Archivo de noviembre, 2021

La larga marcha de la infancia global hacia el año 2030

En los más de ocho años que restan hasta 2030, la infancia y la adolescencia de hoy puede verse lastimada o protegida. ¿Quién es capaz de adivinarlo? Lo que ocurrirá con seguridad es que, en su globalidad mal concretada, se verá expuesta a problemas muy severos si no se adoptan medidas urgentes. Son ocho años para renovar esperanzas. Pero hay una dificultad que está en el origen de muchas controversias interpretativas. A pesar de que en la mayor parte de las sociedades se mima a los más jóvenes, no tienen apenas ni voz y mucho menos voto. Pasarán circunstancias penosas en lugares como Afganistán (como alerta Save the Children) y esos países donde los niños nacen expuestos ya a las penalidades y con la amenaza de la muerte no muy lejana. Ese país, como otros muchos territorios sufrientes, ya no se habla porque el velo mediático lo ha oscurecido como por arte de magia. Y existe, como también Sudán, Somalia, Mali, Congo, Centroamérica y la difusa Asia. Bueno, en realidad no se dice nada porque interesan cosas menos trágicas y que no nos presenten futuros oscurecidos. Pasa también con la infancia y la adolescencia de la Europa rica, apenas aparece en los noticiarios como no sea para dar cuenta de hechos luctuosos o resultados de tal o cual encuesta. Verbi gracia la frontera bielorrusa.

En realidad, hablar de la infancia y la adolescencia es caminar entre deseos y recuerdos, siempre de hoy hacia el futuro. Algo así como mentar un espacio vital sin límites definidos, ni temporales (de qué años a cuáles) ni espaciales (rurales o urbanos, del mundo rico o del pobre, en familias con empeño de cuidado o en otras que malviven en la miseria; estudiantes, trabajadores o sin calificativo específico; buenos, malos o regulares, etc.) Hay tantas infancias y adolescencias, es un infinito de no se sabe qué, que lo único que podemos hacer de ellas es un retrato robot multidimensional. Miradas con complacencia y a la vez olvidadas. Con ganas de enseñarles a ser no se sabe qué, sumisión o estrategias, para no perderlas para la causa colectiva. Sea cual fuera. Sin embargo, la infancia y la adolescencia (sin demasiadas perturbaciones egoístas todavía ni siquiera por el color de la piel o religión) podrían ser el reservorio a partir del cual se desarrollaría el futuro de la verdad, la lucha por la igualdad, por la justicia y por la inteligencia. Algo así decía Emilio Lledó pero él lo ligaba todo con la educación. Hace unos días se proyectó dentro de “Los imprescindibles” un programa dedicado al filósofo y profesor en el que manifestaba su deseo de haber sido maestro de escuela, para escuchar como veían el mundo sus alumnos, que le interpretasen sus vivencias. Para aprender, porque es lo que los maestros hacen cada día al margen de enseñar más o menos.

Infancia de ahora y de siempre. Infancia y adolescencia de 2021 con incógnitas marcadas ya para 2030, que se convertirán en dificultades varias. Y sin embargo todos queremos un mundo diferente para los chicos y chicas que por las fechas venideras habrán dejado atrás sus tiempos vividos. Hace unos meses se publicó  El estado de la inseguridad alimentaria en el mundo 2021 (SOFI, por sus siglas en inglés), con datos del año anterior, incentivado por la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), el Fondo Internacional de Desarrollo Agrícola (FIDA), el Programa Mundial de Alimentos (PMA), Unicef y la Organización Mundial de la Salud (OMS). Por primera vez el informe no pone cifras fijas al número de hambrientos del mundo, plantea un intervalo entre 720 y 811 millones, el pico más alto jamás visto. Entre ellos muchos niños y niñas que no tuvieron alimentación suficiente en cantidad o deficiente en proporciones de nutrientes. Y en esto llegó la pandemia. El hambre se alió con la pobreza; juntas maltrataron la salud y muchas más cosas. En Latinoamérica y África habitan 9 de cada 10 niños y niñas con retraso en el crecimiento. En julio Oxfam daba a conocer  El virus del hambre se multiplica, donde denunciaba que la pandemia ha mostrado el tamaño de las desigualdades en el mundo. Lo que se saca en claro de ambos informes es que hay suficientes alimentos pero muy mal repartidos. Las carencias que se acumulan en la infancia y en la adolescencia ponen en riesgo el futuro de cualquier país. ¿A qué suenan los ODS en el 2030 si la infancia de ahora está mal alimentada? Mientras escribo estas líneas escucho a Ara Malikian para extraer luz de la oscuridad, como se dice en el documental Ara Malikian. Una vida entre las cuerdas, un reciente Premio Goya. Un reposo de lucidez y esperanza que siempre se hace corto.

