La tortura social de las migraciones vista por Rosalía de Castro, Amancio Prada, Manu Chao y otros

Migrantes que viajan por veredas tortuosas, no como los pájaros que siguen los caminos libres del agua y del aire. Así lo manifestaba Eduardo Galeano: en inmensas caravanas, marchan los fugitivos de la vida imposible. Viajan desde el sur hacia el norte y desde el sol naciente hacia el poniente. A millones de habitantes de oriente próximo o África les han robado su lugar en el mundo. Han sido despojados de sus trabajos y sus tierras. Muchos huyen de las guerras, pero muchos más huyen de los salarios exterminados y de los suelos arrasados. Los náufragos de la globalización peregrinan inventando caminos, queriendo casa, golpeando puertas: las puertas que se abren, mágicamente, al paso del dinero, se cierran en sus narices. Algunos consiguen colarse. Otros son cadáveres que la mar entrega a las orillas prohibidas, o cuerpos sin nombre que yacen bajo tierra en el otro mundo adonde querían llegar. Sus familias perdieron su imagen, ni siquiera conocen cuál fue su fin.

Una parte emigran porque perdieron sus trabajos, sus tierras o sus salarios son de esclavitud. Los hay que huyen de sus casas porque las guerras, o sus consecuencias, llegan hasta el último rincón del mundo olvidado expandiendo sus miserias, en donde se ensañan con los más pobres. A demasiados habitantes del mundo ni rico ni medio pudiente se les empobrecieron los suelos o los condicionó demasiado el cambio climático; y no solo eso, pues los males siempre viajan acompañados. Hoy el mundo es una valla continua, tenga pinchos o no, para los migrantes pobres. A muchos les arrebataron su dignidad en el camino; otros ni siquiera llegaron al paraíso imaginado, aunque habían hipotecado su economía y las de sus familias, que no saben qué consiguieron o si ya no viven. Los migrantes ricos juegan al balón, cantan o proporcionan pingües ganancias a algunos personajes o estados. Algunos viajan acompañados de grandes sumas de dinero, que pasan los controles cual aire en libertad.

No sé si habrá que sentirse migrante para enriquecer el pensamiento. Aquí hemos querido presentar una visión diferente a las que vienen llenas de fechas; nos queremos detener en sentimientos poemados o cantados. Por eso hemos apelado a Rosalía de Castro a la que alguien llamó la poeta de los emigrantes. Esta gallega vio cómo sus paisanos partían hacia América, allá por la segunda mitad del siglo XIX. Fueron tantos que a los españoles se les llama gallegos en una buena parte de Latinoamérica. Casi se puede decir que ella era migrante social desde su nacimiento: hija “ilegítima” de un miembro del clero y de una dama hidalga. ¡Cuántas clases sociales entremezcladas! La rígida moral de su tiempo le supondría desconocer si el lugar en el que se situaba su cuerpo era el que transitaba por sus pensamientos, en qué escala social la veían y se veía ella misma. Pero logró encontrar su sitio.

Rosalía Castro de Murguía. (Dominio Público)

Sin embargo, el sufrimiento zigzaguea con impulsos diversos y cambiantes por sus poemas. A menudo clama por los suyos, les presta sus palabras. Pero detrás de todo está la desolación junto con las aflicciones de un pueblo que son muchos, en todos los continentes. La mayoría castigados también por el subdesarrollo que se les ha echado encima. El campesinado en concreto (mal)vive como si Dios hubiese dejado a mitad su obra, tal cual si lo hubiese abandonado como a los explotados manufacturados.  Parece que fue ayer y sin embargo, muchas de las penurias de las que se lamentaba Rosalía se repiten en algún lugar del mundo, más bien en muchos. Llorarán las madres africanas al ver partir a sus hijos hacia el dudoso paraíso. Ella clama por las ausencias que causan dolor para siempre. En Follas Novas un poema va dirigido “As viudas de os vivos e as viudas de mortos”. Que en una traducción libre diría “Les vendieron todo lo que era o podría haber sido”. Dice más o menos así en español, aunque al escucharlo así se pierda un poco el lirismo del corazón gallego:

Le vendieron los bosques,
le vendieron las vacas,
la olla de caldo
y la manta de la cama.
le vendieron el carro
y las haciendas que tenía;
lo dejaron solo
con la ropa puesta.
«María, soy joven,
No soy dado a pedir;
voy por el mundo
para ver cómo ganarlo.
Galicia es probar,
me voy a la Habana…
Adiós, adiós, ropa
¡desde mi corazón! «


