Archivo de marzo, 2022

El agua del olvido que somos, y ¿seremos?

El título de esta entrada está casi copiado de una novela de todos conocida: El olvido que seremos de H. Abad Falciolince. En ella se relata con gran maestría la vida del padre médico, en un complejo entorno social y político. Parece que el título de la obra viene de una nota manuscrita que el médico portaba en un bolsillo cuando lo asesinaron. Se trataría de un soneto de Jorge L. Borges que en uno de sus versos decía: Ya somos el olvido que seremos. Hablaba de los recuerdos cuando faltemos. Aquí lo aplicamos al agua, que no es otra cosa que una metáfora del tiempo. Esta entrada del blog quiere llamar la atención sobre el agua que somos, pero no para hablar de porcentajes en nuestro cuerpo sino del tiempo vivido medido en agua. Sirve para interpretar, siquiera mentalmente, nuestro contacto con las aguas de cualquier día, desde que nos levantamos hasta que nos acostamos, en cualquiera de las actividades de trabajo u ocio; acaso su falta aparezca en algunos pasajes.

Agua de la que dependemos siempre, ahora mucho más pues la necesitamos a raudales y no llueve: los embalses están casi vacíos, los ríos se han convertido en un esqueleto de sueños. Imagen oscura o brillante, y a la vez laberíntica, que aparece como retándonos al olvido que seremos por no saber recordar sus bienes. O acaso echándonos la regañina por haber derrochado en maniobras diversas la poca que teníamos, que nos correspondía por vivir en un lugar determinado.

Según parece, en la mitología griega, a quien moría le daban a elegir antes de volver a nacer dos posibilidades: una era beber de un río que le proporcionaba el olvido absoluto de su vida anterior y la otra le otorgaba la posibilidad de recordarlo todo. Habida cuenta del riesgo en que nos encontramos en relación con la disponibilidad del agua, cabe preguntar algo parecido a cada una de las personas y a todas en conjunto. Si nos olvidamos del pasado y presente de nuestra relación con el agua o mejor recordamos todo si esto nos ayuda a sostener un futuro menos incierto.

Desde muchos lugares se nos lanzan mensajes que nos recuerdan el riesgo de los olvidos. Hoy mismo, 22 de marzo, se celebra el Día Mundial de las Aguas, en plural porque hay muchas, con diversos usos, en formatos más o menos útiles para nosotros. El singular es poco más que una fórmula química en donde se combinan hidrógenos y oxígeno. El plural nos dice que más de 2.000 millones de personas no tienen acceso a agua potable de calidad ni un saneamiento apropiado según cuentas de la ONU que aún aspira a convertirla en un bien común. Sus metas se articulan en el tan añorado ODS. núm. 6. En el planeta de las aguas que es la Tierra habitan muchos más seres que dependen del agua.

Agua de las mil maneras, como sabe bien quien esto escribe pues se crio en la estepa de los Monegros aragoneses, en donde se adoraba al agua por su escasez. Cómo olvidar las balsas y los pozos donde se recogía el agua de lluvia, siempre insuficiente, para beber personas y animales; no sin antes despojarla de aditamentos varios. Agua de recuerdos del monegrino que en la Balsa Seca, vaya nombre contradictorio, llenaba el botijo cuando faenaba en el campo. Atrás quedaron las novenas y la canción infantil que imploraba a la Virgen de la Cueva que lloviese. Esa tonadilla pedigüeña que parece ser que surgió en alguna localidad levantina en el siglo XVIII. Las generaciones posteriores han bebido otras aguas, más seguras y ya no la cantan.

Por entonces nada se decía que la vida es algo así como una metáfora del agua, que se la iba a elevar a la categoría de derecho humano, en forma de 60 litros por persona y día. Tal importancia tiene hoy que la ONU viene publicando cada año sus informes. Esos que nos dicen cómo va evolucionando ese derecho en el mundo, nos avisa que todavía no lo disfrutan cientos de millones de personas. Hay que leer los informes y saborearlos para entender el agua que fuimos y podemos ser, esa misma que también buscan otros. Aguas que son mitos, como aquellas que perseguía Narciso para ver su belleza reflejada y al final acabaron con su vida.

