Antecrónica de una pesadilla anunciada

Decir que nada es como parece se asemeja a una simpleza, si bien en estos tiempos es una frase adecuada para hablar de algo que se desconoce, como le sucede a la mayoría de la gente que se ve asediada de una u otra forma con la pesadilla de la pandemia. Por si el padecimiento no fuera poco, tienen que soportar la matraca de quienes sí aparentan que saben en redes de todo tipo, y no digamos en las cadenas televisivas. Menos mal que, de vez en cuando, personas con cordura científica nos previenen de lo que esta incertidumbre esconde detrás, de las dudas que esconde. Lo que sí aseguran es que las pandemias serán definitivamente una parte de nuestra vida. Ante ellas no vale el exceso de confianza que nos nubló ahora, ni el creer que el impacto se quedaría limitado a los países pobres, como en recientes dramas mundiales de salud colectiva.

Esta pandemia no se encontraba sellada en ningún cofre, como dicen los historiadores romanos que pasó con la peste antonina. Como aquella gente se empeñaba en ir a guerrear por todo el orbe mediterráneo, la pillaron por Asia Menor, más o menos, y se la llevaron tan pegada que asoló una parte del Imperio Romano en la segunda mitad del siglo II; menos mal que por aquel entonces vivía el griego Galeno. Este marchó rápidamente a Roma y logró describirla, además de pronosticarle una gran persistencia y su contagio por todo el mundo conocido. La historia está llena de ejemplos, que van desde la plaga de la época de Justiniano a mediados del siglo VI a todas las irrupciones de la peste y otras invasiones malignas que han castigado al mundo conocido; seguramente también a lo ignoto, pero eso no lo recoge la historia.

La OMS (Organización Mundial de la Salud), que acierta en unas cosas y yerra en otras, publicaba en septiembre del año pasado Un mundo en peligro: Informe anual sobre preparación mundial para las emergencias sanitarias. En verdad que sus previsiones eran tremebundas: “Nos enfrentamos a la amenaza muy real de una pandemia fulminante, sumamente mortífera, provocada por un patógeno respiratorio que podría matar de 50 a 80 millones de personas y liquidar casi el 5% de la economía mundial. Una pandemia mundial de esa escala sería una catástrofe y desencadenaría caos, inestabilidad e inseguridad generalizadas. El mundo no está preparado”. Ante semejante afirmación cabría haberse puesto en prevención pero los gobiernos no le hicieron ni caso. La OMS no goza de mucha atención pues casi siempre riñe o da malas noticias sobre salud. También el mortífero brote pilló despistada a la gente del Centro Europeo para la Prevención y Control de Enfermedades (ECDC, por sus siglas en inglés), o no tenían ni idea de cómo interpretar lo que se les venía encima o sus alertas no tuvieron audiencia.

(EFE)

Prologaba el documento antes citado, la Sra. Gro Harlem Brundtland, Vicepresidenta del GPMB (The Global Preparedness Monitoring Board), junto con el Sr. Elhadj As Sy -Secretario General de la Federación Internacional de Sociedades de la Cruz Roja y de la Media Luna Roja-. Sí, aquella exprimera ministra noruega que hacia 1987 redactó el Informe Brundtland, Nuestro Futuro Común (Our Common Future, en inglés), algo así como una alerta sobre el deterioro que el desarrollo económico de entonces, y el que se avecinaba, iba a causar en la sostenibilidad ambiental. En él se analizaba y criticaba que las tácticas de desarrollo económico globalizador podían suponer un avance social pero tendrían un costo medioambiental demasiado alto, quizás irrecuperable. En ese texto se habló por primera vez de algo que ahora nos suena mucho: el desarrollo sostenible. Ahí estamos ahora mismo preguntándonos el ir y venir de la globalización, cuando han transcurrido más de 30 años y se han firmado miles de acuerdos para cambiar el mundo a mejor (sic).