Así cantó Amancio Prada el poema de Rosalía hace ya 50 años. Ahora las televisiones nos acercan el drama migratorio. Tantas veces lo vemos que al final se invisibilizan hasta los muertos que intentaban llegar a Europa en patera, algunos ataviados con la camiseta de un club famoso de fútbol europeo. Las migraciones son otro gran problema mundial sin resolver que tiene mucho que ver con el hambre y la pobreza. Eso que hizo huir a muchos españoles hacia América y que no debería pasar ahora en sentido contrario. ¿Seremos capaces de establecernos en Marte antes de ver feliz a la gente cerca de allí donde nació y estaban sus raíces? Cualquier reportaje de televisión entristece.

En cierta manera las migraciones que penaba Rosalía de Castro tenían algo de climáticas. Sí porque vida social y clima siempre lo han estado; lo saben muy bien los millones de animales que cada año recorren miles de kilómetros para no perder a su especie. La nuestra, que añadió como rasgo distintivo la capacidad de generar pensamientos elaborados, se ve sometida a parecidos rigores. Quiere migrar pero no puede por las vallas que no existen en el aire. Pero los discursos xenófobos que calan en Europa y América del Norte hacen las vallas cada vez más impenetrables. ¿Qué diría de esto Rosalía de Castro? Lo cantó como pocos Georges Moustaki, otro migrante que soñaba con un mundo mejor, más compartido. Nicola di Bari parece que nos avanzaba lo que les iba a suceder a africanos y africanas, no se sabe si encontrarán el cariño del que habla el italiano.

Lo han experimentado quienes viven de la tierra y ahora se ha vuelto estéril por sequías y otras catástrofes. Sobre todo aquellos clandestinos que van del sur hacia el norte, en busca de una vida “prohibida” al no llevar papeles, como canta Manu Chao trayéndonos a la conciencia a los que llegan, o no, en patera con sus penas y condenas. Qué decir del sueño errante de “El emigrante” de Celtas Cortos que llama la atención de que serán mal vistos en todas partes; toda la miseria para ellos. Los vagabundos del sueño errante, que con toda su pobreza tiran p’adelante. O la “No soy de aquí ni soy de allá” de Facundo Cabral que iba y venía en busca de la libertad de su hermano pero apenas tenía porvenir, como muchos migrantes africanos que viajan hacia el norte. Seguramente Rosalía de Castro hubiera escuchado con atención estas composiciones.

A veces no hacen muchos kilómetros y el viaje es menos penoso. Los desplazamientos internos no dejan de fluir en el mundo. Las migraciones climáticas expulsan a mucha gente de sus territorios. Allí dejan un complejo mundo para llegar a uno soñado que no lo es tanto. A veces las migraciones se hacen invisibles. Plantémonos un día cualquiera delante de la televisión para ver un informativo. Si quieren estadísticas aquí las tienen.

El dolor de la emigración española, plasmada en la canción de otros tiempos y sentimientos parecidos o no de Antonio Molina –que apela protección a vírgenes y santos- para los nostálgicos que en los años 50 a 70 del siglo pasado debieron marchar, debería ayudarnos a entender a los que llegan. O acaso por la versión del “Emigrante” de Juanito Valderrama interpretada por varios cantantes españoles o extranjeros. Por si quieren una visión más moderna no dejen de escuchar lamentos y esperanzas en “Aires armenios” de Ara Malikian, un migrante permanente que tiene uno de sus nidos en España. Algo diferente en la composición “El extranjero” de Enrique Bunbury, que allá donde va lo llaman el extranjero. Me he encontrado con esta versión conjunta de los dos poetas y músicos. Algo así como lo que avanzaba Rosalía de Castro para los que se iban, pero visto desde el lugar de llegada. La migración obligada sigue siendo una tortura social, ya sea dentro de un país o hacia otros.



¿Demasiados enlaces?
La ocasión lo merece; todos somos parte de aquellos primeros migrantes que salieron del este de África. Escuchen con oído inquieto cada una de las canciones. Un recuerdo especial para todos los que se fueron, para quienes en estos momentos esperan, hacinados en campos de internamiento en Europa o América, para traspasar las vallas.

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