG y la misma ONU amenazan con marcharse ante la barbarie talibán, el de Yemen en un 27% y el de Sudán en un 20%; según relata EOM. Además, los costes de la ayuda se van a disparar; solo el Programa Mundial de Alimentos necesita un 44% más de financiación que el año anterior.
Por si esto no fuera suficiente, quedan las afecciones provocadas por el cambio climático, los destrozos causados por guerras inútiles, las manipulaciones de las grandes cadenas alimentarias mundiales y los inversores que vienen con ellas, el mal ejercicio de la política mundial, la escasa prevalencia de los organismos internacionales, la lentitud de las cadenas de apoyo, etc. Quienes quieran saber algo más pueden visitar el Seguimiento de los progresos relativos a los indicadores de los ODS relacionados con la alimentación y la agricultura 2022 de la FAO.
Para que no toda distancia de los olvidados sea ausencia de pensamiento y compromiso, que no todos los silencios sean olvido; para que no se haga larga la indiferencia, para hablar sobre los olvidos humanitarios pues si no hablas de ellos parece que no existen, para que el desinterés no mute en omisión, etc. Para que nunca suceda aquello que decía A. Manzoni: “No es raro que las verdades absolutamente evidentes, y que deberían sobreentenderse, sean, por el contrario, puestas en olvido”. Por curiosidad busquen en Internet cuántos periódicos de España hablan hoy de las personas sepultadas en sus penurias. Lo he intentado. Al indagar me he encontrado con una frase de Milan Kundera. Decía que “la mayoría de la gente se engaña mediante una doble creencia errónea: cree en el eterno recuerdo (de la gente, de las cosas, de los actos, de las naciones) y en la posibilidad de reparación (de los actos, de los errores, de los pecados, de las injusticias). Ambas creencias son falsas, o mínimamente extendidas, o están sepultadas por las inclemencias del olvido. Los efectos, y también algunas propuestas de acción, quedan expuestos en esta grabación de la FAO.
Las cifras del desastre humanitario, ¿los olvidos que son quienes las padecen? La (in)seguridad alimentaria como paradigma del olvido más mordaz que padecen los que son, serán y acaso seremos una parte de nuestra privilegiada sociedad del mundo rico con bolsas de pobreza. ¿Acaso no merecen una ayuda humanitaria? El horizonte 2023 se plantea más difícil debido a la polarización política y excluyente. Si así es seguiremos denunciando que la posibilidad de llegar a la Cima 2030 se va reduciendo.