Aguas del recuerdo y del olvido hay muchas. Agua de Alfonsina Storni, que veía como «Elásticos de agua mecen la casa marina. Como a tropa la tiran. La tapa del cielo desciende en tormenta ceñida: Su lazo negro. Vigila. Asoman en la tinta del agua su cabeza estúpida las bestias marinas». Agua para no olvidar. Como aquella agua cortesana que recitaba Juana de Ibarbourou: El agua tiene un alma melancólica y suave/ que en el lecho arenoso de las ondas solloza,/ atrae, llama, subyuga. ¡Dios sabe si la nave/ que naufraga, en sus brazos de misterio, reposa! O esas aguas del olvido, Guadalete eso significa, de las que se ocupa Antonio Muñoz Molina en una de sus sugerentes relatos “Nada del otro mundo”. Porque en la mitología griega Lete era el río del olvido, como también se atribuye al gallego río Limia. Aguas que son mitos y a la vez realidades, porque nada esconden y a la vez bastante ocultan, máxime si se ponen en nuestras manos; menos cuando les reconocemos su valía.

Agua de ayer y de hoy para no olvidar ni a los que la despilfarran ni a quienes no la tienen ni para satisfacer sus necesidades básicas. Siempre hay “Distintas formas de mirar al agua”, como nos recordó Julio Llamazares, a quien podríamos llamar algo así como el escritor del pueblo sumergido. En la novela cuenta el último regreso de una familia a la masa de agua empantanada que cubrió sus tierras para arrojar allí las cenizas de quien fue marido, padre, suegro y abuelo de todos ellos. Agua diferente o parecida a aquella que en las tierras sedientas de África se extrae de los pozos cada vez más secos.

Agua detenida en cualquier embalse y agua oculta en el subsuelo son dos caras del olvido que no podemos llegar a ser. No son mitos. Son realidades también presentes en la vieja España, esa que la urbanización se tragó a destiempo. La misma que ahora no sabe si el agua sobrará o faltará, no le preocupa. Ni siquiera cuando se habla de la penosa estampa de la Tablas de Daimiel o Doñana a causa de extracciones múltiples de sus acuíferos. Tampoco del nivel de los embalses, que son algo así como esperanzas contenidas a la vez que el monumento a muchos olvidos, allí donde se construyó la presa y debieron huir sus moradores. Acaso ninguno de ellos quiso ver un mundo en guerra asolado por una sequía, que a la vez se había convertido en el privilegio de unos pocos, tal cual lo describe Emmi Itäranta en “La memoria del agua”.

Por solo esto, pero hay mucho más en los poderes de las aguas. Aguas del recuerdo con las que remontamos el tiempo, para nunca caer en el olvido que seremos y abandonarnos a su curso. Aguas verdaderas porque entre todas forman la alegoría de la vida: agua como derecho humano fundamental, que no puede ser de un solo día, sino una metáfora prolongada del devenir de todas las personas.

 

(GTRES)

La suma de egoísmos eleva la raíz cuadrada de las desigualdades

Quién sabe si la invasión de Ucrania de ahora se gestó hace tiempo, pero muchos no la quisimos ver. Junto a la demanda de paz conviven las apetencias materiales. Si nos dejan sin pan tenemos hambre, si el gas falla tenemos frío, si las bombas atronan y matan no tenemos vida. La amenaza bélica siempre viva por desgracia, pero esta vez golpea más cerca. Egoísmos de los unos se parapetan ante los otros. Tenía razón Paul Valéry: la guerra es una masacre entre gentes que no se conocen, para gentes que sí se conocen pero no se masacran. Los segundos viven protegidos en lugares prohibidos a donde los simples mortales no llegan.