Porque Unicef denuncia que han retrocedido todos los indicadores importantes para la infancia un año después de la pandemia: infecciones, hambre, pobreza familiar, escuelas cerradas, inequidad en el acceso a las tecnologías educativas, falta de cuidados sanitarios, ausencia de instalaciones sanitarias en sus casas, y más problemas. De hecho, “como promedio, 700 niños menores de cinco años mueren cada día de enfermedades causadas por la falta de agua, saneamiento e higiene”. Sin embargo, los niños y niñas deberían ocupar el espacio central en los esfuerzos de recuperación porque serán los protagonistas del mañana. El barómetro de opinión de la infancia y adolescencia en España de esta agencia de la ONU permite conocer que la COVID-19 y la crisis sanitaria y económica originada por la pandemia es el problema que los niños, niñas y adolescentes identifican mayoritaria y claramente como el más importante para el conjunto de la sociedad en España y para ellos mismos. Además, hay que anotar la alta valoración que los encuestados hacen de instituciones como los científicos y científicas, el profesorado, las ONG, etc., frente a la casi nula esperanza que parecen tener en los gobiernos del estado y propios, y en general de los partidos políticos.

Junto a estos aspectos, merece la pena atender sus actuales percepciones porque no sabemos a qué y cómo evolucionarán en el año 2030. El barómetro se detiene en explorar su compromiso cívico e implicación ciudadana, sus sentimientos identitarios, los medios de comunicación donde obtienen su información sobre el estado social, su bienestar emocional (satisfacción vital y felicidad), además de otras cuestiones básicas de la vida. Unicef hace una serie de recomendaciones a los poderes públicos para que todos comencemos la siguiente década en mejores condiciones porque la infancia de hoy habrá crecido socialmente. Habría que comparar estos datos con los que proporcionaba la primera edición del barómetro. Suponemos que el Alto Comisionado para la Pobreza Infantil del Gobierno de España habrá tomado nota de todo y lo hará llegar a las administraciones competentes, empresas y sociedad en su conjunto. Su oficina señala los avances pero se preocupa de lo mucho que queda por hacer. Medidas como el Ingreso Mínimo Vital y la extensión de la educación de 0-3 años ayudarán, pero “no podemos olvidar que España es el tercer país de la Unión Europea en tasa de pobreza infantil” explica Carles López, Presidente de la Plataforma de Infancia.

Si por aquí las perspectivas no se ven adecuadas qué no sucederá en los países en conflictos vitales graves o bélicos. Para entender la situación se puede consultar 2021. Global Hunger Index. El hambre y los sistemas alimentarios en situaciones de conflicto de Ayuda en Acción.

Así pues queda mucho por hacer y los años pasan rápido. Hay que informarse año tras año por si las tendencias se confirman o cambian, en unos lugares sí y en otros no. Todas las personas tenemos el mundo de la infancia y la adolescencia global para escribir deseos y esperanzas, para llamar la atención sobre sus dificultades, para soñar despiertos, para vivir la aventura de una larga marcha que no admite despistes pues tiene su meta en el año 2030.

(GTRES)

Defecar con salud en 2030

Alguien dice, otros se escandalizan al leerlo, que buena parte de la salud comienza en el inodoro. Así lo debió imaginar el poeta Sir John Harrington que ideó a finales del siglo XVI un artefacto peculiar. Con él la reina de todos los imperios británicos, Isabel I con la que tuvo sus más y sus menos, se podía explayar de sus urgencias. El aparatito fue bautizado con el nombre de Áyax. Desconocemos la razón. No sabemos si lo hizo en honor al legendario héroe de la tragedia griega con el que compartía nombre. Tan famoso era que hasta Sófocles dedicó una obra al personaje. O quizás lo fabricó porque a la reina, alguien de semejante alcurnia y múltiples ocupaciones, le causaba problemas defecar en un momento preciso, imaginamos que sin llegar a tragedia. Me ha dado por mirar el significado en la Web y Áyax se relaciona con lo eterno o lo interminable. Se me asemeja como algo de lo cual no podemos prescindir, que vuelve a la tierra tras un camino que en realidad es un ciclo continuo. En fin, dejemos la comparativa que no da para más que para elucubraciones escatológicas. Por cierto, el invento de Harrington fue ignorado hasta que el 1775 Alexander Cummings le colocó el sifón antiolores en forma de S, lo patentó y extendió su uso. Ahora nuestro aire del wáter es inodoro, casi. Pero así mutó el nombre del aparato, de vulgar retrete a inodoro. Queda más fino.

