El Índice de Desarrollo Humano se lamenta de algunos exclusivismos

El PIB se utilizaba con exclusividad para indicar si un país era rico o pobre. Ya está desfasado, aunque en términos económicos siga teniendo su tirón. Se adornaba con aquello de la renta per cápita, pero ese dato también escondía trucos contables, pues no decía lo que realmente correspondía a las personas según sus condiciones sociales o laborales. Se vio que la cosa era complicada. Después, para hacer una foto más nítida de los países y poder comparar los niveles de bienestar, se empezó a emplear más el IDH (Índice de Desarrollo Humano) porque habla de personas más que de dineros, productos elaborados y vendidos y esas cosas. Simplificando, se podría decir que mide la situación general de un determinado país con respecto a una serie de parámetros (esperanza de vida al nacer, años de escolaridad, renta per cápita) que en conjunto podríamos calificar como “bienestar colectivo”.

Si realizásemos una lectura lineal del IDH mundial habría que felicitar a aquellos países que están en los mejores lugares de la tabla; sin duda merecen un reconocimiento general. Así nos sale un club de países buenos cumplidores con su gente (desigualdad, género, pobreza multidimensional, etc.) y otros que no lo son tanto. Se ordenan en desarrollo humano muy alto, medio y bajo. Pero en la tabla también figuran diferenciados por regiones, pertenecientes a la OCDE y más ámbitos. Interesante darle una vuelta a estas tablas para conocer diferencias. A casi nadie le extrañará que Noruega, Irlanda, Suiza, Islandia, Alemania, Suecia, Australia, Países Bajos, Dinamarca y Finlandia ocupen las diez primeras posiciones en el último IDH, no hemos considerado Hong Kong como país por diversas circunstancias. Por cierto, España se encuentra en el lugar vigésimo cuarto.

Pero hoy casi nada es tan sencillo de interpretar. Estar entre los primeros 25 o 50 países que pertenecen a ese club exclusivo de los mejores supone un peaje para el resto, los menos afortunados, como más adelante detallaremos. Siempre se ha dicho que cuando se reparte un conjunto, llamémosle riqueza o bienestar colectivo, si hay quien gana mucho seguro que otros muchos pierden algo, o bastante. Si esto lo miramos con ojos de ética global, habrá que consensuar límites para que las previsibles condiciones de vida entre las personas que habitan unos y otros no sean tan diferentes. Los gobiernos e instituciones internacionales deben implicarse en trabajarlo ya, la ciudadanía de los privilegiados debe ser consciente del asunto. En la vida corriente, también dentro de cada país, casi todo –nosotros lo aplicamos a desigualdades varias especialmente- dura más de lo que debería, contaba Cortázar; adagio que va bien tanto para los países que ganan siempre como para los perdedores. Quizás sea por eso que el Informe sobre Desarrollo Humano 2020 (IDH 2020) del PNUD (Programa de la Naciones Unidas para el Desarrollo) lleva por título La última frontera: el desarrollo humano y el Antropoceno. Por cierto, no estamos hablando del maravilloso mundo por muchos deseado sino de algo que se llama justicia social global; asunto que está siempre sometido a controversias ideológicas y pragmáticas sobre las que no vamos a entrar aquí pero que merecerían la atención.

Detengámonos en primer lugar en la portada del informe, todo un ejercicio de sincronía de interacciones. Cada símbolo dice mucho, por sí mismo y por los que tiene al lado. La silueta del planeta aparece varias veces, como se merece cualquier conjunto unitario, máxime si está sometido a tantas presiones antrópicas. Pero hay cadenas y mallas que nos hablan de relaciones entre seres vivos, ruedas y otros mecanismos que giran junto a otros. Alianzas conviven con personas que se juntan, con recursos de los que se enfatiza su reciclaje, su economía circular. Es algo así como un árbol de ramaje circular, con raíces diversas y bien fundadas. Por cierto, se muestra animado en https://report.hdr.undp.org/. No nos quedemos con una interpretación subjetiva, realizada bajo la emoción del que escribe o lee. El objetivo sería llegar con esperanzas abiertas hacia el año 2030 y en ese momento ponernos a pensar sobre el devenir del Antropoceno del que habla el informe.

