La suma de egoísmos eleva la raíz cuadrada de las desigualdades

Quién sabe si la invasión de Ucrania de ahora se gestó hace tiempo, pero muchos no la quisimos ver. Junto a la demanda de paz conviven las apetencias materiales. Si nos dejan sin pan tenemos hambre, si el gas falla tenemos frío, si las bombas atronan y matan no tenemos vida. La amenaza bélica siempre viva por desgracia, pero esta vez golpea más cerca. Egoísmos de los unos se parapetan ante los otros. Tenía razón Paul Valéry: la guerra es una masacre entre gentes que no se conocen, para gentes que sí se conocen pero no se masacran. Los segundos viven protegidos en lugares prohibidos a donde los simples mortales no llegan.

Es evidente que se multiplica la desazón anímica. Además de los que se ven obligados a huir, muchas gentes que no viven la desgracia de cerca se reconocen en los que sufren. Si la televisión nos trae imágenes de hospitales bombardeados sentimos la punzada del sufrimiento. No se sabe si es dolor intenso o simplemente se nos presenta una copia en la que nos vemos en esa camilla o corriendo al refugio. Alguien escribió que el egoísmo es aceptable, más o menos, si a la vez que nosotros nos sentimos más seguros deseamos que el resto también mejoren algo, o bastante, sus vidas. Exploración mental que no siempre permanece.

Cuando los egoísmos se suman se convierten en una multiplicación, casi en potencias acumuladas. Ni siquiera haciéndoles la raíz cuadrada se resuelven las dificultades. Es más, de poco sirven los algoritmos cuando se lleva tanto tiempo cultivando el egoísmo. Aunque más de uno haya intentado monitorizar la destrucción que causan las guerras. Ahora mismo aumentan los bombardeos de Ucrania, productos de locuras con enormes efectos colaterales. Cabe preguntarse si las apetencias de algunos serán incluso capaces de la propia autodestrucción antes que ceder parte de sus franquicias verdaderas o inventadas. Habrá que preguntarles quién les ha concedido esas prebendas. Pero siempre se ha dicho que los poderosos mantienen privilegios de fuero, imposibles de juzgar y menos aún de condenar. Aunque en más de una ocasión se vea que hay francotiradores de la paz y la igualdad. Pero esos proyectiles apenas impactan.

Nos creíamos capaces de separar y cribar las ideas; quizás lo que de verdad cuenta son los intereses. La UE le corta el grifo dinerario a Rusia mientras le trasvasa una porrada de millones de euros por el abastecimiento de gas. Ya algún emperador romano decía que solo sentimos los males públicos cuando nos afectan a los intereses personales. Me imagino que Ucrania se encuentra emplazada en África central o en Indochina. Me pregunto qué respuesta habríamos dado desde aquí. Basilio Martín Patino exploró los dramas de posguerra en la película Canciones para después de una guerra, los gestos posbélicos con más o menos alegría. Cabría empezar ahora una nueva compilación musicada o poética, filmada por las redes sociales, más internacional.

Edificio residencial en llamas tras ser alcanzado por la artillería en Kiev. (EFE/EPA/ROMAN PILIPEY)

Bastante gente ha aparcado sus egoísmos personales, cada vez están más lejos de los que manejan las guerras y más cerca de quienes las sufren. No así en Afganistán que desapareció de la geografía universal y eliminó su historia. Allí todo son raíces cuadradas de vida con resultados penosos cuando llevan de índice a las mujeres o niñas. En la guerra de Ucrania los y las implicados en los cuidados de la gente que emigra y sufre no buscan una recompensa. Si bien la mayoría de las veces, con guerras o sin ellas, pocos hay que hagan algo por nada. Aquí vemos una causa egoísta de las desigualdades.