En La Cima 2030 ya hemos hablado de este asunto de la falta de retretes y su relación con la salud pero no está de más recordarlo. ¿Qué no darían muchas personas por tener a su alcance un wáter tan sencillo como aquellos que pintaba Antonio López hace 50 años o más, que ahora parecen cuchitriles a los jóvenes y a la mayor parte de la gente exigente. Afirma la sabiduría popular que las cosas que parecen sencillas se estancan sine díe en algunos lugares. La España de los años 1960-70 sufría la falta de retretes, especialmente en la España que se estaba vaciando a borbotones. Pero también en casas antiguas de las ciudades. Algunos propietarios de los evacuatorios escribían en sus puertas la palabra WC para asimilarlos a los destinados a la gente fina. Tan poco sanitarias eran las costumbres en la España anquilosada que se desencadenaron varias epidemias de cólera. Por no hablar de las más graves del siglo XIX citaremos solo las del XX, en particular la de 1971, que circuló por el río Jalón en la provincia de Zaragoza. Las diarreas de entonces obligaron a hervir el agua de boca y cocina, clorar el agua, pelar las frutas, lavar las verduras convenientemente. Unas 600.000 personas fueron vacunadas en Zaragoza y ciudades próximas. Menos mal que por ahí estaba el farmaceútico García Gil. Se dijo que su intervención fue clave para preservar el buen nombre de España y que la campaña turística no se fuera al traste. Qué lejano queda aquello y solamente han pasado 50 años. Ahora mismo se repite algo similar en otros lugares. La diarrea provocada por la falta de agua segura y malos hábitos higiénicos, junto con la defecación al aire libre, supone la segunda causa de mortalidad infantil en el mundo.

La salud empieza en el inodoro, algo así de atrevido decíamos en otra entrada de este blog. Si esto fuese cierto no podrán tener buena salud unos 2.000 millones de personas que carecen de un retrete digno. Se calcula que serán unos 673 millones las que defecan al aire libre, en otros lugares hemos leído 1.000 millones. El 91% de estas personas viven en zonas rurales. El título de esta infografía de Statista es muy ilustrativo: Cuando el baño es la calle. Disponer de letrina, la pariente pobre de lo que aquí llamamos cuarto de baño, es una cuestión de salud básica pero también de supervivencia en muchos países del mundo, especialmente para las mujeres. El acceso de la mujer a la escuela en donde ciertas religiones coartan la vida social marca la diferencia entre las chicas que van o no a estudiar. Con ello se las condena a la sumisión analfabeta de por vida. Por fortuna, los Gobiernos y Ministerios de Sanidad de los países afectados han empezado a hacer algo y la cifra va en descenso según nos explica el Banco Mundial; incluso podía haberse reducido a la mitad. Pero en Haití por ejemplo más del 20 % de la población defeca al aire libre. Además, esta práctica está muy extendida en Bolivia, Brasil, Colombia, México, Perú y Venezuela, que suman cientos de millones de habitantes. Por eso no debemos darnos por satisfechos si nos creemos lo que dice el sexto de los Objetivos de Desarrollo Sostenible: la cifra debe quedar a 0 en el año 2030. A este paso no vamos a llegar a tiempo al inodoro, un lujo todavía mayor. Echemos un vistazo a lo que dice la Organización Panamericana de la Salud, de la OMS. Porque tras la falta de retretes, otra cosa es la depuración de residuos, vienen las enfermedades que generan deposiciones que llegan al agua que beben personas y animales. Unicef calculaba hace un par de años que una de cada tres personas en el mundo no tenía acceso a agua potable.