En Un mundo en peligro se proponen medidas imprescindibles, urgentes, para afrontar las siguientes pandemias, además de otras incertidumbres. Se recomienda/exige a los gobiernos de todos los países un compromiso por mejorar la preparación aplicando las obligaciones vinculantes que les corresponden en virtud de los Reglamentos Sanitarios Internacionales mediante la construcción de sistemas sólidos, “designando a una persona coordinadora de alto nivel con autoridad y responsabilidad política para liderar los enfoques y llevar a cabo sistemáticamente ejercicios de simulación multisectoriales para poner en marcha una preparación eficaz y mantenerla”. Se exige a los estados miembros del G7, G20 y G77, y las organizaciones intergubernamentales regionales el cumplimiento de los compromisos políticos y financieros ya adquiridos, y la concreción de otros que aseguren la preparación ante la siguiente pandemia. Porque, subraya una y otra vez, “la propagación rápida de una pandemia debida a un patógeno respiratorio letal (de origen natural o liberado accidental o intencionadamente) conlleva requisitos adicionales de preparación. Por eso, se deben garantizar inversiones suficientes para el desarrollo de vacunas y tratamientos innovadores, la capacidad de fabricación en caso de aumento súbito de la demanda, los antivíricos de amplio espectro e intervenciones no farmacéuticas adecuadas”. Además de otras muchas sugerencias para limitar los estragos sanitarios, sociales y económicos que traerá la siguiente oleada.

Cabría preguntar si nos suena todo esto, si caso de haberse concretado las anteriores propuestas nos encontraríamos en el lamentable estado que ahora tanto nos asusta. Alertar sobre las seguras incertidumbres no es ser alarmistas. Lo dice el informe y lo saben quienes nos gobiernan, y los científicos que los asesoran. Son conocedores de que los miles o millones de vidas perdidas irán acompañadas de una tremenda desestabilización económica y conllevarán un caos social de tal magnitud que no se puede ni imaginar. El Informe da cuenta de que entre 2011 y 2018, la OMS realizó un seguimiento de 1.483 brotes epidémicos (la gripe, el síndrome respiratorio agudo severo (SARS), el síndrome respiratorio de Oriente Medio (MERS), el ébola, el zika, la peste o la fiebre amarilla, entre otras) en 172 países. Son muchas las enfermedades que vendrán acompañadas de diversos brotes de consecuencias nefastas y serán de propagación potencialmente rápida. Por consiguiente, cada vez más difíciles de gestionar, a no ser que haya un entrenamiento previo de los sistemas de salud globales, de la UE y de cada Estado.

Qué lejos queda el Imperio Romano, qué repetidas han sido las pandemias. No olvidamos aquella “gripe española” de la influenza (virus A, H1N1) de hace ya más de cien años, que queda guardada en datos horrorosos, pero también en imágenes similares a las actuales. La diferencia es que hoy sabemos que lavarnos las manos con jabón consigue romper la envoltura lipídica del agresivo coronavirus; algo impensable o casi imposible entonces con una higiene personal de tragedia. Además, frente a la antigüedad, disponemos de mejores sistemas de tratamiento, pero nos falta la prevención, a pesar de los grandes avances de modelos matemáticos y virológicos que podemos utilizar. Como entonces, los pobres y los más vulnerables serán quienes más sufrirán esta pandemia y las siguientes, pero toda la sociedad resultará dañada.

En la actual crisis, la solidaridad –escrita muchas veces con el sacrificio personal muy dañino- está siendo un recurso eficaz ante algunos impactos –Camus ya escribió en La peste que esa fue la única arma para derrotar al maldito virus-, pero no podrá con todos si la virulencia se agranda o si la siguiente pesadilla nos llega demasiado pronto o nos pilla despreocupados. Por eso, si no se pertrecha a los actuales galenos –sanitarios de todo tipo y científicos- del tiempo, de la organización y de los recursos necesarios, estaremos intentando regatear a las escurridizas incertidumbres. ¡Qué ilusos! Cuando superemos la actual emergencia, debemos retomar el axioma olvidado: ni la vida ni la salud colectiva pueden continuar como si nada hubiese sucedido; mucho menos dejar la sanidad colectiva tan depauperada como estaba y tan desentrenada en protocolos críticos. No alcanzamos a imaginar cómo será el mundo en el año 2030. Mientras tanto, intentemos descifrar un par de pensamientos que se atribuyen a Galeno de Pérgamo: «El médico es el ayudante de la naturaleza» y «Cuida mejor quien tiene la confianza de la gente».

¡Qué todo esto no sea el prólogo de la siguiente!

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