Es evidente que se multiplica la desazón anímica. Además de los que se ven obligados a huir, muchas gentes que no viven la desgracia de cerca se reconocen en los que sufren. Si la televisión nos trae imágenes de hospitales bombardeados sentimos la punzada del sufrimiento. No se sabe si es dolor intenso o simplemente se nos presenta una copia en la que nos vemos en esa camilla o corriendo al refugio. Alguien escribió que el egoísmo es aceptable, más o menos, si a la vez que nosotros nos sentimos más seguros deseamos que el resto también mejoren algo, o bastante, sus vidas. Exploración mental que no siempre permanece.

Cuando los egoísmos se suman se convierten en una multiplicación, casi en potencias acumuladas. Ni siquiera haciéndoles la raíz cuadrada se resuelven las dificultades. Es más, de poco sirven los algoritmos cuando se lleva tanto tiempo cultivando el egoísmo. Aunque más de uno haya intentado monitorizar la destrucción que causan las guerras. Ahora mismo aumentan los bombardeos de Ucrania, productos de locuras con enormes efectos colaterales. Cabe preguntarse si las apetencias de algunos serán incluso capaces de la propia autodestrucción antes que ceder parte de sus franquicias verdaderas o inventadas. Habrá que preguntarles quién les ha concedido esas prebendas. Pero siempre se ha dicho que los poderosos mantienen privilegios de fuero, imposibles de juzgar y menos aún de condenar. Aunque en más de una ocasión se vea que hay francotiradores de la paz y la igualdad. Pero esos proyectiles apenas impactan.

Nos creíamos capaces de separar y cribar las ideas; quizás lo que de verdad cuenta son los intereses. La UE le corta el grifo dinerario a Rusia mientras le trasvasa una porrada de millones de euros por el abastecimiento de gas. Ya algún emperador romano decía que solo sentimos los males públicos cuando nos afectan a los intereses personales. Me imagino que Ucrania se encuentra emplazada en África central o en Indochina. Me pregunto qué respuesta habríamos dado desde aquí. Basilio Martín Patino exploró los dramas de posguerra en la película Canciones para después de una guerra, los gestos posbélicos con más o menos alegría. Cabría empezar ahora una nueva compilación musicada o poética, filmada por las redes sociales, más internacional.

Edificio residencial en llamas tras ser alcanzado por la artillería en Kiev. (EFE/EPA/ROMAN PILIPEY)

Bastante gente ha aparcado sus egoísmos personales, cada vez están más lejos de los que manejan las guerras y más cerca de quienes las sufren. No así en Afganistán que desapareció de la geografía universal y eliminó su historia. Allí todo son raíces cuadradas de vida con resultados penosos cuando llevan de índice a las mujeres o niñas. En la guerra de Ucrania los y las implicados en los cuidados de la gente que emigra y sufre no buscan una recompensa. Si bien la mayoría de las veces, con guerras o sin ellas, pocos hay que hagan algo por nada. Aquí vemos una causa egoísta de las desigualdades.

Mafalda estaba convencida de que algunas personas se niegan a creer que la tierra gira alrededor del Sol, y no de ellas. Hay dictadores mundiales que emulan estupendamente al francés Luis XIV y otros jerarcas, seguros de que la vida mundial no existe, que son ellos el sol y pueden calentar más o menos según dónde. Hace 9 años un periódico de justificado renombre recogía en una entrevista en la que Emilio Lledó decía que ya estábamos en la Tercera Guerra Mundial, la de la desesperanza. Añadía que «El mundo está fatal por culpa de la codicia y la ignorancia”. Hace poco tiempo, Adela Cortina lamentaba que después de todo lo vivido en Europa en el siglo XX no hubiésemos aprendido nada. También aludía al cultivo de unos valores básicos como puede ser el de la democracia social. Es más, los egoísmos atiborran los libros de historia, parece que existe una tendencia humana hacia la guerra. Frente a todo esto, nos cuesta reconocer, a estas alturas del siglo XXI, que no hay nada que la guerra de Ucrania, por ahora, haya conseguido que no se hubiese logrado sin ella.