Mafalda estaba convencida de que algunas personas se niegan a creer que la tierra gira alrededor del Sol, y no de ellas. Hay dictadores mundiales que emulan estupendamente al francés Luis XIV y otros jerarcas, seguros de que la vida mundial no existe, que son ellos el sol y pueden calentar más o menos según dónde. Hace 9 años un periódico de justificado renombre recogía en una entrevista en la que Emilio Lledó decía que ya estábamos en la Tercera Guerra Mundial, la de la desesperanza. Añadía que «El mundo está fatal por culpa de la codicia y la ignorancia”. Hace poco tiempo, Adela Cortina lamentaba que después de todo lo vivido en Europa en el siglo XX no hubiésemos aprendido nada. También aludía al cultivo de unos valores básicos como puede ser el de la democracia social. Es más, los egoísmos atiborran los libros de historia, parece que existe una tendencia humana hacia la guerra. Frente a todo esto, nos cuesta reconocer, a estas alturas del siglo XXI, que no hay nada que la guerra de Ucrania, por ahora, haya conseguido que no se hubiese logrado sin ella.

Cuando esto se acabe, ojalá sea pronto, alguien tendrá que recoger los escombros materiales, sociales y personales. Los primeros pueden ser más o menos costosos, el resto será imposible de restañar pues quedó manchado de odios y egoísmos. Por más que intentemos resolver las raíces de las desigualdades estas se convertirán seguramente en potencias. El mundo puede dejar de perder su esencia básica: la libertad. Recuerdo aquellas palabras de un ruso americanizado que falleció ahora hace 30 años. Afirmaba el maestro de la ciencia ficción Isaac Asimov: No solo los vivos son asesinados en la guerra. Añadimos nosotros que las esquirlas incrustadas en el cerebro y en los corazones duelen siempre. ¿Quién restañará el dolor multiplicado que está sufriendo el pueblo ucraniano? Dicen que George Lucas se inspiró en Asimov para su “Guerra de las galaxias”. Qué nebulosas han quedado las galaxias emocionales de los europeos con la invasión rusa de Ucrania. Pocos hubiesen imaginado que tras los desastres sufridos en la II Guerra Mundial los rusos hayan dibujado los preliminares de los que bastantes analistas identifican con la III.

Por cierto, el presidente Putin firmaba los ODS en el año 2020. No se sabe si leyó el núm. 16. Paz, Justicia e Instituciones Sólidas. Su ministro de Exteriores S. Lavrov afirmaba ya en 2015 que Rusia era un socio fiable.

Un militar patrulla junto a una barricada en la ciudad ucraniana de Odesa. (EFE/ Borja Sánchez Trillo)

2 comentarios · Escribe aquí tu comentario

  1. Dice ser Buenaire

    Una vez más queda patente que no vivimos en una verdadera democracia cuando el pueblo no tiene el poder para decidir nada, tan solo una vez cada 4 años «decidir» que personajes manejaran los intereses de los grandes capitales.
    Seguimos viviendo en un sistema feudal donde los grandes capitales reprendan al rey, los políticos son los nobles colocados por los reyes para defender sus intereses y luego estamos el pueblo que seguimos siendo los que sufren los embates tanto de nobles como de reyes.
    Se nos lava la cabeza con propaganda con el fin de anestesiarnos para estar desprovistos de criterio propio que pueda poner en duda cualquier orden y para que una vez llegado el momento respondamos ciegamente a las motivaciones de los poderosos.
    Se nos hace luchar contra falsos enemigos por los intereses de unos pocos.
    Las guerras son una herramienta de concentración de riqueza donde los pobres se harán más pobres y los ricos más ricos.
    Además, la sed de venganza por el mal que nos ha hecho el enemigo no hace más que alimentar esa propaganda para que en futuros conflictos, motivados por nuevos intereses de los ricos, estemos dispuestos a arrancarles las entrañas a esos enemigos que nunca lo fueron, porque igual que nosotros ellos también han sido manipulados por sus «reyes».
    Si todos fuéramos conscientes de como funciona el mundo, nadie estaría dispuesto a luchar por defender los intereses de unos pocos.
    Una verdadera democracia le da el poder al pueblo para decidir en todo momento sobre cualquier cosa que le pueda afectar.

    16 marzo 2022 | 11:08 am

  2. Dice ser el tinglado está muy corrupto

    Y todo se solucionaría rompiendo fronteras y muros de armas y recogiendo energía de la Naturaleza sabia.

    16 marzo 2022 | 1:36 pm

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