La probable explosión de la pandemia del hambre

Hambre es una palabra que no necesita definición para casi nadie. En su acepción más sincera sería aquello que, referidos a personas, supone no disponer de lo que sería preciso para alimentarse. Tiene muchos antónimos como el hecho de acaparar lo que les vendría bien a otros o no dejar que los demás le encuentren su grato significado, menos aún su significante.

Nos encontramos en 2022, cuando la electrónica puede ya con casi todo. Sin embargo, nos preguntamos cómo es posible que siga habiendo hambre en el mundo. Si miramos un mapamundi, nos cuesta entender las emergencias nutricionales que sufren de forma endémica ciertos países, la mayor parte africanos. Lo ocurrido en el Cuerno de África en 2011 o en Sudán del Sur en 2017 con sus hambrunas figura en los anales de las desgracias colectivas. Pero el olvido hace inútil el almanaque, excepción hecha de los que la padecen o de las ONG que se ocupan del socorro alimentario. Se nos había olvidado en el mundo rico. De vez en cuando, las fotografías de niños y niñas desnutridos sirven para alertarnos de que la injusticia mundial es un capítulo extenso de la Historia. Pero, ¿por qué se repite esa historia de desigualdad una y otra vez?, ¿por qué se ceba con determinados moradores de países concretos?

Jóvenes desplazadas por los devastadores efectos de la sequía en el sur de Somalia en 2011. (Abukar Albadri / EFE)

Jóvenes desplazadas por los devastadores efectos de la sequía en el sur de Somalia en 2011. (Abukar Albadri / EFE)

Parece ser que las causas son múltiples: la guerra lleva al hambre, la falta de acceso al agua potable y saneamiento la aumenta, la emergencia o virulencia de ciertas enfermedades la convierten en plaga, el cambio climático no hace sino reducir los recursos alimentarios, las migraciones impulsadas por causas bélicas y climáticas crecen sin parar, además de episodios de inestabilidad política casi permanente en algunas zonas. Hace unos meses se publicaba el Estado de la seguridad alimentaria y la nutrición en el mundo, elaborado por diversas Agencias de la ONU (FAO, OMS, PMA y UNICEF), que cifraba en 811 millones el número de personas subalimentadas en 2020. La cifra es para asustarse pues supone, más o menos, la décima parte de la población mundial. Y algo todavía más preocupante: las personas subalimentadas habían aumentado 118 millones desde 2019; los peores datos de la década.

Aparte de las causas generadoras del hambre se añadía una que no ha hecho sino crecer: el alza de los productos alimentarios impide contar con una dieta saludable a casi 3000 millones de habitantes en todo el mundo. La mayor parte de esta gente vive en Asia (1850 millones) y África (mil millones). Pero también carecen de una dieta saludable muchas personas de América Latina y el Caribe (113 millones) y de las ricas América del Norte y Europa (17,3 millones). La pandemia del hambre parece un castigo vírico similar a la COVID-19, pero no lo es pues permite tratamientos sanadores. Por cierto, según el INE las dificultades económicas han hecho aumentar en España hasta los 2,5 millones los menores de familias en riesgo de pobreza o exclusión social tras las crisis provocadas por la pandemia. Si no hay dinero y además los precios suben cae la calidad alimentaria.

Es lo que está sucediendo en estos momentos. A un mercado alimentario desbocado por la COVID se ha añadido la invasión rusa de Ucrania, que podría conducir al mundo en una escasez de alimentos. La falta de trigo y maíz de ese país y el embargo del ruso (entre los dos exportan un tercio de esos cereales en el mundo) en los mercados mundiales provocará un alza desmesurada de precios. Lograrán pagarla  con grandes sacrificios los países más o menos ricos, a costa de aumentos inflacionarios y de la penuria de bastantes de sus ciudadanos. Por otro lado, el coste de la alimentación del ganado ya soporta en España alzas tremendas, los fertilizantes para la tierra ya escasean. Esto pone en riesgo el consumo de alimentos y su calidad. De hecho, ya ha subido desde el aceite hasta la margarina, que casi han doblado su precio. Se calcula que, de media, los hogares tengan que pagar en España 500 euros más que el año anterior. Para ello debe detenerse el alza generalizada de precios tras el verano, como pronostican algunas previsiones. De lo contrario la inflación será de las que hacen historia y dejará en la subalimentación a la gente más pobre.

Un amanecer desde un campo de trigo, en el distrito de Bergen, en Alemania. (Frank Rumpenhorst/EFE/Archivo)

Echemos una mirada a muchos países pobres, situados en Oriente Medio o el Magreb. Algunos son grandes consumidores de los cereales europeos. Hace frente a la situación actual puede generar estallidos sociales de consecuencias imprevisibles. Siempre se alude a la caída de la monarquía borbónica en la Francia del XVIII por el alza de los precios de esos alimentos básicos. Algo parecido sucedió con la “primavera árabe” de Túnez en 2011. Pero mucho antes, en 1856, la rebelión popular por el precio del pan en Valladolid (no fue la única ciudad española donde se produjo) tuvo su antesala en una epidemia de cólera y una falta del trigo en Europa tras la Guerra de Crimea. ¡Qué casualidad que se repitan o confluyan los vectores maléficos! Ahora mismo la FAO avisa de que el índice de los alimentos ha subido un 50% desde mediados del 2020 hasta alcanzar ahora su máximo histórico. El trigo se ha encarecido un 50% en dos semanas, hasta los niveles más altos en 14 años. Para echarse a temblar ante lo que puede suceder en Egipto (compra el 80% de los cereales a Ucrania), Túnez, Yemen o Libia, por citar solo cuatro de los más expuestos. Y además grandes productores como Canadá, EE.UU. o Argentina mantendrán políticas restrictivas en la exportación de cereales con la excusa de asegurarse su despensa.

“La inseguridad alimentaria global ya está en riesgo pero se avecina una amenaza mayor”, titulaba en su página National Geographic. Las hambrunas ya son endémicas en algunos países como recoge el mapa mundial del hambre de EOM (El Orden Mundial) de 2021, cuando todavía los rusos no habían invadido Ucrania, lo cual puede hacer explosionar una pandemia del hambre. Si se generalizan los problemas actuales o el principal granero mundial continúa bloqueado durante mucho tiempo tenemos delante la crisis alimentaria más grave desde la Segunda Guerra Mundial. Al tiempo.

1 comentario · Escribe aquí tu comentario

  1. Dice ser Gótico

    Muy interesante su punto de vista, le seguiré en twitter a partir de ahora. ¿No cree que la política de barbecho + el cultivo de girasol puede que haga que esta «hambruna» no pase?

    23 abril 2022 | 10:51 am

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