Cuando esto se acabe, ojalá sea pronto, alguien tendrá que recoger los escombros materiales, sociales y personales. Los primeros pueden ser más o menos costosos, el resto será imposible de restañar pues quedó manchado de odios y egoísmos. Por más que intentemos resolver las raíces de las desigualdades estas se convertirán seguramente en potencias. El mundo puede dejar de perder su esencia básica: la libertad. Recuerdo aquellas palabras de un ruso americanizado que falleció ahora hace 30 años. Afirmaba el maestro de la ciencia ficción Isaac Asimov: No solo los vivos son asesinados en la guerra. Añadimos nosotros que las esquirlas incrustadas en el cerebro y en los corazones duelen siempre. ¿Quién restañará el dolor multiplicado que está sufriendo el pueblo ucraniano? Dicen que George Lucas se inspiró en Asimov para su “Guerra de las galaxias”. Qué nebulosas han quedado las galaxias emocionales de los europeos con la invasión rusa de Ucrania. Pocos hubiesen imaginado que tras los desastres sufridos en la II Guerra Mundial los rusos hayan dibujado los preliminares de los que bastantes analistas identifican con la III.

Por cierto, el presidente Putin firmaba los ODS en el año 2020. No se sabe si leyó el núm. 16. Paz, Justicia e Instituciones Sólidas. Su ministro de Exteriores S. Lavrov afirmaba ya en 2015 que Rusia era un socio fiable.

Un militar patrulla junto a una barricada en la ciudad ucraniana de Odesa. (EFE/ Borja Sánchez Trillo)

Las bombas rusas implosionan los ODS

En este blog hablamos de los esfuerzos que hemos de realizar para llegar mejor preparados al año 2030. Ahora es Ucrania a quien toca el infierno bélico, pero además tenemos Yemen, Afganistán, Eritrea-Etiopía, Irak, Siria, Palestina-Israel y un largo etcétera. Pero Ucrania está más cerca y como dijo aquel escritor del siglo XX: una guerra en Europa es una guerra civil. El Objetivo de Desarrollo Sostenible (ODS) 16 desea la paz, la justicia e instituciones sólidas en todo el mundo. Paz que aunque tenga forma de inocente paloma vale poco, justicia universal que se ve continuamente desequilibrada en su balanza y se destapa un ojo para ver quién está en cada platillo, instituciones internacionales que no saben qué hacer. ¿Quién se pone delante de las armas de Rusia? Las instituciones aparentemente sólidas, incluso la ONU, son siempre un ente en construcción que soporta presiones varias. El actual presidente de turno del Consejo de Seguridad es el representante ruso; qué ironía. Al menos parece que la Unión Europea ahora hace honor a su nombre. Se supone que solo por intereses de paz.

Las guerras son el resultado de una maldición secular sostenida por el odio y el rencor. Los libros de Historia están llenos de batallas con victorias y derrotas, en la guerra siempre acaba en pérdidas. Pero ahora, televisiones y consolas nos muestran mucho más el desastre social de quienes tratan de huir del peligro; antes que el sofisticado armamento bélico, que hace entrar la bomba mortífera por el ojo de una cerradura. Lo que pasa se entremezcla con lo que puede suceder, amenazas nucleares por ejemplo, bombas contra las centrales.

(EFE)

Todas las guerras dejan atrás olor a muerte y destrucción. Así lo poemó Cecilia con su canción Una guerra. Quienes conocimos algunas ascuas emocionales y de otro tipo de la Guerra Civil española, vemos reflejadas en las caras de mujeres y niños ucranianos a nuestros padres y abuelos, cuyas imágenes guardamos en fotografías en blanco y negro. El horror de esa guerra lo vivió sin duda el poeta Antonio Machado, otro damnificado que hubo de exiliarse. Nos dejó composiciones dolorosas en su último libro La guerra. Murió pronto. No pudo llegar a ver los tardíos rebrotes de algo ético parecido a la esencia de los ODS, porque todavía falta mucho por conseguir en su querida España, que en su nombre lamentaba Cecilia hace casi 50 años y ahora nos recuerdan Rozalén y Kiko Veneno.

