De un tiempo a esta parte, cuesta más entender lo que pasa cada día, tanto si es aquí cerca como en el lejano mundo. De un lado, están las crecientes desigualdades de todo tipo entre unos y otros países y entre personas (dentro de cada uno); de otro, el aumento y la presión de las migraciones debidas a factores ambientales y sociales. Además, nos descolocan las maniobras económicas –llamémoslas crecimiento y consumo sin límites- que abducen a los individuos, los cuales también se ven enmarañados por las redes que teje Internet; así como otras muchas presiones sociales e ideológicas de alto impacto. Así, cualquiera que quiera ser coherente lo tiene complicado. En medio de todo esto, el acelerado tiempo no hace sino complicar las cosas. Casi nada es lo que parece; por eso, poco se resuelve con viejas estrategias. Por si todo esto no fuera suficiente, tenemos la que señalan estos días como la madre de todas las contiendas: llámenla crisis o emergencia climática.
En este último caso, a bastante gente le parece que no sucede nada, a pesar del embrollo climático visible en hechos recientes casi cada día. Es más, da la impresión de que cunde el simplismo, que se deja pasar el temporal a ver si amaina. Sin embargo, en ocasiones, las situaciones límite generan actuaciones esperanzadoras, cerca de aquí o lejos. Sucede en hechos concretos, pero también cuando los países y agentes sociales quieren consolidar ciertos acuerdos internacionales que mejoren derechos a las personas o al medioambiente. Para ello se reúnen en cumbres globales, como la COP25 sobre el clima que se celebra en Madrid del 2 al 13 de diciembre para hablar del calentamiento global y repasar lo que cada país ha hecho al respecto desde aquel París de 2015, que tantas expectativas levantó. La cosa no va tan bien como desearíamos si nos atenemos a los últimos datos sobre las emisiones de dióxido de carbono; en realidad va muy mal.
Por eso, esta semana pero también mañana y todo el año siguiente, hay que hablar del clima. Es urgente que los gobiernos y ciudadanos hagamos mucho más para acercarnos a su comprensión, porque el clima cada vez es más nuestro, más por responsabilidad en algunos de sus renovados vaivenes que por propiedad. Desearíamos que las decisiones/acciones colectivas para hacer frente a los trastornos climáticos -que han venido para quedarse y puede que se amplifiquen- fuesen más rápidas y coordinadas. Sin ir más lejos, el cesante Congreso de los Diputados declaró la emergencia climática en España casi por unanimidad. Desde entonces, aquí estamos de brazos cruzados mirando al cielo protector.
Nos da la impresión de que es así porque cunde un cierto conformismo fatalista de los afirman que nada se puede hacer. Por si esto fuera poco, quienes dominan el entramado global, que no son solo gobiernos, se afanan en dirigir y manipular las emociones y tareas sobre cómo nos afecta el clima. Nos hablan de mucho y se ocupan en poco. Triunfan en el empeño. Pero además nos despistan sobre el lugar que la gente corriente ocupa en la generación y en la mitigación de este entramado, de los efectos del cambio climático, y no nos indican con claridad cómo adaptarnos a ellos. Por si esto no fuera suficiente, gente ilustrada -o no- lanza ideas negacionistas, noticias quebradizas sobre la verdad del cambio climático, argumentadas con intereses partidistas varios, que dibujan una sociedad en la que casi nadie piensa en el de al lado, incluso a veces ni en sí mismo.
Ante este muestrario de indiferencia frente a las causas y consecuencias del demostrado acelerado calentamiento global, no cabe sino apreciar un claro desaire hacia el propio futuro de quienes lo sostienen y, lo que es mucho peor, el de aquellos que les siguen en la vida. A todos, los escépticos o negacionistas, habría que convencerlos de que el clima es nuestro, dado que nos afectan sus pulsiones en mayor o menor grado; por eso, la posible mejora de sus efectos en las personas también, como alerta el informe La cuenta atrás sobre cambio climático y salud recientemente publicado en The Lancet. Por eso, hay que sentir/pensar y dialogar mucho sobre el cambio climático.
El clima es nuestro porque a la dinámica entrópica que lo maneja le hemos puesto aceleradores de algunas de sus pulsiones; da la impresión de que nos hemos hecho adictos al CO2. El clima nos incumbe porque condiciona nuestras vidas. Por eso, despertemos del letargo, y rescatemos el efecto positivo de responsabilidad que puede tener la cumbre climática de Madrid, aunque critiquemos los peajes ambientales que ocasiona el desplazamiento de las 25.000 personas que pueden asistir, a las cuales habrá que invitar a que compensen sus emisiones. A pesar de los momentos difíciles en los que vivimos, o quizás por eso mismo, debemos dirigirnos hacia un cambio de modelo de vida. No será fácil, pero no permitamos que se nos nuble el pensamiento, crítico y comprometido.
Pero queremos lanzar también una alerta ante la complacencia y las palabras reclimatizadoras de esta semana: las respuestas simples no nos llevan a ningún sitio; no nos acercan a la Cima 2030. Ya sabemos con certeza que ni siquiera nos traerán cumplidos en 2020 los compromisos que los gobiernos rubricaron en París en 2015. Desconfíen de las grandes pláticas, por mucho que las recojan los idearios políticos. Ciertas acciones que publicitan gobiernos, empresas y otras entidades adolecen de compromiso, por eso pierden consistencia y no ganan adeptos. Exijámosles mucho más, empezando en España.
Es necesario hablar largo y tendido de la crisis climática, de sus derivaciones y conexiones con los despistes de los que hablábamos al inicio de este artículo; hay que hacerlo durante esta semana y siempre. ¡Para un problema sin precedentes hacen falta maniobras resolutorias sin precedentes! Todos recordamos París COP21. Tenemos tantas ganas de escuchar pasados unos años que el mundo no ha olvidado Madrid COP25.
¡Suerte y duradero compromiso a quienes se empeñen en ello durante estos días!