Por Tom
La primera vez que entré en un bar en España, salí sin poder pedir nada. Me senté en el bar, al lado de la barra…y esperé. Y esperé y esperé y esperé. No estaba a full pero tampoco estaba vacío, aún así, no conseguí que alguien se diera cuenta de que este pobre inglés estaba sin su relaxing cup of café con leche.
Algo indignado fui a mi siguiente clase, y se me olvidó el incidente. Pero no fue un caso aislado… durante las siguientes semanas me encontré de nuevo en bares, pegado a barras, siendo ignorado. No lo entendía. Sin duda mi madre hubiera estado muy feliz sabiendo que no podía llegar a beber la cantidad que habitualmente consumo… pero yo estaba desconsolado.
Pensé que a lo mejor era por mi pésimo nivel de español, quizás podían oler mi falta de conocimiento del idioma, y me evitaban.
La respuesta me vino de repente un día que había salido con un grupo de amigos a tomar unas cañas. Ya era capaz de pedir cañas en cantidades altas debido a mi nuevo dominio de los números españoles. Pero mientras mis amigos pedían con éxito, yo seguía frustrado en mis esfuerzos. Cambiamos de sitio y fui testigo de algo extraordinario. Una amigo, cuya ronda era la próxima, gritó desde la calle “¡siete cañas cuando puedas por favor!”. Nada más llegar a la barra encontramos allí siete cañas frescas con sus gotas de sudor todavía bajando lentamente por los laterales de los vasos.
Los otros del grupo pedían de una manera similar, unos casi subiendo en la barra, otros simplemente gritando al cielo.
Llegó mi ronda y lo intenté (menos mal que fue la octava ronda ya y había cogido confianza). Sin mirar a nadie en particular, pronuncié con mucho cuidado las palabras clave. Como era de esperar, llegaron siete cañas nuevas, brillando con luz propia. Había descubierto la clave.
En Inglaterra es muy distinto el estilo de pedir. Al llegar a un sitio, si toda la gente de la barra está ocupada, hay que esperar sí o sí. Pedir antes de que te hablen sería la cumbre de la mala educación. Es algo que tenemos muy inculcado. Hasta “cuando puedas” en Inglaterra sería entendido al revés, más en plan: «No tardes, ¡eh!. ¡Qué tengo sed!»
En principio me pareció raro tener que gritar tu pedido al entrar en el bar, o incluso después de estar en la barra un par de minutos. De hecho, aún me cuesta a veces. Sin embargo, la diferencia en estilo de servicio, aunque sea distinto, no es menos cercano. De hecho después de pasar un buen rato bebiendo en un bar cerca de mi casa por primera vez, la segunda vez que entré (no mucho después) me dieron la bienvenida de la manera “¡Eeeey! El cabrón rubio este” Desde entonces somos todos amigos y he pasado muchas tardes, y luego noches y mañanas, pidiendo y bebiendo felizmente.
Algo que me parecía maleducado resultó ser una forma de mostrar cercanía con la gente, un enlace entre proveedor y cliente. Una avenencia que elimina una barrera entre la gente.
Hay que viajar, damas y caballeros, si no os arriesgáis vivir en la ignorancia.