Por ahora, Ucrania no vive una guerra civil sino la invasión de su país. Al menos sus habitantes tienen un enemigo externo en quien pensar, con quien luchar, y eso les descarga un poco las aflicciones. Las personas que la sobrevivan lo harán a costa de muchos pesares, de sangres perdidas, de honores heridos en tierras crueles sin laureles. No se conoce si seguirán siendo un país, si Rusia se anexionará el sur y el este. Otra vez Cecilia poniéndole palabras a las lágrimas lloradas de la Guerra Civil española con Un millón de sueños; sueños rotos en mil pedazos es una metáfora de lo que es una guerra: una suma de maldiciones.

Las guerras no son solamente cosa de militares. Hay que hablar en esas sociedades del este de Europa, y en las nuestras, de las «no paces». Ahora mismo los partidos populistas y de extrema derecha las explotan. Los olvidos de la paz anidan más en aquellos países, sociedades y grupos que no la cultivan, que en sus escuelas no enseñan el respeto a los diferentes, que se obsesionan con dar demasiado valor a banderas e himnos, a hablar de un patriotismo excluyente, a resaltar el valor del color de la piel, a denigrar a los emigrantes, a relatar la Historia de los gobernantes en lugar de la microhistoria de la gente común,  que no hablan de cuantos perjudicados cuesta cualquier mínima victoria bélica (siempre serán derrotas de algo o de mucho). En las enseñanzas escolares recibidas primaron durante demasiado tiempo las victorias bélicas; decían que ayudaban a hacer patria. ¿Pero qué es la patria en un mundo globalizado? Ya va siendo hora de hablar de las consecuencias humanitarias de las teorías de supremacía de raza, religión, sexo o cualquier otra. Hay que dar sentido crítico a las imágenes televisivas; no son parte de un cíberjuego. Sus lecciones no se cierran con el eslogan de «No a la guerra». Merecen un cuidadoso diálogo en la familia, con las amistades.

¿Qué pasará después de esta guerra, cuando más o menos se silencien las bombas? España quedó devastada tras la Guerra Civil, sus escombros perduraron muchos años. Pasa lo mismo ahora en Siria, Afganistán, Yemen y en un largo etcétera. En la guerra de ahora vemos buenos y malos, no hay duda. Pero el tiempo nos ilustrará los viacrucis de sus damnificados. Sus países tardarán mucho en asomarse al ODS. 16 y nos atrevemos que decir que todos los demás. Para Ucrania ya no vale la Agenda 2030, habrá que retrasarla varias décadas. En el resto de los países tendrá graves efectos y posiblemente también dilaciones. Las guerras detienen los relojes de los deseos éticos, no solo la economía.

Buena parte de esas personas que ahora vemos huir de Ucrania se considerarían hasta hace unos días dueñas de su significado y significante. Bastantes, no todas, se esforzarían en saber lo que eran y lo que querían ser. Acaso buscarían lo que de verdad les importaba, por más que tampoco allí hubiese unanimidades; la democracia tiene muchas caras y en Ucrania había de diversas sensibilidades. Incluso en algún momento encontrarían oportunidades para el progreso, que más o menos es llegar a las metas idealizadas por otros. Pero muchos ucranianos y ucranianas tuvieron que emigrar por causas varias. Luego no toda era felicidad en la preguerra, al menos desde 2014. Se dice que ahora mismo residen en España más de 120.000, aquí no lo habrán tenido fácil porque todavía se cultiva la cultura del recelo hacia el migrante, aunque sea europeo.

(EFE)

Ahora mismo, la mayor parte de nosotros tenemos un rincón del pensamiento para el pueblo de Ucrania. Se nos han revelado de pronto valores escondidos; difícil saber hasta dónde alcanzan. Los sentimos indispensables para caminar junto a otros con los colores amarillos y azules en busca de la paz. Por eso salimos a las calles a manifestar nuestro «No a la guerra», como queriendo hacer un pequeño homenaje a quienes quedaron atrapados en la sinrazón y sufrirán de verdad la guerra después de que se firme el alto el fuego.

