La grandeza de los sencillo, sin ir más lejos

Esta entrada comienza con una elegía al pino carrasco; uno más entre los seres vivos olvidados. No busquen en Google cosas diferentes a aquellas en las que los naturalistas o forestales hablen de sus cualidades. Piensen, o pregunten a su alrededor, sobre esta especie. En clase la lancé a mis alumnos y la escasa respuesta fue nada; a lo más que sería un pino y tendría hojas. Como mucho que pertenecería a la insigne estirpe de las coníferas.

De acuerdo, es una rareza de quien esto escribe, que podría haber elegido cualquier otro árbol para demostrar su enorme aportación a la salud planetaria, en forma de absorción del dióxido de carbono presente en el aire que respiramos los humanos. Pero nos gusta este pino, muy presente en la estepa en donde nacimos y sentimos el color y el dolor de la naturaleza viva. Su figura no es esbelta, su porte escapa a la grandiosidad de otros pinos más insignes; desgarbado la mayoría de las veces. Pero su grandeza la marca su adaptación a unas condiciones climáticas extremas: allá donde el agua escasea, hace mucho calor en verano y las temperaturas son frías en invierno; en suelos poco agradecidos. Pinos que agrupados, o repoblados, rara vez forman bosques, se quedan en bosquetes en combinación con matorrales diversos, pero adornan desde siempre el entorno mediterráneo, allá por donde florecieron nuestras culturas occidentales. ¡Quién sabe si Atenas estuvo alguna vez rodeada de Pinus halepensis! Acertado nombre que le pusieron quienes se inventaron aquello de las claves para clasificar seres vivos, seguidores sin duda de Linneo, para recordarnos a Alepo, allá donde floreció esta especie al lado del arte de los romanos y ahora casi nada existe pues la destrucción de la guerra en Siria acabó con todo.

¿Cómo lo habrán sobrellevado los pinos supervivientes? Se dirán cosas o se transmitirán estímulos, como hacían los árboles de El Bosque animado de W. Fernández Flores. Sus voces serán a veces lamentos, como los que emite el alma de Alepo que siente el dolor en sus gentes y en sus resistentes pinares, relictos e indómitos; acaso de unos pocos ejemplares. “Allí cuando anochece se estremecerían los pinos, y no sería de frío”, escribiría M. Benedetti. Son tan pocos, están tan doloridos, que apenas intercambian ya desdichas y temores, no sabemos si querrán decirnos algo cual poema de Gabriela Mistral:

El viento reposa
y el pinar se calla,
cual se calla un hombre
asomado a su alma.

Pinares diversos, como aquel que dibujaba Anton Chejov en su relato Un drama de caza donde describe un pinar, no sabemos de qué especie dominante: “Los pinos crecen todos de la misma manera, cada uno es igual a los otros, y en cada estación del año conservan el mismo aspecto, sin conocer el sentimiento de la muerte ni la renovación de la primavera. Sin embargo, su parsimonia tiene cierto atractivo, su inmovilidad, su silencio parecen expresar pensamientos tristes”. Sin querer llevar la contraria a Chejov, es la diversidad lo que transmite unidad al pinar, cada porte tiene su estampa en un ejemplar diferente; acaso hasta su resina quiere decirnos algo. Cual paisaje social, donde el aspecto uniforme silencia el atractivo de cada individuo.

El pino carrasco no es como otros árboles, sin duda más admirados. No está entre los nominados para el árbol europeo del año 2021. Pero es ecoeficiente como pocos, por eso ha colonizado tantos territorios. Su metabolismo es un modelo para todos en estos tiempos de escaseces de agua y bruscos cambios meteorológicos. Su preparación xerófila y heliófila le ha permitido colonizar los suelos de bosques degradados en otro tiempo dominados por encinas u otras especies. En la España vaciada lo saben bien: se fueron las personas y muchas veces los pinos vinieron a relevarlas en sus campos abandonados. Las sequías prolongadas no le asustaban hasta ahora pero teme por su futuro, por eso del cambio climático.

En esta vida, pesa demasiado lo pretendidamente útil, lo exageradamente atractivo, también en la naturaleza. A muchas personas, educadas en la potencia de la naturaleza exhibida en documentales y películas famosas, los destellos selváticos anulan la fisonomía paisajística de lo sencillo. Algo parecido sucede en la vida corriente, plagada de estímulos irrelevantes. Lo pequeño, lo insignificante culturalmente, puede ser bello y sentirlo afectivamente próximo. Exhiben sabiduría quienes son capaces de ver que las cosas simples tienen cualidades extraordinarias, porque en realidad todo es complejo y no existen valores absolutos en la naturaleza, vino a decir Einstein. Necesitamos interpretar lo que cada día nos sucede para encaminar el modelo de vida, aquel que nos irá mejor como colectivo para llegar en condiciones más favorables a la siguiente década, y a las que van detrás. Las grandes epopeyas como la Agenda 2030 se escriben con pequeñas acciones, sencillas, sin recovecos. Lo pequeño es hermoso porque contiene leves trazos de vida, como si la gente importara en la economía global y en la naturaleza; algo así pregonaba E.F. Schumacher. Sin ir más lejos, ahora mismo y en cada lugar.

Cada persona tiene experiencias que haría bien en compartir; momentos de felicidad en relación consigo misma y con los seres vivos corrientes. Con todas vivencias se compondría el “Libro de las cosas sencillas que hacen que la vida sea grandiosa”. Tendría muchas páginas, y llevaría por caminos que mostrarían la complejidad de la vida, la multiperspectiva a la hora de emocionarse con lo bello, lo necesario, lo pequeño, lo desconocido, acaso lo útil o inútil. También habría páginas dedicadas a la dependencia de los otros, o de esa biodiversidad aparentemente insignificante, a la variabilidad como propiedad positiva, a la convivencia como estrategia imprescindible, a la extraordinaria relevancia de las cosas sinceras. En el epílogo seguro que aparecía la invitación a la humanidad a ver los episodios cotidianos de otra forma, de pararse a pensar un momento si está dispuesta a imaginar otro mundo, para que no camine impasible hacia el crecimiento desmedido de los grandes parámetros económicos, que tanto cuestionó E.F. Schumacher.

El pino carrasco – un modelo de sobriedad sin aspavientos- era solamente una bonita excusa para ensalzar la búsqueda de una sociedad reflexiva y comprometida, que sea capaz de apreciar la grandeza de lo sencillo. Aun así, cuando lo veamos por el monte saludémosle, cual si fuera un ciudadano de Alepo; alguno incluso lo encontraremos por las calles de nuestras ciudades y pueblos.

(Carmelo Marcén)

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