Por Vicky
El mundo digital aunque sea virtual, no deja de ser una realidad más. Prueba de ello son sus numerosos servicios, productos y plataformas que no dejan de surgir y crecer.
Nos consumen tanto que ya podemos decir que representan algunas de nuestras emociones y necesidades básicas. Si Tinder es para los ligones, LinkedIn para los ambiciosos, Twitter para los que los que experimentar sentimientos de furor, Facebook para los recelosos e Instagram para los vanidosos, Netflix sería sin duda el medio social de los indolentes.
La paradoja con esta plataforma es que mientras la vida de sus usuarios depende de la pantalla de su ordenador/televisor, los productores que están detrás de este colosal de contenido audiovisual no dejan de trabajar.
Por supuesto, víctima de la situación son los medios tradicionales que han perdido el privilegio de ser portadores únicos de la diversidad cultural y del entretenimiento. A esto intenta poner fin la nueva normativa sobre servicios audiovisuales de la Unión Europea, que obliga a plataformas como Netflix a ofrecer un mínimo del 30% de producción europea en sus catálogos.
Con esta medida quieren lograr la convergencia entre televisión y servicios a la carta. Los cazadores de historias interesantes de Netflix tendrán que incitar a la participación de todos los países en los que hacen disponibles sus servicios.
Si La casa de papel, Las chicas de cable o Paquita Salas lo han petado dentro y fuera de las fronteras de España, promoviendo su cultura y talento actual no es el caso de Grecia. Ambos pertenecen a los 190 países que ofrecen los productos de Netflix, pero solo España participa activamente produciendo su propio contenido.
Esto se traduce a que Grecia, como muchos otros países, ayudan solo financiando a Netflix. Obtiene menos ingresos que los países que además aportan contenido audiovisual, a pesar de que la cifra de suscripciones de los usuarios helenos ha superado el 317% en tan solo un año, convirtiendo a Grecia en su mayor consumidor.
El director de contenidos de Netflix, Ted Sarandos, ha reconocido que “muchos mercados, como el griego, son infravalorados por la dificultad lingüística del país” añadiendo que a él personalmente le molesta esa homogeneidad cultural demandada por el público general y que no descarta un cambio en el futuro.
¿Podrá la nueva ley acabar con el oligopolio cultural, regular las limitaciones de los medios tradicionales y mantener un equilibrio entre ganadores y perdedores económicos? No lo sé, pero me encantaría poder explicar por aquí más casos como aquel “jroña que jroña”.