Las bombas rusas implosionan los ODS

En este blog hablamos de los esfuerzos que hemos de realizar para llegar mejor preparados al año 2030. Ahora es Ucrania a quien toca el infierno bélico, pero además tenemos Yemen, Afganistán, Eritrea-Etiopía, Irak, Siria, Palestina-Israel y un largo etcétera. Pero Ucrania está más cerca y como dijo aquel escritor del siglo XX: una guerra en Europa es una guerra civil. El Objetivo de Desarrollo Sostenible (ODS) 16 desea la paz, la justicia e instituciones sólidas en todo el mundo. Paz que aunque tenga forma de inocente paloma vale poco, justicia universal que se ve continuamente desequilibrada en su balanza y se destapa un ojo para ver quién está en cada platillo, instituciones internacionales que no saben qué hacer. ¿Quién se pone delante de las armas de Rusia? Las instituciones aparentemente sólidas, incluso la ONU, son siempre un ente en construcción que soporta presiones varias. El actual presidente de turno del Consejo de Seguridad es el representante ruso; qué ironía. Al menos parece que la Unión Europea ahora hace honor a su nombre. Se supone que solo por intereses de paz.

Las guerras son el resultado de una maldición secular sostenida por el odio y el rencor. Los libros de Historia están llenos de batallas con victorias y derrotas, en la guerra siempre acaba en pérdidas. Pero ahora, televisiones y consolas nos muestran mucho más el desastre social de quienes tratan de huir del peligro; antes que el sofisticado armamento bélico, que hace entrar la bomba mortífera por el ojo de una cerradura. Lo que pasa se entremezcla con lo que puede suceder, amenazas nucleares por ejemplo, bombas contra las centrales.

(EFE)

Todas las guerras dejan atrás olor a muerte y destrucción. Así lo poemó Cecilia con su canción Una guerra. Quienes conocimos algunas ascuas emocionales y de otro tipo de la Guerra Civil española, vemos reflejadas en las caras de mujeres y niños ucranianos a nuestros padres y abuelos, cuyas imágenes guardamos en fotografías en blanco y negro. El horror de esa guerra lo vivió sin duda el poeta Antonio Machado, otro damnificado que hubo de exiliarse. Nos dejó composiciones dolorosas en su último libro La guerra. Murió pronto. No pudo llegar a ver los tardíos rebrotes de algo ético parecido a la esencia de los ODS, porque todavía falta mucho por conseguir en su querida España, que en su nombre lamentaba Cecilia hace casi 50 años y ahora nos recuerdan Rozalén y Kiko Veneno.

Por ahora, Ucrania no vive una guerra civil sino la invasión de su país. Al menos sus habitantes tienen un enemigo externo en quien pensar, con quien luchar, y eso les descarga un poco las aflicciones. Las personas que la sobrevivan lo harán a costa de muchos pesares, de sangres perdidas, de honores heridos en tierras crueles sin laureles. No se conoce si seguirán siendo un país, si Rusia se anexionará el sur y el este. Otra vez Cecilia poniéndole palabras a las lágrimas lloradas de la Guerra Civil española con Un millón de sueños; sueños rotos en mil pedazos es una metáfora de lo que es una guerra: una suma de maldiciones.

Las guerras no son solamente cosa de militares. Hay que hablar en esas sociedades del este de Europa, y en las nuestras, de las «no paces». Ahora mismo los partidos populistas y de extrema derecha las explotan. Los olvidos de la paz anidan más en aquellos países, sociedades y grupos que no la cultivan, que en sus escuelas no enseñan el respeto a los diferentes, que se obsesionan con dar demasiado valor a banderas e himnos, a hablar de un patriotismo excluyente, a resaltar el valor del color de la piel, a denigrar a los emigrantes, a relatar la Historia de los gobernantes en lugar de la microhistoria de la gente común,  que no hablan de cuantos perjudicados cuesta cualquier mínima victoria bélica (siempre serán derrotas de algo o de mucho). En las enseñanzas escolares recibidas primaron durante demasiado tiempo las victorias bélicas; decían que ayudaban a hacer patria. ¿Pero qué es la patria en un mundo globalizado? Ya va siendo hora de hablar de las consecuencias humanitarias de las teorías de supremacía de raza, religión, sexo o cualquier otra. Hay que dar sentido crítico a las imágenes televisivas; no son parte de un cíberjuego. Sus lecciones no se cierran con el eslogan de «No a la guerra». Merecen un cuidadoso diálogo en la familia, con las amistades.

¿Qué pasará después de esta guerra, cuando más o menos se silencien las bombas? España quedó devastada tras la Guerra Civil, sus escombros perduraron muchos años. Pasa lo mismo ahora en Siria, Afganistán, Yemen y en un largo etcétera. En la guerra de ahora vemos buenos y malos, no hay duda. Pero el tiempo nos ilustrará los viacrucis de sus damnificados. Sus países tardarán mucho en asomarse al ODS. 16 y nos atrevemos que decir que todos los demás. Para Ucrania ya no vale la Agenda 2030, habrá que retrasarla varias décadas. En el resto de los países tendrá graves efectos y posiblemente también dilaciones. Las guerras detienen los relojes de los deseos éticos, no solo la economía.

