La pandemia retrasa la fecha de la sobrecapacidad de la Tierra

La Tierra viste desde el espacio NASA/Moore Boeck

Ese día en el que a escala global consumimos todo lo que el planeta sería capaz de generar durante el año es mundialmente conocido como Earth Overshoot Day. Más o menos quiere decir que a partir de esa fecha los humanos estamos gastando en el año una parte de la “despensa” que para nosotros es la Tierra; lo que supone que quedarán para el resto del tiempo menos existencias –biológicas o no- de las que se han acumulado siglo a siglo, un milenio tras otro. Lo generado/ahorrado por el sistema suelo-agua-aire-biodiversidad, con la ayuda de la energía en diversas formas, merma continuamente, sin posibilidades claras de renovación, ni rápida ni posible al ritmo que vamos en su destrucción. Lo peor es que cada vez se adelanta la fecha de “no reposición” anual. Si hace 50 años se podría marcar ese día casi a finales de diciembre ahora se agotarían las existencias ya en agosto. Aseguran quienes estudian este tema que hacia 2050, si la cosa sigue como va, se necesitarían 3 planetas para satisfacer la demanda de recursos de los previsibles 10 mil millones de personas que habitarán la Tierra.

No todos los países, el conjunto de sus habitantes y las intervenciones generadas por ellos, consumen al mismo ritmo. Por eso, su día crítico varía. El año pasado, 2019, la fecha en la que se enfrentan la biocapacidad -la cantidad de recursos naturales de los que dispone el planeta- y la huella ecológica de la humanidad -la superficie necesaria para producir los recursos naturales que la población demanda- se podría concretar hacia el 29 de julio. A partir de ahí se entró en números rojos en la cuenta global. Menos mal que no todos los países provocan semejante dispendio de la misma forma.

A modo de ejemplo, más o menos, la carga se explica así, simplificando mucho. Imaginemos que la biocapacidad de la Tierra podría ser 1,6 gha (hectáreas globales por persona). Centrémonos en España. Hace un par de años era de 4 gha. En este 2020, a pesar de la ralentización de toda la vida, el 27 de mayo ya habíamos entrado en números rojos. Solo en 148 días habíamos acabado las existencias con las que la Tierra y sus sistemas interconectados nos procuran; nos quedaban 198 jornadas en los que había que vivir de la caja común. Entre los países más esquilmadores, llamémoslo así, están Qatar, Luxemburgo, E.A.U., Kuwait, USA, Canadá, Dinamarca y Australia, que acabaron con su parte antes del 1 de abril. En el lado opuesto, Cuba, Nicaragua, Irak, Ecuador o Indonesia que lo harán previsiblemente a lo largo de diciembre. Siempre con datos del año anterior y previsiones acordes. Hay varias calculadoras disponibles en Internet para que cada cual simule el cálculo de su huella ecológica. Podría servir la de Global Footprint. Si alguien tiene interés en los datos por países y ámbitos que se estiman puede utilizar este enlace.

Sin embargo, las peores previsiones de este año para fechar el Día de Sobrecapacidad de la Tierra –en algunos lugares lo titulan sobregiro- no se han cumplido. La pandemia ha provocado enormes alteraciones en las interrelaciones de los subsistemas económicos y sociales, además de la debacle sanitaria. Global Footprint Network ha evaluado para hacer sus cálculos los cambios en las emisiones de carbono, la cosecha forestal, la demanda de alimentos y otros factores que podrían afectar la biocapacidad global o la huella. Ha comprobado descensos en algunos de los principales impulsores de esta última como el efecto del carbono (se redujo un 14,5% desde 2019) y la carga de productos forestales (disminuyó un 8,4% desde 2019). La entidad investigadora no está segura de los efectos de la pandemia en la huella alimentaria. En síntesis, asegura que a lo largo del periodo anual hasta el 22 de agosto, la fecha crítica de este 2020, se podría alcanzar una reducción de la huella ecológica global próxima al 10 %.

Todo lo anterior es una aproximación global, necesitada por tanto de muchos más estudios detallados. Pero sirve para hacernos una idea de que las acciones de cada persona tienen una repercusión fuera de sí mismas. A la vez, la senda que empiece y siga un determinado país en

su organización económica, social y ambiental tiene unas enormes repercusiones, tanto enseguida como a corto plazo, lo mismo en ese país que en el conjunto planetario. También nos alerta de que la globalización entendida solamente como escenario de relaciones comerciales escapa de cualquier intento de control de las repercusiones en el sistema Tierra. Mucho hay que hablar y concertar sobre el asunto. Así pues, se necesita un plan de acción concertado para reparar la huella ecológica global ya que de otra manera el planeta se acabará más o menos pronto, o el reparto de sus beneficios entre las personas será cada vez menos equitativo. Volvemos a insistir una vez más en los postulados y tantas veces nombrados ODS (Objetivos de Desarrollo Sostenible) y las Agendas 2030. A pesar de todo lo escrito y divulgado sobre el asunto, el concepto de la huella ecológica -que es también social pues recoge muchas interacciones- como modulador de vida colectiva no ha calado en la cultura global. Ojalá no lo haga demasiado tarde

1 comentario · Escribe aquí tu comentario

  1. Interesante, ya sabemos la tendencia de la Tierra pero claro….la tendencia es triste que quien la esté marcando seamos nosotros mismos y no el propio curso del tiempo y la naturaleza. Buen articulo!

    26 agosto 2020 | 12:13 pm

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