La intención guerrera se contagia y encharca los derechos individuales. Si así sucede con esos derechos humanos no se parecen en nada a aquello que nos enseñó Mario Benedetti para defender la convivencia y cultura universal. Nos animaba a evitar las figuras geométricas de los círculos viciosos, eso son las guerras, y las mentes cuadradas, que las poseen quienes las lanzan o sostienen. Añadamos la espiral de la sinrazón que con su fuerza centrípeta engulle millones de damnificados. Al mismo tiempo, el aire esparce cualquier tipo de contaminaciones. Los refugiados pertrechados solo con el dolor llegarán a nuestros países. Hemos de saber acogerlos preservando su dignidad.

Por eso, después de la batalla, que durará más o menos, quedarán alrededores calcinados por la fuerza centrífuga que expande el terror. Algunos sin posibilidad de rebrotar. Pasará un tiempo y todo lo acaecido a los habitantes de Ucrania caerá en el olvido, excepto para los damnificados. En gran medida la metralla se ha incrustado en las relaciones comerciales. Esas que nos pueden encarecer la vida y retrasar la salida de los estragos pandémicos. Por otra parte, los países de la UE se están rearmando, Alemania ha anunciado que va a destinar el 2 % de su PIB a recursos militares. El resto harán algo parecido. Nos tememos que esos dineros supondrán la disminución de recursos destinados a alcanzar los Objetivos de Desarrollo Sostenible o la Ayuda al Desarrollo. Los enemigos ya no serán el hambre y la pobreza universal, la falta de energía asequible y no contaminante, el deterioro de la salud o la educación, el aumento de las desigualdades, ni siquiera el cambio climático, etc. Excusas habrá muchas para girar la mirada y alejarnos cada vez más de la Cima 2030. Algo de eso se explica con claridad en la entrada “La invasión de Ucrania  dinamita la taxonomía verde de la UE” del blog “La energía como derecho” de 20minutos.es.

(EFE)

Hace poco más de un mes conmemoramos en los colegios e institutos el Día de la Paz. ¡Qué lejano queda todo! Los gestos quedaron expuestos en la jornada pero apenas pasaron de ahí. Ahora mismo, cuando a millones de niños ucranianos se les niega el derecho de asistir a sus clases (ODS. 4), es un buen momento para hablar con nuestro alumnado, en nuestras casas, de la paz, no de la impuesta sino de la pactada. La guerra siempre es traicionera, por acción u omisión, por los efectos colaterales que provoca. Principalmente para esos 7’5 millones de niños como denuncia Unicef. Quienes la sufren tienen marcados sus recuerdos con trazos discontinuos, tan gruesos que no pueden olvidar aunque se intente; perdurarán para siempre. La OMS avisa de la crisis humanitaria que se está provocando.

¡Ojalá esta situación no se prolongue! No queremos creer que sea imposible vivir en paz. Pero hay que apropiarse de un pedacito de la utopía colectiva que se concreta en alcanzar aquellos objetivos (ODS) que nos convencieron de que era posible una llevadera coexistencia con quienes habitan el mismo planeta, sean o no personas. Ahora implosionan sobre sí mismos y explosionan en la base de los ODS: Nos queda el sonido de Ara Malikian, un emigrante perpetuo tras la Guerra del Líbano (El país de las mil batallas), poniendo un contrapunto en Aires armenios, otro país castigado por la desgracia bélica (no debemos olvidar el genocidio que soportaron) de donde huyó su familia. ACNUR avisa de que el drama de millones de refugiados se vuelve a repetir e irá en aumento.

Erradicar la pobreza extrema apenas influye en las emisiones contaminantes

Cuentan los hermanos Grimm en una historia que la pobreza y la humildad llevan al cielo. Un príncipe rico quiso ser humilde y para ello se disfrazó de pobre y realizó un periplo para entender la pobreza por sí mismo. A su vuelta a palacio no fue reconocido y murió en la indigencia sabiendo qué significa la vida para mucha gente.

Por lo que parece nunca podremos imaginarnos la realidad de la pobreza, hay que sentirla. Hoy mismo millones de personas “viven” en una pobreza severa. Si hubiera justicia universal, si toda la humanidad se sintiese participando en un ideal común, no le costaría mucho el empeño. Hoy casi todo lo comunitario y personal lo medimos según los rastros ambientales  que lleva implícitos; si no es así deberíamos empezar a considerarlo. Vamos al grano.