En algunos países el problema es muy grave; pongamos que hablamos de la India. Allí su Gobierno pretendía acabar en el año 2019 con la práctica muy extendida de defecar en la calle o en campo abierto. Sucede tanto en el medio rural como en determinados barrios de ciudades como Calcuta o Bombai. Parece que lo han logrado si hacemos caso a las palabras del primer ministro, si bien algunas organizaciones ponen en duda dicho logro. De este asunto trataba la película india “made in Bollywood” estrenada en 2017 Toilet: A Love Story. La recién casada protagonista deja la casa de su marido al descubrir que esta no tiene baño. Aseguran los críticos que la película no destaca por su calidad, pero sí por la naturaleza del mensaje. Dicen que está basada en una historia real. Para la gente curiosa existe una síntesis en Ecos de Asia, donde han traducido su título y dice  Sin retrete no hay amor; interesante asociación. Por cierto démonos una vuelta por el Museo del Inodoro en Delhi y veremos diseños espectaculares. Sin duda un enorme país lleno de contrastes.
No todo iban a ser noticias malas en este mundo tan inestable que nos acoge. Un vídeo del CIMA (Cantabria) sobre el uso adecuado del inodoro ganó el concurso de la Agencia Europea de Medio Ambiente en 2018. Además, el retrete o inodoro es la entrada a un laboratorio de investigación. Ahora sabemos a ciencia cierta que defecar y orinar, con o sin salud, proporciona material a ciertos laboratorios Covid. El análisis de las aguas fecales de las ciudades, las que en muchos países van a las depuradoras y en otros no, proporcionan datos fiables sobre la evolución de la epidemia y también se sabe el consumo de drogas o antibióticos. Además es barato y eficaz para detectar epidemias; se adelanta a los sistemas sanitarios.

Por cierto, no duden en celebrar el Día Mundial del retrete, en torno al 19 de noviembre. ¿Cómo? No sabríamos decirlo, pero esta sencilla efemérides impulsó planes sanitarios en países y ciudades del mundo menos favorecido por la economía. Aquí podemos empezar utilizando el inodoro para la función que está creado, en ningún caso servir de papelera. Evitemos convertir el retrete en el sumidero que todo se lleva, hasta la salud global de nuestros ríos mares y más cosas biodiversas. Tampoco va mal conocer un poco de la historia del retrete.

Haciendo una proyección exagerada de lo que recordaba Antonio Guterres, Secretario General de la ONU en la inauguración de la COP26 de Glasgow sobre el planeta/retrete.   Basta ya de que las inmundicias humanas contaminen aire, agua y suelo. Si lo conseguimos estaremos menos expuestos a empeorar la salud global, de la que una parte es la nuestra. Porque más de una vez nos habremos preguntado dónde van nuestras heces y todo lo demás. Si no ha sido así, ya va siendo hora. Para finalizar un deseo: que todas las personas del mundo puedan defecar con salud en el año 2030.

Inodoro encontrado por Arqueólogos del Ministerio de Antigüedades de Israel en la excavación de Armon Hanatziv de Jerusalén con más de 2.700 años de antigüedad. 

Más inteligencia ecosocial en el universo cerdoso

Un tal Joseph Jacobs, un australiano que vivió en la segunda mitad del siglo XIX y comienzos del XX, recopiló cuentos populares en varios libros. Entre estos estaba Los tres cerditos, que siempre ha sido calificado con un cuento infantil con moraleja, una fábula. Por la razón que sea los cerdos acapararon historietas contadas. En una búsqueda rápida hemos encontrado cuentos infantiles que tienen al cerdo como coprotagonista de la acción. Así se explica en El cerdo que quería ser cantante, El reto matemático de los tres cerditos, Un día con los cerditos, El cerdito verde, Las colas del cerdo, La niña y el cerdito, la oveja y el cerdo, y no seguimos por no hacer demasiado prolija la relación. Ha sido protagonista de grandes aventuras ya en 1933 de la mano de Walt Disney y como el Porky  en los dibujos animados de la Warner Bros. En Rebelión en la granja de Orwell, Napoleón y Snowball adquieren un papel principal sujeto a interpretaciones varias. Ahora mismo triunfan en la tele las aventuras de Peppa Pig y su familia cerduna. Es más, podríamos citar muchas películas en las que el cerdo o la cerda eran protagonistas: Miss Peggy en The Muppet Show en los Teleñecos, Babe el cerdito valiente (1995), Sppider Pigg en los Simpson, Piglet en Winney de Pooh.  Así pues, el cerdo se ha contado entre los animales simpáticos para los niños. Si bien serán pocos los que hayan visto al natural uno de ellos; y es posible que no se los encuentren en su vida. Por otra parte, las tradiciones han sido un favorable territorio cerdícola. Aún recuerdo los ritos de la matacía que vi de niño, representada en los calendarios medievales de no me acuerdo donde.