Enseguida llaman la atención los epígrafes de las partes en las que está dividido. Se podría decir que escriben una enciclopedia de vida: definir la senda de desarrollo en el Antropoceno; ser conscientes del alcance, la escala y la velocidad sin precedentes de las presiones humanas sobre el planeta; empoderar a las personas en pro de la equidad, la justicia social, la innovación y el cuidado de la naturaleza; actuar para cambiar basándose en un modelo de desarrollo humano responsable con la naturaleza; crear incentivos para desenvolverse en el futuro, etc. Merece la pena reflexionar sobre ellos tanto a escala personal como en los círculos de convivencia. ¡Qué decir de lo que deberían de hacer, construir, administraciones y empresas!

Pero retomemos el primer párrafo: si hay países que lo tienen mejor, en conjunto y sus habitantes, es a costa del planeta en su conjunto y del resto de las personas de otros países y de los seres vivos. En el informe hay tal cantidad de ideas, figuras y cuadros que excede lo que podemos traer aquí. Volveremos con más entradas. Por ahora nos vamos a detener en una comparativa entre el modelo IDH de antes y el nuevo, centrándolo en algunos de los países que citábamos al principio. Noruega por ejemplo cae 15 posiciones en la lista si se incluye la presión que ocasiona al planeta por sus emisiones de dióxido de carbono y la huella ecológica de su elevado consumo. ¿Dónde van todos estos desperfectos?, buena parte no lo hacen a su territorio, por supuesto. Otro tanto se podría decir de Islandia, la cuarta en la lista, que retrocede 25 lugares o Australia, que interconectada con el mundo occidental y formando parte de él pero situada en la antípodas, retrocedería más de 70 puestos.

El informe identifica esas cuestiones con transgresiones, lo que se traduce en exceso de presión sobre el planeta. Se refiere a las emisiones de dióxido de carbono, al uso de nitrógeno como fertilizante, al uso de agua dulce en todos sus procesos de vida, a los cambios en las áreas forestales y a la huella ecológica. Si contásemos esto, el IDH renovado colocaría a los diez primeros países por debajo de Dinamarca, ahora colocada en el puesto 73. Como podemos apreciar, el “club de los exquisitos” en el IDH no lo es tanto. Solo un ejemplo más para corroborar lo que hablamos. Níger, que ocupa el lugar 189 de la lista según el método clásico con un IDH 0,394 (el de Noruega era 0,957), tendría un IDH ajustado de 0,989 si contásemos sus escasas presiones planetarias. Pero claro, no debemos concluir por eso que este país sea el paraíso terrenal; nunca debemos olvidar el resto de los indicadores (desigualdad, género, pobreza multidimensional, etc.) de los que hablábamos al principio. Por cierto, los últimos 12 puestos del listado son naciones africanas. ¿Qué pensarán sus habitantes de esto del IDH? ¿Cómo nos mirarán a nosotros al conocer las noticias que ahora vuelan? Acaso sea esta una de las lanzaderas de los trágicos movimientos migratorios de tantos jóvenes africanos.

Como vemos, los datos dan para mucho. Tanto mirarnos en el espejo de los nórdicos y resulta que son, como el resto de los países ricos, consumidores de un planeta que en justicia no es propiedad de nadie. Por todo esto, más justicia universal ya, para que el IDH refleje menos diferencias y no avoque su lectura a tantos lamentos. Aún le damos vueltas a aquello que se decía de que “el desarrollo desarrolla la desigualdad”, por si el argumento está explícito en el IDH 2019.

En la contraportada del informe se insiste en el grave efecto de la pandemia en todo esto; tanto que el mecanismo interactivo y progresivo representado en la portada se vería alterado. Volveremos sobre el tema; hasta el año 2030 hay mucho que hacer.

 

 

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