Saint Louis como epítome de la emergencia ecosocial africana

En alguna ocasión nos habremos preguntado por qué esa costumbre de nombrar a las ciudades por el nombre de un santo o santa. Suponemos que eso conllevaría un bautizo piadoso, o quizás interesado, de quien mandaba entonces. ¡Vayamos a saber! De lo que no hay duda es que a la larga supone una encomienda a alguien que puede hacer bien o se merece un reconocimiento perpetuo. Es de suponer que suceda lo mismo en lugares donde la religión cristiana no abunde. Una web polaca ha estudiado este asunto y dice que son más de 20.000 los lugares “cristianados” en Europa. La realidad es que Europa entera parece un santoral en su toponimia, especialmente Francia con 8.963 localidades “santas”. Algo similar podemos observar en el noroeste de la península Ibérica y en el nordeste de España que suman 4.444. Detrás Italia con 2.863. Esta costumbre la exportaron los españoles a América y allí siguen brillando San Francisco, San Antonio o Los Ángeles por poner solo tres de los ejemplos más nombrados. En el lado opuesto Suecia y Noriega apenas cuentan con dos localidades “sacralizadas”. ¿Por qué será? Seguramente habrá alguna tesis que lo explique pero aquí la desconocemos.

Dudamos si el nombre hace a las ciudades o supone siempre un escondite. A veces se les añade el sobrenombre del río o mar que las circunda, los cuales les causan pesares cada cierto tiempo. Pero volvamos a las dedicadas a santos o deidades. En el antiguo Egipto o en la Grecia clásica eran muy dados a estas ceremonias, también en aquellos lugares del mundo con religiones más o menos sincréticas. ¡Qué decir de Benarés o de las ciudades santas ligadas a las corrientes del Islam!

En realidad todo lo anterior nos ha servido de escusa para retomar el significado de una ciudad, no para hablar de su advocación a San Luis. Por cierto con el mismo nombre debe haber unas cinco emplazadas en México, al menos dos en EEUU, Cuba, Perú, Honduras y Colombia. También en Venezuela o Argentina. En México, San Luis Potosí debe valer un montón. Asombro produce enterarnos de que en Filipinas hay al menos 6. ¿Quién era ese san Luis inspirador? En una página de esas que buscan de todo hemos encontrado que se dedican al santo o sus compuestos unos 10 días del año. ¿Algo tendrá San Luis cuando tanto cunde? Hablamos esto pasado agosto, que es cuando su día dedicado tiene más presencia.

Ciudades parecidas o totalmente diferentes donde vivirán ricos y pobres, quién sabe en qué proporción. Esperemos que no en todas se adivinen porvenires tan inestables como en la que nos sirve de ejemplo. La realidad que las una o separe se sobrepasa cuando pensamos en las repercusiones de las fracturas que serán visibles allí entre medioambiente y sociedad.

De todas ellas hemos elegido una que no está ni en Europa ni en América. Se trata de Saint Louis en Senegal, la ciudad Patrimonio de la Unesco desde el año 2000. ¿Por qué esta? Quizás debido a que la santidad toponímica ni el patrocinio Unesco la ha salvado frente al cambio climático y otros avatares ecosociales que la amenazan actualmente. En tiempos se llamó la “Venecia africana”. El aumento de las aguas del mar que anega casas y propiedades es creciente, como el cambio climático que aseguran que lo provoca. En otros casos son esporádicas crecidas del río Senegal. Sus habitantes se sienten olvidados por las autoridades.  La ciudad pesquera se ahoga. Ya no pesca y ha debido retirarse de la orilla del mar. Para colmo, un pretendido canal salvador construido para que recondujese las crecidas ha provocado mayores desastres todavía.

Todo acontece a pesar de las ayudas del Banco Mundial, de las nuevas construcciones provisionales alejadas de la costa que alojan a unos 10.000 refugiados climáticos que se han quedado sin hogar, demasiado alejados de la costa para un pueblo pequero. Sin árboles, sin medios de defensa, acosados por el calor y sin pesca accesible, muchos jóvenes montan en cayucos con destino Canarias y Europa. Una ciudad de unos 250.000 habitantes que apenas depura un 10% de sus aguas residuales que se dirigen sin cortapisas por canales hacia el mar, en el cual vive la pesca que apenas llega. Una ciudad particularmente vulnerable situada en el encuentro entre el río Senegal y el Océano Atlántico. Los lugareños se ven castigados y vinculan estos hechos con el cambio climático pero no llegan a asimilarlos con sus actuaciones aceleradoras, según publica The Conversation; deben preocuparse en vivir cada día. Algo parecido sucederá en otros muchos lugares. Máxime en las zonas costeras cercanas al peligro. Como alertaba Greenpeace para el caso de España y reproducía en la costa en cifras.

Puede tener sentido positivo o negativo, resaltar la belleza o hablar de penurias, ensalzar lo bello o llamar la atención sobre lo pendiente en ciudades peligrosamente ubicadas, como Saint Louis en EE.UU.  El epítome actual diría que bastantes ciudades están expuestas a peligros crecientes por la subida del nivel del mar y por el comportamiento anómalo de variables diversas como los ciclones que periódicamente castigan a esa urbe americana. Muchas de la penurias están incrementadas por la actuación humana ante la cual poco resuelve la protección religiosa que la ciudad porta en su nombre. Por lo que parece los dioses ya no pueden reducir nuestros desmanes, tampoco quienes se encuentran cerca de ellos. ¿A quién encomendarse de ahora en adelante? La cosa está clara para quien lo quiera ver: las herramientas más eficientes para luchar contra el cambio climático somos nosotros. Las generaciones futuras valorarán los resultados ecosociales, tanto en EE.UU. como en Senegal.

¡Suerte para Saint Louis y sus habitantes! Los cayucos no son la solución, sino una escapatoria de lo imposible sin destino asegurado.

(Remi Jouan/Wikimedia Commons)

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