¿Qué tendrá para que su vida esté tan ligada a nuestra existencia?, excepción hecha de aquellas religiones que lo tienen proscrito. Puede que la curiosidad, o su forma redondeada, o de su presencia en los cuentos, acaso su color o el pelo que parece que no tiene. También participan en cosas más serias. Recientemente Matt Whiman publicó El ingenio de los cerdos en donde les restituía la inteligencia y comprensión que en algunas composiciones literarias se les negó. ¿Quién no recuerda a Echanove representando a un cerdo en su adaptación teatral de Estrategia para dos jamones, de Raymond Cousse, en donde cerdo y hombre comparten sus papeles. Porque la vida de cerdo es una paradoja. Así se entiende el hecho de que en el lenguaje español el simpático animal aparezca como un tipo poco recomendable: sucio, cochino, mugriento, maloliente, puerco, marrano, gorrino, etc. “A cada cerdo le llega su san Martín”, es una frase utilizada por Cervantes para referirse al autor de El Quijote de Avellaneda. No es la única forma de decirlo como recoge el Instituto Cervantes que nos cuenta hasta 10. Así pues, se podría decir que la percepción humana de los valores del cerdo camina en una paradoja zigzagueante.

Cuesta creerlo pero es verdad: todo en el cerdo es útil. El cerdo sirve para… De él se aprovecha… Así ha sido desde hace siglos pues en la antigüedad tener un cerdo era asegurar la manutención de la familia durante todo el año. Por eso se dice que lo de que muchas huchas arcillosas tengan forma de cerdito viene de que “pygg”, recipiente arcilloso que usaban los ingleses para guardar monedas y “pig”, cerdo. Con el tiempo se unificó el contenido y se extendieron los cerditos guardianes  de monedas, las “Piggy Bank”. Quien desee saber más del asunto ahorrativo porcino solamente tiene que mirar en el blog de este mismo diario “Ya está el listo que todo lo sabe”.

Pero no todo lo del cerdo actual es útil y bonito. Se puede hacer visitando la web del Ministerio de Agricultura, Pesca y alimentación. Acaso pasándose por el Museo del cerdo de El Burgo de Osma (Soria) o el Centro de Interpretación del porcino en Peñarroya de Tastavins (Teruel). El universo cerdoso, tal categoría tiene por su dimensión e interacciones, es complejo si se mira desde distintos puntos de vista. Por un lado están los productores (ganaderos, comercializadores, etc.); por otro los vecinos de las granjas de cerdos; además los naturalistas y animalistas. No puede negarse que la cría intensiva –mayoritaria hoy día- del cerdo sostiene una parte de la economía rural en algunas regiones, comarcas o pueblos. Se afirma que durante los últimos años se ha consolidado como un sector estratégico dentro del sistema alimentario español con un empleo sectorial importante y con réditos grandes en exportaciones. Además, la tecnología ha llegado a las granjas de cerdos, lo cual ha reducido costes. Se ha mejorado el trato a los animales. El procesamiento de residuos, purines, se ha ido regulando, lo cual ha reducido el vertido ilegal pero la problemática no se soluciona solamente con eso. La UE sacó hace un par de años una norma según la cual se prohibía el vertido de purines por riego aéreo y solo se podía inyectar en el suelo. La pujanza económica del sector porcino es directamente proporcional a la contaminación, como destaca “Empapados en purines”, un reportaje bien hilvanado del programa “El escarabajo verde” de Radiotelevisión española que deberían conocer quienes se preocupen por lo que comen y sus efectos en el medioambiente; también los criadores. Pero hay muchos peros, que también afectan al cambio climático. No sabemos si habrán hablado de eso en la COP26 de Glasgow. Hasta ahora no he leído nada de eso.

Interior de una granja de cerdos. (GTRES)

Del otro lado del escenario estamos los consumidores. Y más cerca todavía quienes padecen los olores, el ruido y la contaminación que generan las granjas, que alguien ha rebautizado con fábricas de carne y sus derivados. En España, como en Francia, Italia, Dinamarca (exporta más de la mitad del cerdo de la UE) y muchos más países se ha realizado en los últimos 50 años una transición desde la cría de animales tradicional y extensiva hacia una industrialización y concentración de las explotaciones. En Aragón, donde se “producen” más de la cuarta parte los cerdos de España, uno de cada cinco municipios puede estar emponzoñado por el exceso de purines. Tal situación los convierte en zonas vulnerables especialmente por los nitratos que contienen sus aguas, que en algún caso se infiltran en las redes de abastecimiento. No solo lo ven los ecologistas y naturalistas de Greenpeace o Ecologistas en Acción, por poner solo dos ejemplos de acción en España. Hasta la administración está preocupada por estas zonas vulnerables. Nos podemos imaginar cómo estarán los cercanos freáticos del agua en los Países Bajos y todo lo que la contaminación lleva consigo allí. Tanto es así que el gobierno holandés daba incentivos económicos a los criadores para dejar de producir cerdos. En España, el Ministerio de Transición Ecológica afirmaba en el verano de 2019 que el 40 % de los acuíferos españoles estaban ya contaminados o en riesgo de contaminación por los residuos de la industria agrícola o ganadera.