Buena parte de esas personas que ahora vemos huir de Ucrania se considerarían hasta hace unos días dueñas de su significado y significante. Bastantes, no todas, se esforzarían en saber lo que eran y lo que querían ser. Acaso buscarían lo que de verdad les importaba, por más que tampoco allí hubiese unanimidades; la democracia tiene muchas caras y en Ucrania había de diversas sensibilidades. Incluso en algún momento encontrarían oportunidades para el progreso, que más o menos es llegar a las metas idealizadas por otros. Pero muchos ucranianos y ucranianas tuvieron que emigrar por causas varias. Luego no toda era felicidad en la preguerra, al menos desde 2014. Se dice que ahora mismo residen en España más de 120.000, aquí no lo habrán tenido fácil porque todavía se cultiva la cultura del recelo hacia el migrante, aunque sea europeo.

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Ahora mismo, la mayor parte de nosotros tenemos un rincón del pensamiento para el pueblo de Ucrania. Se nos han revelado de pronto valores escondidos; difícil saber hasta dónde alcanzan. Los sentimos indispensables para caminar junto a otros con los colores amarillos y azules en busca de la paz. Por eso salimos a las calles a manifestar nuestro «No a la guerra», como queriendo hacer un pequeño homenaje a quienes quedaron atrapados en la sinrazón y sufrirán de verdad la guerra después de que se firme el alto el fuego.

La intención guerrera se contagia y encharca los derechos individuales. Si así sucede con esos derechos humanos no se parecen en nada a aquello que nos enseñó Mario Benedetti para defender la convivencia y cultura universal. Nos animaba a evitar las figuras geométricas de los círculos viciosos, eso son las guerras, y las mentes cuadradas, que las poseen quienes las lanzan o sostienen. Añadamos la espiral de la sinrazón que con su fuerza centrípeta engulle millones de damnificados. Al mismo tiempo, el aire esparce cualquier tipo de contaminaciones. Los refugiados pertrechados solo con el dolor llegarán a nuestros países. Hemos de saber acogerlos preservando su dignidad.

Por eso, después de la batalla, que durará más o menos, quedarán alrededores calcinados por la fuerza centrífuga que expande el terror. Algunos sin posibilidad de rebrotar. Pasará un tiempo y todo lo acaecido a los habitantes de Ucrania caerá en el olvido, excepto para los damnificados. En gran medida la metralla se ha incrustado en las relaciones comerciales. Esas que nos pueden encarecer la vida y retrasar la salida de los estragos pandémicos. Por otra parte, los países de la UE se están rearmando, Alemania ha anunciado que va a destinar el 2 % de su PIB a recursos militares. El resto harán algo parecido. Nos tememos que esos dineros supondrán la disminución de recursos destinados a alcanzar los Objetivos de Desarrollo Sostenible o la Ayuda al Desarrollo. Los enemigos ya no serán el hambre y la pobreza universal, la falta de energía asequible y no contaminante, el deterioro de la salud o la educación, el aumento de las desigualdades, ni siquiera el cambio climático, etc. Excusas habrá muchas para girar la mirada y alejarnos cada vez más de la Cima 2030. Algo de eso se explica con claridad en la entrada “La invasión de Ucrania  dinamita la taxonomía verde de la UE” del blog “La energía como derecho” de 20minutos.es.

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Hace poco más de un mes conmemoramos en los colegios e institutos el Día de la Paz. ¡Qué lejano queda todo! Los gestos quedaron expuestos en la jornada pero apenas pasaron de ahí. Ahora mismo, cuando a millones de niños ucranianos se les niega el derecho de asistir a sus clases (ODS. 4), es un buen momento para hablar con nuestro alumnado, en nuestras casas, de la paz, no de la impuesta sino de la pactada. La guerra siempre es traicionera, por acción u omisión, por los efectos colaterales que provoca. Principalmente para esos 7’5 millones de niños como denuncia Unicef. Quienes la sufren tienen marcados sus recuerdos con trazos discontinuos, tan gruesos que no pueden olvidar aunque se intente; perdurarán para siempre. La OMS avisa de la crisis humanitaria que se está provocando.

¡Ojalá esta situación no se prolongue! No queremos creer que sea imposible vivir en paz. Pero hay que apropiarse de un pedacito de la utopía colectiva que se concreta en alcanzar aquellos objetivos (ODS) que nos convencieron de que era posible una llevadera coexistencia con quienes habitan el mismo planeta, sean o no personas. Ahora implosionan sobre sí mismos y explosionan en la base de los ODS: Nos queda el sonido de Ara Malikian, un emigrante perpetuo tras la Guerra del Líbano (El país de las mil batallas), poniendo un contrapunto en Aires armenios, otro país castigado por la desgracia bélica (no debemos olvidar el genocidio que soportaron) de donde huyó su familia. ACNUR avisa de que el drama de millones de refugiados se vuelve a repetir e irá en aumento.

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