Según un estudio publicado en  Nature Sustainability, hay una enorme desigualdad global en emisiones entre las personas de países ricos y pobres. Un ejemplo puede servirnos de muestra: la huella de carbono promedio de una persona que vive en el África subsahariana es de 0,6 toneladas de dióxido de carbono (tCO2) mientras que la del ciudadano estadounidense promedio se eleva a 14,5 tCO2 por año. La desigualdad es una locura que dentro de poco nos pasará balances éticos y económicos. Cuenta la gente de ciencia del IPCC que el calentamiento global lo ha provocado en buena parte los gases de efecto invernadero (CO2 entre ellos). Porque claro, no se trata de emisiones directas únicamente, sino que hay que contar las que son consecuencia de la producción de materias primas y bienes que los pobres venden a los ricos. Y aquí está la otra cara de la moraleja del cuento: si los pobres quieren “malvivir” deben producir para los ricos, que así lanzan menos emisiones.

El mapa que incluye este enlace del artículo de Carbon Brief lo dice todo bien clarito. Por cierto,  Luxemburgo tiene la huella de carbono per cápita nacional promedio más alta en el estudio, con 30 tCO2 por persona, seguido de EE. UU. con 14,5 tCO2. En el otro extremo Madagascar, Malawi, Burkina Faso, Uganda, Etiopía y Ruanda tienen una huella de carbono promedio de menos de 0,2 tCO2. Como leemos en otras investigaciones, “en muchos de los países más pobres del África subsahariana, como Chad, Níger y la República Centroafricana, la huella promedio es de alrededor de 0,1 toneladas por año. Eso es más de 160 veces menor que los EE. UU., Australia y Canadá”. Anotemos un dato que da cuenta de la desigualdad y pobreza medida en emisiones: el estadounidense o australiano promedio emite en solo 2,3 días, tanto como el maliense promedio en un año.

Vayamos al meollo de la cuestión. Podríamos decir que hay países super ricos y ricos. Luego están los no excesivamente pobres y los muy pobres. En el enlace se adjuntan mapas con el porcentaje de habitantes de cada país que viven en “pobreza extrema”. Más de una persona que lea esta entrada pensará que como los pobres empiecen a emitir como los ricos el mundo se va a intoxicar. Pues el estudio lo desmiente. Afirma que la erradicación de la «pobreza extrema», elevando a todos por encima del umbral de 1,90 dólares americanos por día, aumentaría las emisiones globales de carbono en menos del 1%. Porcentaje que se podrían quitar los ricos y muy ricos sin que por eso se tambaleasen sus economías. Todos recordamos aquello de dedicar el 0,7 % del PIB a reducir las desigualdades mundiales. A todos nos gustaría conocer, por curiosidad, a dónde va a parar el dinero recaudado por la Agencia Tributaria de España de aquellos contribuyentes que ponemos la x en el lugar de acciones sociales no religiosas.

En el presente estudio se incluye un gráfico con las huellas de carbono promedio regionales. A la cabeza Estados Unidos, Europa, Rusia y Asia Central, y en la cola los países subsaharianos. No se pierdan la Global Tarjet (La línea punteada de arriba muestra la huella per cápita objetivo que el mundo debería adoptar para limitar el calentamiento a 2 °C y 1,5 °C la línea inferior). Una primera conclusión si queremos hacer realidad los acuerdos de París para detener parte del cambio climático necesita un pequeño esfuerzo de quienes más lo provocan. Eso sería reconocer que la injusticia climática –de la que llevan tanto tiempo hablando Oxfam, o el Foro Transiciones– es el paraíso de los grandes culpables del cambio climático se dio una vuelta completa. Por cierto, como denuncia Unicef, la pobreza en España tiene nombre de niño.

Seguro que alguien se atreve a darle una vuelta al cuento de los hermanos Grimm y llevarlo al año 2022.

Un niño indonesio juegando al fútbol en un área de tugurios, en Yakarta (Mast Irham / EPA / EFE / Archivo).