La burbuja porcina puede estallar en cualquier momento, tanto por sus altas producciones como por los bandazos de la economía mundial, exportaciones incluidas a China o América. España incumple reiteradamente los límites de emisión de amoníaco (NH3). Algo muy grave en un escenario en el que cada vez se consume más agua, y se descargan los freáticos. Hace falta mucha inteligencia comunitaria y un alto grado de conciencia ambiental para gestionar bien algo tan complejo que afecta también a la salud. No se trata del sí o no, sino de los cómo, para qué, dónde, con qué beneficios, etc. A esto se le llama socioeconomía ambiental o si lo quieren mantenimiento del medio rural para hacerlo atractivo en su conjunto por su respeto ecosocial. Falta todavía un largo trecho para que cale en la práctica empresarial y en la conciencia ciudadana. Pero hay que insistir: el vivir cada día no debe suponer comernos poco a poco el complejo medioambiente; si lo seguimos maltratando se nos comerá a nosotros. A este paso, la España vaciada será rellenada con macrogranjas de cerdos. La trama daría para otra obra teatral.

Todo lo anterior nos lleva a preguntarnos por la sostenibilidad de la cría del porcino en las actuales y crecientes dimensiones. Quizás fuese necesaria una moratoria hasta hacer la cumbre del cerdo. Mientras tanto podríamos mejorar la dimensión actual de las explotaciones, las macrogranjas, que generan pocos puestos de trabajo por cada millar de cerdos. Además está el consumo de agua diario para limpieza y abastecimiento que según dicen alcanza valores elevados diarios por ejemplar, más de 14 litros. Una buena parte de ella sale en forma de purines cargados de nitrógeno, además de otros productos como antibióticos. Se retiene en balsas pero…Qué decir de los gases de efecto invernadero, metano principalmente. Los piensos con los que los alimentan recorren muchos kilómetros, con lo que aumenta la emisión de gases. Por lo que parece, unas pocas empresas porcinas intensivas propiedad de ciertos inversores concentran la mayor parte de la producción española en el noreste peninsular (Aragón y Cataluña), Castilla y León y Castilla-La Mancha. Allí realizan toda la cadena de vida y sacrificio de los animales, y elaboran muchos subproductos. Algunas parece que son algo descuidadas en sus prácticas pues han secado acuíferos o los han dañado mucho. Cada vez hay menos explotaciones pero se crían más cerdos en España: unos 25 millones hace diez años, 28 hace cinco y más de 32 millones en 2020. Nuestro país es líder en Europa y en el mundo solo lo superan EEUU y China. Tanto que hemos leído llamar a España “Pigland”. Podemos imaginar los gravámenes ambientales que generan aquí perjudicando al medioambiente, y no se cargan en la venta de productos en los países de destino de las exportaciones. Si se hiciese se podría emplear el dinero en mejorar las afecciones al medioambiente y ganaríamos todos. En fin, que la trama porcina tiene algunos borrones.

Hay que reconocer que este es un asunto complejo del que hay que hablar mucho antes del 2030. Las administraciones deben ejercer el tutelaje y arbitrio, en consonancia con Europa. Los productores y las cadenas de distribución han de ser cuidadosos y exigentes. Los consumidores han de estar vigilantes. En fin, toda una alianza mundial por el cerdo y sus favores.

A mediados de octubre pasado España establecía un nuevo récord Guiness al confeccionar en estilo origami 3.000 cerditos de papel. Acción que parece que no era una muestra de amor, sino que perseguía la promoción del cerdo español en el mundo. Decía Juanjo Millás en una de sus tiras de hace unos 20 años que se había visto sorprendido por un anuncio de prensa: le criamos un cerdo. La empresa anunciante lo criaba, alimentaba, sacrificaba y te enviaba sus mejores partes, previo pago de una mensualidad. El escritor y periodista calificaba de acertada la metáfora del mundo: amamos y matamos a distancia en un mercado global.

