Cambio climático en código rojo oscuro casi negro

Durante estos días se hablará mucho del cambio climático. Estos días se celebra la Conferencia sobre Cambio Climático COP26 en Glasgow. Organizada por el Reino Unido en colaboración con Italia. Hacia la ciudad escocesa se dirigirán muchas miradas. Unas serán ilusionadas. Pero las habrá también resignadas, impuestas, autocomplacientes y mentirosas. Incluso habrá gente que volverá la cara ante el evento, bien sea por incredulidades acerca del cambio climático o por cansancio en la permanente escucha de esas acciones urgentes que nunca llegan. Al menos algo parecido vimos cuando participamos en la COP25 Madrid-Chile de hace dos años. En nuestra intervención nos preguntábamos cómo iba la relación entre educación y medioambiente.

Lo hecho hasta ahora se ve de formas diversas. Cada entidad o persona utiliza escalas de medir en las cuales no coinciden las magnitudes utilizadas. Normal, el cambio climático es una conjunción de factores tan compleja que cuesta asimilarlo en su conjunto. Por eso, cuando hablan los dirigentes políticos se explayan en decir lo mucho que hacen, tanto que a veces se barrunta que manejan con criterios poco sólidos la idea de globalidad que la crisis actual comporta. Todo lo ven en color verde esperanza. Si lo hacen entidades próximas a la ciencia, a los movimientos ecologistas u otros agentes sociales insisten más en lo que falta por hacer, en la urgencia de tomar medidas comprometidas, generalizadas y creíbles. Tanto es así que muestran con rojo oscuro casi negro determinadas cuestiones o problemas socioambientales.  En concreto se preocupan de la incidencia de la acción antrópica en la generación del cambio climático (más del 99,9 % de los 88.125 artículos científicos revisados por pares coinciden en que es causado principalmente por los seres humanos). En el complejo actuar humano hasta ahora se mezclan aciertos y compromisos puntuales con malos hábitos tradicionales, presos del olvido y la pasividad. Sobre todos planea una o muchas incertezas, porque todo depende de cuándo y cómo.

En medio está la ciudadanía. Generalmente, la complejidad de situaciones vividas por cada cual lleva a la difícil comprensión de las actuaciones globales. Bastantes personas sienten inseguridad a la hora de descifrar las propias o cercanas. Hay estadísticas de la Unión Europea que señalan una alta preocupación personal. Tanto que casi 8 de cada diez europeos-as ven el cambio climático como un problema grave al que nos enfrentamos en este momento; además de la salud y la pobreza. De hecho, casi dos tercios (68 %) opinan que son los gobiernos quienes deben sacarnos del atolladero; cerca de seis de cada diez piensan que las empresas y la industria. A la vez, la responsabilidad individual es citada por el 41 %, lo cual es un dato positivo; más teniendo en cuenta que en junio de 2011 solamente lo suscribían el 21 % de los encuestados. Pero claro, habría que ver país por país. Los escandinavos y alemanes están más por la labor individual. Además, 6 de cada diez manifiestan haber hecho algo para mejorar el cambio climático en los últimos meses. Los aspectos en los que más se implican los europeos son la reducción de sus desperdicios y la separación de estos para su reciclaje, la reducción del consumo de desechables o productos súper embalados. Además, uno de cada cinco ha mejorado el aislamiento domiciliario; pero solamente 1 entre 10 valora desplazarse de manera que aminore su huella de carbono. Pero también se pregunta en el eurobarómetro si piensan que los gobiernos de su país hacen lo necesario para reducir el cambio climático. Tres cuartas partes de los encuestados dicen que no. Además, nueve de cada diez europeos-as están de acuerdo en que las emisiones de gases de efecto invernadero deben reducirse al mínimo hasta llegar a que la economía de la UE sea climáticamente neutra para 2050. Y algo sumamente interesante: tres cuartas partes de quienes respondieron también piensan que el dinero del plan de recuperación europeo debe invertirse principalmente en economía verde en lugar de hacerlo en la economía tradicional basada en combustibles fósiles.

