Primero fue Marruecos, luego Grecia y Turquía y ahora también Macedonia. Los Estados tapón se han convertido en la barrera de contención de la inmigración que intenta establecerse en Europa. Esto es, fronteras donde el paso de los inmigrantes se topa con un “hasta aquí habéis llegado”, a pesar del frío, el hambre y la imposibilidad de dar media vuelta. Lo de siempre, al fin y al cabo, excepto por el hecho de que el grueso migratorio que llama a las puertas de Europa son refugiados con todo el derecho a recibir asilo. Y porque la represión que están recibiendo en las vallas fronterizas con gas lacrimógeno -los niños también- no permite un atisbo de piedad. Aún así, todos esos sirios, afganos, iraquíes, palestinos, eritreos y un largo etcétera de nacionalidades víctimas del horror que se agolpan en las vallas europeas saben que no es peor el remedio que la enfermedad de la guerra. O, al menos, tienen claro que no han llegado hasta donde han llegado para dar media vuelta.
¿Por qué Estados tapón?
Son denominados tapón aquellos Estados que, por su situación geográfica, sirven para retener a las personas migrantes de toda condición, una retención que puede alargarse meses o incluso varios años. «España es el laboratorio político de lo que se está haciendo en Grecia y Macedonia», señaló la doctora en sociología Antía Pérez Caramés el pasado viernes en un acto en A Coruña. En España, explicó, el tiempo medio de tramitación de una demanda de asilo ronda los 3 años y sólo en 2014 se recibieron alrededor de 6.000. Ese año se concedieron tan sólo 384 estatutos de refugiado y más de 900 peticiones fueron desestimadas. Actualmente hay más de 10.000 demandas pendientes de tramitación. Las posibilidades burocráticas que tienen los refugiados son muy limitadas, ya que no pueden solicitar asilo en embajadas y consulados, lo que evitaría gran parte del colapso, y no disponen de programas efectivos y coordinados de reasentamiento.