Uno se interroga qué ha sucedido para que el cerdo haya pasado del afectivo cuento infantil a ser considerado como una pieza clave del entramado alimentario. Un amigo me dice que al amor a los cerdos caduca con la edad; después es sustituido por el placer culinario. Le pregunto quién es el lobo en esta historia. Ahí nos quedamos, sin saber si tendremos que rectificar los cuentos infantiles.

Por todo lo anterior es urgente que la inteligencia ecosocial alumbre un amplio debate sobre el universo cerdoso, sobre las fábricas de cerdos, el bienestar animal, acerca de la economía del cerdo en relación con el medioambiente y la salud de las personas, con el condicionado reto demográfico rural. Parece que no se ha conseguido evitar los riesgos del entramado después de tantas leyes y normas al respecto, que sin duda habrán mejorado lo que había antes. Si nos descuidamos vendrán los renacidos “Napoleón y Snowball”  de Orvell y quién sabe lo que nos dirán o a qué nos someterán. ¡Cómo nos prohibiesen producir/comer carne de cerdo?

Cambio climático en código rojo oscuro casi negro

Durante estos días se hablará mucho del cambio climático. Estos días se celebra la Conferencia sobre Cambio Climático COP26 en Glasgow. Organizada por el Reino Unido en colaboración con Italia. Hacia la ciudad escocesa se dirigirán muchas miradas. Unas serán ilusionadas. Pero las habrá también resignadas, impuestas, autocomplacientes y mentirosas. Incluso habrá gente que volverá la cara ante el evento, bien sea por incredulidades acerca del cambio climático o por cansancio en la permanente escucha de esas acciones urgentes que nunca llegan. Al menos algo parecido vimos cuando participamos en la COP25 Madrid-Chile de hace dos años. En nuestra intervención nos preguntábamos cómo iba la relación entre educación y medioambiente.

Lo hecho hasta ahora se ve de formas diversas. Cada entidad o persona utiliza escalas de medir en las cuales no coinciden las magnitudes utilizadas. Normal, el cambio climático es una conjunción de factores tan compleja que cuesta asimilarlo en su conjunto. Por eso, cuando hablan los dirigentes políticos se explayan en decir lo mucho que hacen, tanto que a veces se barrunta que manejan con criterios poco sólidos la idea de globalidad que la crisis actual comporta. Todo lo ven en color verde esperanza. Si lo hacen entidades próximas a la ciencia, a los movimientos ecologistas u otros agentes sociales insisten más en lo que falta por hacer, en la urgencia de tomar medidas comprometidas, generalizadas y creíbles. Tanto es así que muestran con rojo oscuro casi negro determinadas cuestiones o problemas socioambientales.  En concreto se preocupan de la incidencia de la acción antrópica en la generación del cambio climático (más del 99,9 % de los 88.125 artículos científicos revisados por pares coinciden en que es causado principalmente por los seres humanos). En el complejo actuar humano hasta ahora se mezclan aciertos y compromisos puntuales con malos hábitos tradicionales, presos del olvido y la pasividad. Sobre todos planea una o muchas incertezas, porque todo depende de cuándo y cómo.

En medio está la ciudadanía. Generalmente, la complejidad de situaciones vividas por cada cual lleva a la difícil comprensión de las actuaciones globales. Bastantes personas sienten inseguridad a la hora de descifrar las propias o cercanas. Hay estadísticas de la Unión Europea que señalan una alta preocupación personal. Tanto que casi 8 de cada diez europeos-as ven el cambio climático como un problema grave al que nos enfrentamos en este momento; además de la salud y la pobreza. De hecho, casi dos tercios (68 %) opinan que son los gobiernos quienes deben sacarnos del atolladero; cerca de seis de cada diez piensan que las empresas y la industria. A la vez, la responsabilidad individual es citada por el 41 %, lo cual es un dato positivo; más teniendo en cuenta que en junio de 2011 solamente lo suscribían el 21 % de los encuestados. Pero claro, habría que ver país por país. Los escandinavos y alemanes están más por la labor individual. Además, 6 de cada diez manifiestan haber hecho algo para mejorar el cambio climático en los últimos meses. Los aspectos en los que más se implican los europeos son la reducción de sus desperdicios y la separación de estos para su reciclaje, la reducción del consumo de desechables o productos súper embalados. Además, uno de cada cinco ha mejorado el aislamiento domiciliario; pero solamente 1 entre 10 valora desplazarse de manera que aminore su huella de carbono. Pero también se pregunta en el eurobarómetro si piensan que los gobiernos de su país hacen lo necesario para reducir el cambio climático. Tres cuartas partes de los encuestados dicen que no. Además, nueve de cada diez europeos-as están de acuerdo en que las emisiones de gases de efecto invernadero deben reducirse al mínimo hasta llegar a que la economía de la UE sea climáticamente neutra para 2050. Y algo sumamente interesante: tres cuartas partes de quienes respondieron también piensan que el dinero del plan de recuperación europeo debe invertirse principalmente en economía verde en lugar de hacerlo en la economía tradicional basada en combustibles fósiles.

