En la entrada anterior nos preguntábamos por el estado de nuestro planeta, sobre si el mantenimiento de su entropía sin excesivos sobresaltos suponía beneficios para él o más para nosotros. Sobre esa cuestión acaba de publicarse una entrevista a la doctora María Neira, directora de Salud Pública y Medio Ambiente de la OMS. En ella, al hilo de la deforestación y su incidencia en la propagación de virus recientes, afirmaba que el planeta sobrevivirá a nuestros desmanes, pero que la especie humana se verá muy perjudicada por lo que provoca o incentiva. Quienes lo deseen pueden conocer con más detalle las claves que da la Doctora Neira para acometer la necesaria recuperación verde del planeta, en realidad la modificación de las prácticas humanas para mejorar la vida colectiva. No son quimeras, tienen bastante que ver con las necesidades de proteger nuestras vulnerabilidades.
Cada vez son más las personas, centros de investigación e instituciones que manifiestan lo mismo: lo que hagamos con el medioambiente global repercutirá en nuestra salud. Traemos aquí una manera de interpretarlo en donde se mezclan arte y emociones. Se trata del corto Cambio a flor de piel elaborado por el Instituto Pirenaico de Ecología del CSIC (Consejo Superior de Investigaciones Científicas), de la mano de Graja Producciones, para preguntarnos dónde estamos y hacia dónde vamos. Con sus mensajes hemos compuesto los nuestros, algunos pueden ser de todos, ahora mismo o dentro de poco. Se trata de transformar comportamientos para que todos ganemos en salud, y de paso mejorar la del planeta para que con ella se sientan más sanos quienes vendrán detrás.
El documental recoge miradas y mensajes sobre nuestra casa: el planeta. Vamos a seguir su relato para darnos cuenta de los detalles y emociones que transmite. Es la única casa que tenemos; en la anterior entrada ya comentábamos que no existe el planeta B. Nos ha cuidado pero está cambiando. Con nuestro calor y humo estamos elevando su temperatura, tanto que el planeta está en alerta pues ya calza otras huellas nuestras. Además el agua grita, nos dice que la tierra se seca a la vez que los mares no ven el reflejo de tiempos pasados. Siempre queda una memoria que recoge su pasado, está escrita en las páginas de su libro, prestas a ser leídas e interpretadas; un resumen escrito del confuso camino de la vida. El planeta tiene muchas bibliotecas por los lagos, la tierra o en las montañas. En el fondo de todo hay mensajes secretos escritos tanto en forma de minerales como de seres vivos. También luces visibles u ocultas en los bosques que fueron y no son; en estos nuestros ojos se sorprenden con las heridas de la tierra.
Pero hasta en el lago malherido, que recoge el eco de la montaña en su espejo, la vida rebrota en forma de diatomeas, piedras preciosas del agua las llama el documental. Por muchos sitios, el grito de las raíces hará renacer hierbas que buscan en el polen su vivencia nueva, extensible a muchos mundos. ¿Podrá el sonido remoto aullarnos hasta el respiro de la Tierra?, se pregunta, más bien deberíamos respondernos nosotros para levantarnos en su ayuda; es posible. Siempre queda abierto en cada mano el cuidado del paisaje global del planeta, esa piel que ahora lo cubre, matizada, más o menos embellecida con los colores de la vida. Conviene mirar el planeta desde las emociones que nos aportan visiones creativas como esta que nos proporciona la lírica construida por Graciela Gil-Romera, Alejandra Vicente de Vera y Penélope González Sampériz, entre otras personas.

(Prof. Gordon T. Taylor, Stony Brook University – corp2365, NOAA Corps Collection. Dominio Público)
O hacerlo de la mano de Wlath Whitman (1819-1892), del que se habló mucho en el bicentenario de su nacimiento, pues se resaltaba su reconocimiento de la naturaleza. Su exaltación no como algo independiente de nuestro destino, “sino como realidad en la que se proyectaba el yo, habitada por el yo, en última instancia, al servicio del yo; un yo tanto individual —el del poeta, el de cualquier persona individualmente considerada— como social”, se dice en el blog del poeta Eduardo Moga. En Yo soy el Poema de la Tierra, reeditado no hace mucho podemos acercarnos, a pesar del paso de los años, a una visión de la naturaleza en cierta manera inédita, o escasamente atendida, o quizás complementaria de la que tenemos ahora quienes flirteamos con esa idea que se llama ecologismo positivo.
Acaso valga mirar la tierra desde el espacio. Lo que National Geographic llama “un viaje épico en el que descubrir los procesos y fuerzas invisibles que sostienen la vida en nuestro planeta”, lo que algunos identificamos con la entropía hecha imágenes. Si se quiere plenas de estética o contradictorias, por las que viajan placeres y desastres, naturaleza y personas; parece saludable o peligroso, previsible o incierto, etc. En “La sal de la Tierra” se recoge una visión emocionada de la piel del planeta de Sebastiao Salgado, dibujada con trazos diversos. Está accesible en HBO y varias plataformas.
Para terminar esta entrada sobre el planeta, un pequeño fragmento que supone otro reto interpretativo, como los muchos que nos plantea el poeta Vicente Huidobro:
Y os digo que el planeta que atravesó la noche
No se reconoce al salir por el otro lado
Y mucho menos al entrar en el día
Pues ni siquiera recuerda cómo se llamaba
Ni quiénes eran sus padres
Dime ¿eres hijo de martín pescador
O eres nieto de una cigüeña tartamuda
O de aquella jirafa que vi en medio del desierto
Pastando ensimismada las yerbas de la luna
Algún día lo sabremos
Y morirás sin tu secreto
Y de tu tumba saldrá un arco-iris como un tranvía…
Al final de todo se trata de mirar al planeta para verlo. No solemos hacerlo a menudo, o no percibimos siempre el mismo. Porque, digan lo que digan, la Tierra se mueve (Galileo Galilei).