Si ese código rojo todavía marca el cambio climático será porque no se ha avanzado más desde la COP25. Como siempre, se trata de elegir entre implicarse en la consecución de un planeta vivo, amigable con sus criaturas o mantener nuestro insostenible sistema de vida, con la marcada diferencia entre estándares según países. O lo que es lo mismo: decrecimiento saludable o crecimiento abrasador.

Tras las grandes proclamas está el daño diario. Debemos preguntarnos si acaso estamos poco activos porque no nos hemos dado cuenta de que nada es como uno se imagina, ni se entiende por igual en cualquier lugar del planeta humanizado. O que nos hemos confundido al calibrar lo que significa estado de bienestar y su relación con el cambio climático. Habría que suponer que la gente se debería encaminar en avalancha a solucionar una parte de las variables que fortalecen el cambio climático tras la contundente lectura que realiza el IPCC de lo que está pasando. Pues no. “Estamos a años luz de alcanzar nuestros objetivos del cambio climático” proclama una y otra vez Antonio Guterres desde la Secretaría General de la ONU.

Durante estos días de la COP26, primera semana de noviembre, nos apabullará la insincera algarabía que venden algunas empresas y sociedades mercantiles que han sido incentivadoras de la crisis climática; también el beneplácito de muchos gobiernos con sus políticas. Si hiciesen lo que dicen acabábamos con los problemas actuales a medio plazo. Llegaríamos a 2030 con un código al menos ámbar, pues aun quedarían muchas mejoras. Según dice la Agencia Internacional de la Energía (IEA por sus siglas en inglés), apenas llega al 2% el gasto público invertido en energías limpias. O si lo queremos ver de otra forma, la producción y combustión de carbón, petróleo y gas recibieron 5,9 billones de dólares en subvenciones solo durante 2020. De hecho, se prevé que la producción mundial de combustibles fósiles represente en 2030, más del doble de lo que se soportaría esa meta de calentamiento de los 1,5 ºC. Incluso la IEA propone el cero neto para 2050. ¿Será realidad? Por el momento hemos de preguntarnos ¿en qué se ocupan quienes manejan los hilos de la vida económica y social? En no hacer suficiente caso, negar incluso, las evidencias que les muestra la ciencia.

A pesar de todo, lo bueno y lo malo que quede de la reunión de Glasgow, cabe imaginarse cómo se vería el futuro si ni siquiera se hablase globalmente sobre el asunto. Ayudaría mucho que en la actual tesitura apareciesen líderes mundiales a los que siga la gente y los gobiernos en el camino del recambio climático. La ONU intenta serlo pero no se consolida, las ONG ambientalistas ayudadas por los más jóvenes tampoco, la UE se esfuerza pero la realidad va desacompasada con los hechos de cada país, unos más que otros. Los grupos de cabildeo internacionales retuercen los compromisos. Por consiguiente, son necesarias alianzas (ODS 17). ¿Saldrán de la COP26?

El tiempo nos dirá si se ha entendido que el cambio climático nos coloca ya en código rojo oscuro casi negro. Mientras, sugeriríamos que se hiciese una minicumbre climática en cada casa o en el trabajo. El tema da para una larga conversación, en la que nunca debe faltar la autocrítica, mejor si esta es siempre constructiva y propositiva. Tras informarse bien, no estaría mal seleccionar diez o veinte comportamientos propios que sean fundamentales en relación con el cambio climático y asignarles códigos verde, ámbar o rojo, según pensamiento y acción. Y a partir de ahí…

Fotografía que muestra el derretimiento de un bloque de hielo utilizado en la demostración científica Ice Box Challenge,en Santiago. Chile se convirtió este martes en el primer país de América Latina que se suma a este reto mundial que destaca visualmente los beneficios en materia ambiental del aislamiento térmico de los edificios y cuyos resultados se compartirán en la cumbre COP26. (EFE/ Alberto Valdés)

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