Mi estimado y ahora antipatizado móvil propandémico

Dos mujeres miran el móvil, al lado de una terraza (GTRES)

Te diré primero que no me gusta atribuir vida a los objetos. Las personificaciones –los eruditos las llaman prosopopeyas- han sido muy utilizadas tanto en la literatura como en la vida normal, siempre me han provocado un poco de urticaria. Me da que la culpa de esto la tuvieron Esopo y compañía que se dedicaron a fabular sobre todo y para cualquier pensamiento –dar ejemplo o extender moralina- puesto en boca de los animales. Pero esta vez voy a hacer una excepción y te voy a contar mis aflicciones que en cierta manera son tus penas, aunque en este caso inducidas por otros. No sé lo que opinarás.

Recuerdo el comienzo, cuando vi a uno de los vuestros por primera vez. Fue durante una visita al Alcázar de Segovia. Allí observé a un señor utilizando un “zapatófono” y me pregunté si no podía esperar a hablar desde su casa o desde el trabajo y centrarse en la visita. De verdad, en mi ignorancia no os auguraba mucho éxito. Sin embargo, en poco tiempo los móviles, y sus parientes, os convertisteis en las estrellas de las relaciones sociales. ¡Ahora mismo no entenderíamos la vida sin vosotros! Mi relación contigo ha oscilado entre la proximidad y el olvido, va según temporadas y necesidades. Será porque me creo lo que dicen algunos científicos que han alertado de nuestra dependencia mental hacia las terminales varias. Si bien no hay que negar que prestáis servicios múltiples tanto en el trabajo como fuera de él. Servís para comprar y vender, para encontrar la información apetecida, y muchas que no lo son con las que nos bombardea la publicidad. A decir verdad, parece que habéis logrado abducir a algunas personas. A ti, mi móvil, heredado de mi hija, te lo digo alguna vez mirándote con apego. Es más, en estos tiempos de pandemia os habéis convertido en nexos de afectividad, ¿qué hubiera sido de la familia sin vosotros? Así que, a pesar de mis pesares, sed bienvenidos y deseados.

Vuestro magnetismo es tal que alguien escribió que os habíais convertido en una pandemia que por todo el extenso mundo aísla del mundo próximo. No es infrecuente encontrar a varias personas reunidas, incluso en grupos familiares o de amigos, pendientes cada uno de su terminal. Seguro que quienes hablan de la “móvilpandemia” lo afirman por las horas de utilización diaria. Usarlos bien o no, según cómo y dónde, también valdría preguntarnos para qué. ¡He ahí la cuestión! Aunque en mi testeo debo confesarte que me salen pocos minutos al día –he de reconocer que sumamente rentables-, pero no es lo normal. Leí hace unos meses que de media la gente os usaba unas 60 horas a la semana. No sé si creerlo, me parece una barbaridad.

Mucha gente ha incrementado vuestro uso una hora al día en estos días de confinamiento; habrás notado que te he empleado para acercarme más a los seres queridos, a veces algo olvidados; y no ha sido para wasapear. Durante estos meses, te llevo en el bolsillo y noto cuando me llamas. Según la situación te miro o no, todas las prevenciones son pocas. Me encuentro en cualquier espacio público. Me fijo en esa persona –hay muchas- que se baja la mascarilla para hablar o leer un mensaje; ahí está su foco de atención durante más rato del conveniente. Me pregunto si habrá reparado en que puede establecer contacto del móvil con sus manos, su boca y aliento. Me digo que hacia un lado u otro viajará el oportunista virus, en el supuesto de que esté alojado en alguno de esos espacios físicos. No me negarás que si alguien observa la pantalla con suma atención se desarma ante la posible llegada del potencial enemigo exterior que aproxima otra persona, con protección o sin ella. Con un poco de turbación debo confesarte que empiezo a malquerer a los de tu especie o similares; a ti no, por supuesto pues hemos acabado siendo algo más que conocidos.

Por eso, me atrevo a asegurarte que los descuidos “movilísticos” cunden demasiado. Se ve gente que incluso junta su cara a otra para admirar la imagen que alguien enseña; también hay móviles como tú, más grandes, que se pasan de una persona a otra para no sé qué. Te diré que esos cuestionables usos no se dan solamente en los jóvenes. Como paseante espectador me fijo en los usuarios de las mesas de las terrazas. Observo móviles reposando en las mesas, a veces mientras sus dueños comen, beben o fuman. Me pregunto si sus dueños habrán reparado en si las superficies estarán libres de virus o no. En el supuesto de hubiese carga vírica en mesas, el móvil puede capturarlas; si es así viajará después dentro de sus bolsillos o bolsos hasta casa. Allí el aparato de cada cual seguramente se dejará, cuidadosamente o no, en algún lugar para lavarse las manos, cosa que el que te habla hace siempre. Además, a ti te someto a una regular limpieza, cuidado que recomiendan científicos e incluso compañías telemáticas que se haga con toallitas desinfectantes, una leve solución jabonosa o con alcohol diluido. Desconozco cuánta gente expone a sus amigos móviles a esa operación con cierta frecuencia.

Cabe la posibilidad de que el móvil acompañe a sus propietarios a la cocina, por si acaso alguien quiere establecer una comunicación urgente. Es muy probable que se le atienda al oír el toniquete, se hace de forma instintiva ya consolidada. Si no hay una cuidadosa limpieza posterior de manos, el potencial virus en un móvil sin limpiar habrá encontrado un puente. Pero el descuido ya será mayúsculo, casi se puede calificar de irresponsable, si durante la comida se manipula, entre plato y plato. Poco puedo decir del uso “propandémico” del móvil en los lugares de ocio nocturno porque no los frecuento.

En fin, no sé lo que opinarás de lo antedicho. ¡Si pudiéramos mantener una sosegada conversación! Ya disculparás estas elucubraciones propias de un hipocondríaco, que tampoco está libre del descuido. Qué sepas que te aprecio, también a los de tu formato; a pesar de todo. Acabó la personificación.

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