Si ese código rojo todavía marca el cambio climático será porque no se ha avanzado más desde la COP25. Como siempre, se trata de elegir entre implicarse en la consecución de un planeta vivo, amigable con sus criaturas o mantener nuestro insostenible sistema de vida, con la marcada diferencia entre estándares según países. O lo que es lo mismo: decrecimiento saludable o crecimiento abrasador.

Tras las grandes proclamas está el daño diario. Debemos preguntarnos si acaso estamos poco activos porque no nos hemos dado cuenta de que nada es como uno se imagina, ni se entiende por igual en cualquier lugar del planeta humanizado. O que nos hemos confundido al calibrar lo que significa estado de bienestar y su relación con el cambio climático. Habría que suponer que la gente se debería encaminar en avalancha a solucionar una parte de las variables que fortalecen el cambio climático tras la contundente lectura que realiza el IPCC de lo que está pasando. Pues no. “Estamos a años luz de alcanzar nuestros objetivos del cambio climático” proclama una y otra vez Antonio Guterres desde la Secretaría General de la ONU.

Durante estos días de la COP26, primera semana de noviembre, nos apabullará la insincera algarabía que venden algunas empresas y sociedades mercantiles que han sido incentivadoras de la crisis climática; también el beneplácito de muchos gobiernos con sus políticas. Si hiciesen lo que dicen acabábamos con los problemas actuales a medio plazo. Llegaríamos a 2030 con un código al menos ámbar, pues aun quedarían muchas mejoras. Según dice la Agencia Internacional de la Energía (IEA por sus siglas en inglés), apenas llega al 2% el gasto público invertido en energías limpias. O si lo queremos ver de otra forma, la producción y combustión de carbón, petróleo y gas recibieron 5,9 billones de dólares en subvenciones solo durante 2020. De hecho, se prevé que la producción mundial de combustibles fósiles represente en 2030, más del doble de lo que se soportaría esa meta de calentamiento de los 1,5 ºC. Incluso la IEA propone el cero neto para 2050. ¿Será realidad? Por el momento hemos de preguntarnos ¿en qué se ocupan quienes manejan los hilos de la vida económica y social? En no hacer suficiente caso, negar incluso, las evidencias que les muestra la ciencia.

A pesar de todo, lo bueno y lo malo que quede de la reunión de Glasgow, cabe imaginarse cómo se vería el futuro si ni siquiera se hablase globalmente sobre el asunto. Ayudaría mucho que en la actual tesitura apareciesen líderes mundiales a los que siga la gente y los gobiernos en el camino del recambio climático. La ONU intenta serlo pero no se consolida, las ONG ambientalistas ayudadas por los más jóvenes tampoco, la UE se esfuerza pero la realidad va desacompasada con los hechos de cada país, unos más que otros. Los grupos de cabildeo internacionales retuercen los compromisos. Por consiguiente, son necesarias alianzas (ODS 17). ¿Saldrán de la COP26?

El tiempo nos dirá si se ha entendido que el cambio climático nos coloca ya en código rojo oscuro casi negro. Mientras, sugeriríamos que se hiciese una minicumbre climática en cada casa o en el trabajo. El tema da para una larga conversación, en la que nunca debe faltar la autocrítica, mejor si esta es siempre constructiva y propositiva. Tras informarse bien, no estaría mal seleccionar diez o veinte comportamientos propios que sean fundamentales en relación con el cambio climático y asignarles códigos verde, ámbar o rojo, según pensamiento y acción. Y a partir de ahí…

Fotografía que muestra el derretimiento de un bloque de hielo utilizado en la demostración científica Ice Box Challenge,en Santiago. Chile se convirtió este martes en el primer país de América Latina que se suma a este reto mundial que destaca visualmente los beneficios en materia ambiental del aislamiento térmico de los edificios y cuyos resultados se compartirán en la cumbre COP26. (EFE/ Alberto Valdés)